“Oh, vamos Vissel Kobe/ Vissel Kobe/ Vissel Kobe/ vamos Vissel Kobeâ€, canta la barra brava del Vissel, asà como suena, en español, asumiendo una mimetización fonética que arenga –como el “Hey Ho Let’s go†ramonero o el “Vamo’ lo Redó†ricotero– sin necesidad de explicación idiomática. Al parecer, los jugadores del Vissel son inmunes a toda posibilidad de contagio, no dan pie con bola y en su propia cancha se ven dominados por el Kashima Antlers. Los hinchas los aplauden igual. Festejan los rechazos y dejan pasar con indulgencia los errores de un árbitro que los perjudica sin esforzarse demasiado. En la tribuna de enfrente, los del Kashima no paran de alentar. Los cantitos arrancan y terminan con precisión de relojerÃa, como pregrabados en una consola, pero cuando Yuto Yamamoto aprovecha el enésimo error defensivo del Vissel y anota el primer gol, el grito es seco (“¡Goóru!â€) y se corta inmediatamente, ahogado en un gesto de autocontrol y respeto al rival. Es un partido más de la J-League, la primera división del fútbol japonés.
Llegamos a la cancha en subte. Los hinchas caminan en silencio, uniformados con los colores de su club. También los del Kashima, que vienen desde lejos y se mezclan con los del Vissel sin que se cruce una mirada. Muchos de los fanáticos del equipo visitante llegaron a la ciudad de Kobe en avión. Dicen que es más barato.
Las colas más largas no son para sacar las entradas (que cuestan, promedio, un equivalente a 500 pesos) sino para los puestos de merchandising y los locales gastronómicos que forman parte fundamental del complejo deportivo. También hay un escenario donde canta un grupo de J-Pop, un stand que funciona como spa de manos para mujeres y otro donde unas chicas muy simpáticas ofrecen masajes descontracturantes a una clientela que no da signos de padecer estrés pre-futbolero.
El partido es malo. Ni siquiera hay patadas. Cuando el Kashima hace el primer gol, y luego el segundo, nadie reacciona. La barra sigue cantando las mismas canciones, la mayorÃa extraÃdas del repertorio de la Champions League y guiadas por un director de orquesta que organiza el aliento colectivo con megáfono. Las banderas tienen inscripciones en inglés (“Vissel, pride of Kobeâ€) y hay mucho verde y amarillo en la popu, porque los japoneses son fanáticos del fútbol brasileño. Hay en la cancha cuatro o cinco jugadores de ese origen, pero no se nota.
Cada 10 o 15 minutos, desde una pantalla gigante se invita a la multitud: “¡Clap your hands!â€. La multitud obedece, aplaude con sÃncopa oriental y deja que el partido conviva con sus placeres extrafutbolÃsticos. Algunos intercambian a través de sus smartphones videos del mismo partido que están viendo en carne y hueso, otros consumen sus viandas de bentobako, unas cajas muy populares que suelen llevar los chicos a la escuela. La de nuestros vecinos de platea contiene arroz, sushi, carne de cerdo y vegetales: es inevitable que decaiga la concentración en el juego.
Cuando el partido termina, el once perdedor se junta y va a saludar a las cuatro tribunas. Los jugadores hacen una reverencia conjunta y piden perdón por la pésima actuación. Al llegar al sector donde está la barra brava, el lÃder, megáfono en mano, sacude a los jugadores con un reproche programado para situaciones de derrota. “Les dicen que la próxima vez pongan más huevos, por el honor del clubâ€, nos explica Juan José Shukuya, argentino de origen japonés que vive en Kobe y es hincha del Vissel. Los jugadores escuchan con estoicismo el escarmiento verbal y se despiden inclinando la cabeza, con un “sumimasen†(disculpas) que los redime. Se van aplaudidos.
A la salida, un puñado de empleados del club organiza la desconcentración de 20 mil personas, que se produce en pocos minutos sin que los vecinos del barrio se enteren. Un policÃa nos dice: “Arigatoo gozaimasuâ€. Que significa “Muchas gracias por venirâ€.
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