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Jueves, 18 de febrero de 2016
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Acerca de los Rolling Stones

Cuando fuimos los mejores

No están en esto sólo por la plata, están en esto por cosas como las que ocurrieron en La Plata. Mick, Keef, Charlie, Ronnie y la inspiración.

Por Luis Paz
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Desde el país más stone de todos

Hace mucho mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana, conocida como la era dorada de la música pop, cuando casi todo estaba aún por ser fundado y ameritaba hacerlo rápido porque el juego subía su vara a diario, mentes maestras nos convencieron de que los Stones eran una banda indispensable, quizás la más importante en la historia del rock como espectáculo. No fue un sello, no fue un promotor, no fue el editor de una revista. Fueron Mick Jagger y Keith Richards, y todos los demás también (Brian Jones, Charlie Watts, Bill Wyman y Ron Wood, incluso Mick Taylor), pero básicamente Mick & Keef, quienes lo demostraron componiendo, produciendo, actuando, vendiendo y amplificando algunas de las canciones más fabulosas de todos los tiempos, con la sexualidad de la música negra, la cabalgata del rock and roll, el bajofondo blusero, el estallido psicodélico y marketing de popstars.

Desde entonces y durante más de medio siglo –el doble de tiempo que llevan Los Simpson al aire, y por eso el chiste del “Steel Weelchair Tour 2016” la tiene bien adentro–, los Stones sacaron discos que, con vasta ecuanimidad, resultaron a veces fenomenales, en ocasiones discretos. Pero lo hicieron, con el mismo heroismo y la misma comodidad de otros de su generación que laburaron cinco décadas de lo mismo. En general, nos resulta extraño. La mayoría de las bandas que generacionalmente nos ocupan a los sub-30 se han desensamblado, guardado en boxes, peleado, ablandado o vendido. Hacer lo mismo todos los días durante 50 años suena a infierno en vida. Pero estas majestades satánicas lo hacen. ¿Tocar Brown Sugar, Miss You, Let’s Spend The Night Together o Paint It Black a diario? Ese infierno está encantador.

Sus shows en La Plata ya pasaron. Del último hacen ya cinco días. Hubo mil informes en torno de la ovación de 10 minutos a Richards o sobre los paseos recoletos de Jagger, algunos cálculos socioeconómicos acerca de las 150 mil personas que fueron a sus tres recitales, un muerto durante un intento de robo de la recaudación por la venta de bebidas, una cantidad industrial de desmayados, bombachas mojadas, faso prensado, latas de birra apretujadas, rolling selfies y videos de youtube filmados como el verdadero culo.

¿Qué queda? O nada más queda o queda todo por delante. Que cada cual elija. O llorar por el acecho del fin de estas bandas fundadoras –no parece haber mucho más margen para que Charlie Watts siga tocando en vivo, a decirlo de una vez– o reir en el armado de tu banda. Que no va a ser como los Stones ni los nuevos Beatles, no va a llenar estadios, garcharse modelos, pegar la mejor falopa del sistema solar ni tener tanta onda para tocar dos o tres huevadas –porque vamos, algunos temas stones son “dos o tres huevadas” juntas, pero es el hueveo de los dioses–. O le envidiás la nariz a Keef o preferís su mano derecha. O te flasheás con el pelo de Ronnie o aprendés de su dinámica en el escenario. Y o te sobresaltás por las mejillas cuarteadas de Mick o te dejás embobar por el artista más profesional de la historia.

Los Rolling Stones siguen siendo, por un camino o el otro, una inspiración. Capaz que los últimos discos que sacaron no interesan mucho, que lo último excitante en uno de sus videos fue Angelina Jolie en Anybody Seen My Baby?, que sus últimas noticias fueron caídas de cocoteros y noviazgos con mujeres de las cuatro décadas menos. Pero aún así, salen al escenario y te hacen temblar el orto. Estos diablillos, autores señalados de atroces, guarras, indecentes y politóxicas salvajadas, aún sobrepasan el umbral de dignidad estándar de la industria que crearon y que ahora los contiene, a menudo intentando exprimirlos, sin que ellos lo habiliten. O eso parece. Al final, lo cierto es que “no siempre podés conseguir lo que querés”. Yo cuando sea grande quiero ser como los Stones. No por el pelo de Ronnie, la nariz de Keith, la panza de Jagger ni la entereza de Watts, sino por su dignidiad en la obra. Aprender a tocar Satisfaction en guitarra es una pelotudez. No fue lo que hizo de los Rolling Stones lo que son, la banda viva más importante.

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