Jueves, 28 de marzo de 2002
Convivir con virus
Por Marta Dillon
Como una caricia en un dÃa de furia, su luz me dejó desarmada. Fue como si me hubieran robado un beso, quedé ahà plantada con la boca abierta, temblando, la garganta seca por la sorpresa, los brazos desarticulados como una muñeca rota. Y sin embargo no sucedÃa nada extraordinario, sólo la luna blanca sobre los techos de chapa de los conventillos, la luz violeta del atardecer en La Boca; y un resto de vergüenza por todo lo que no puedo ver con las anteojeras de la angustia. Yo solÃa conocer las fases de la luna, solÃa esperarla en los cuatro puntos cardinales de mi horizonte, según el dÃa, según la hora. SolÃa apurarme para llegar al rÃo el dÃa exacto en que la luna sale llena justo después de que se ponga el sol. HabÃa descubierto un mirador perfecto para asistir a los dos fenómenos con sólo girar la cabeza, al oeste la puesta del sol, al este la luna roja y pesada como una ballena surcando el mar desconocido del espacio. Pero me habÃa olvidado. Me habÃa olvidado que hoy, por ejemplo, el exacto dÃa en que esta columna está en la calle, más o menos a las ocho de la noche, la luna va a salir otra vez, indiferente a todo, con la persistencia de las cosas que permanecen. Tengo buenas excusas, es cierto. Intento hablar de otras cosas, intento despejar este nubarrón que nos persigue buscando ese lugar bajo las estrellas que tanto escasea, compartiendo una botella, una conversación frÃvola y necesaria. Pero no es fácil. Cumplo con mi obligación ciudadana sin demasiado entusiasmo. No quiero ser pesimista, pero me amarga sentir que un grupo de supuestos iluminados –llámense militantes de partidos de izquierda tradicional– nos andan corriendo a todos por izquierda como si fuéramos bebés de pecho que sólo tenemos que repetir lo que ellos creen una verdad revelada. Igual, no hay otra manera que persistir. No queda otra que seguir poniendo el cuerpo, aunque el Partido Obrero o el PTS, por nombrar algunos, se crean los dueños de la calle y el mismo 24 de marzo hayan cerrado la Plaza de Mayo con sus palos, como si tuvieran que defenderse de la gente que no corea sus consignas. Son un dato menor, es cierto, pero qué hinchapelotas. Qué ganas de joder, qué ganas de quitarnos la posibilidad de averiguar qué es lo que queremos, cuánto más difÃcil es pensar, dialogar, discutir, con la música de fondo de sus sentencias cerradas. Es un dato menor, es cierto. Es un dato menor frente a la insistencia de las voces en el teléfono, preguntando dónde hay un banco de drogas solidario que cubra la falta de medicamentos antirretrovirales que ahora no se consiguen ni siquiera pagando. ¿Alguien sabe dónde están esos bancos? ¿PodrÃan informarlo asà lo publicamos? Es un dato menor frente a todo lo que sucede y a lo que ya no podemos ser indiferentes. ¿Cuánto tiempo más seguiremos hablando de la crisis? ¿Cuál es el fondo del abismo? ¿Se tratará de esta sorpresa al descubrir que siguen ahà algunas de las cosas que sabÃamos que nos hacÃan bien y habÃamos olvidado?
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