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Jueves, 19 de febrero de 2015
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Una pornstar local analiza la peli

DOMINO

Por Hernán Panessi
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Lorena Mexy sabe que los libros siempre son mejores. Son las cinco de la tarde del jueves del estreno de 50 sombras de Grey y la peli ya copó la atención pública. En la sala 6 del Monumental Lavalle hay al menos diez personas deseosas de acción. Y Lorena Mexy, aunque reniegue, también anda en ésa. Es la pornstar #1 de la factoría Víctor Maytland, una suerte de Jenna Jameson nac & pop. Pero, además, es fanática del BDSM y participó de sesiones bien chanchas. “Del BDSM me atrapa lo humano”, dice.

En la sala hay más mujeres que hombres. Y hace calor. Mucho. Tres amigas rollizas se acercan rozagantes con sus pochoclos. Quieren prenderse fuego. Comienza la película y el apellido “Wasco” ya genera risas. “Ay, está re bueno”, dice Lorena, regalándose ante el facha de Grey. Entre los títulos, se cola la musiquita de Tinker Bell, que es proyectada en la sala contigua.

Primer dato: Grey es millonario y, según Mexy, éstos en general buscan ser sumisos, nunca son como en su mundillo de negocios. Sobre la pantalla, una historia digna de Corín Tellado. De este lado, la voz ofuscada de Mexy que escupe que esto es porno como para su mamá. Y en la dialéctica Grey-Anastasia no hay desafíos posibles: ella es sumisa y él puede conseguir lo que quiera. Segundo dato: los amos, usualmente, no se cogen a sus esclavos. En 50 sombras de Grey, él la hace debutar y, acto seguido, vuelan en helicóptero. “Es verdad, cuando salís con alguien con plata te muestra cosas terribles para ostentar”, agrega la actriz. Grey abre el cuarto de juegos y hay más utensilios que en la cocina de Master Chef. “Yo no hago el amor, yo cojo”, expresa. “¡Eso digo siempre!”, se suma Lorena en un gesto que podría cuajar perfectamente en el running commentary del DVD.

Y por ahí anda una versión sado y light de 9 semanas y media. El le saca la ropa y ella, debajo, tiene un bombachón de abuela. El porno es lengua. Acá no hay. Cogen como en una película. El diálogo que viene es conmovedor: “¿Cuántas mujeres se han quedado acá?”, pregunta Anastasia. “Quince”, responde Grey. “Uh, ya le empieza a romper las pelotas”, agrega Lorena. Tercer dato: él fue sumiso y ahora es amo. Pero en general, el rol del BDSM no cambia: difícil que se evolucione como un Pokémon masoquista. La búsqueda del placer está en el lugar elegido, dominante o dominado.

“Esto es de Walt Disney: todavía no le dio ni un cachetazo”, se queja la blonda XXX sentada con sus patas abiertas en su butaca. Como en la canción, ella quiere látigo. Lorena Mexy asegura que nunca le pasó eso de calentarse tanto no bien la ataban. A Anastasia, en cambio, le pasa todo lo contrario. Vuelven a coger y él la mira mimoso. “Veo esta escena y pienso que Grey quiere que le rompan el culo”, dice Lorena. Mientas tanto, 50 sombras de Grey muestra su hilacha: es una película romántica que incursiona evanescentemente en el sado. “¿Te dolió?”, pregunta Grey después de un latigazo suavecito. Sin embargo, el sado no pregunta. El sado pega.

No hay cueros ni tachas. No hay agarres de los pelos ni escupitazos ni tampoco cachetazos. “Ayer tuve sexo más fuerte”, carajea la pornstar. Pero la vida es la vida y el cine, bueno. Así las cosas, esta Romeo y Julieta con un látigo y dos sogas se convierte en un artefacto tramposo: promete y da con cuentagotas. La temperatura va subiendo. En el cine. Sólo en el cine. A la sazón, en la pantalla, la carne sobre carne pega el faltazo. Y tanto protocolo sexual, tanta burocracia del mete y saca, tan poca varita y ni hablar de magia, hace apuntar una sola cosa: 50 sombras de Grey se erige tibia –con perdón de los de Hogwarts– como una Harry Potter para mamis con fiebre. “Mi primera vez fue más violenta”, aniquila Mexy. Y se va.

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