Lo recuerdo con mucho afecto. Fue el proceso de realización más intenso de mi vida, con más satisfacciones, y donde me sentà más consumido, fÃsica, emocional e intelectualmente. Era un sueño de adolescencia que se presentó brumosamente desde el fin de la secundaria: hacer una historia sobre la amistad, con una atmósfera iniciática, al tiempo que explorara la conflictiva interna de su protagonista, una suerte de Raskólnikov porteño de clase media, atormentado y confundido. Fue un hecho feliz, una experiencia colectiva bastante extrema. Siento que no la podrÃa volver a transitar de esa manera. A veces sentà que la lÃnea que separaba lo que estábamos retratando era delgada: muchas veces amenazó con borrarse y dejarnos inmersos en esa violencia. Algo bueno que tuvo el proceso, que a su vez originó su peor cara para mÃ, fue la escritura de los guiones. Estuvieron retrasados respecto del resto, y al arrancar la preproducción tenÃamos sólo dos escritos. Esto hizo que el desarrollo de lo que escribÃamos empezara a ser influenciado por el proceso de producción, y ganó en verdad y espontaneidad. Cuando el programa salÃa al aire, la filmación empezó a devorar guiones y la escritura se tornó acuciante. En el final ya era desesperante. EscribÃamos a contraturno de la filmación y de cualquier forma. Terminamos escribiendo en filmación la escena siguiente a grabar. El último capÃtulo fue escrito la misma noche en que lo filmamos. Después de Okupas quedé un año sintiéndome mal, fatigado, con fiebre, pero feliz. En aquel momento y ahora, tengo la sensación de que todo salió bien. Fue un proyecto con una estrella que nos guió a través de situaciones que podrÃan haber terminado de cualquier manera.
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