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Domingo, 8 de febrero de 2015
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Un artista elige su obra favorita. Leonardo Cavalcante y “Visita a la Casa del Coleccionista”, de Provisorio Permanente

CON LOS CINCO SENTIDOS

Por Leonardo Cavalcante
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De las obras que pude ver en vivo, “Visita a la Casa del Coleccionista”, del colectivo de artistas Provisorio Permanente, fue la que más me conmovió. A nueve años de haberla visto, siento que se instaló en mi memoria como una especie de sueño, provocándome una mezcla de fascinación y asombro que aún perduran en mí. En ese sueño, jamás pude volver a reconstruir íntegramente la obra, pero aisladamente puedo recordar algunas escenas y rearmar fragmentos de aquella experiencia.

Probablemente mi afinidad con ella tenga que ver con mi historia personal, ya que mi adolescencia transcurrió en el barrio de La Paternal, el mismo barrio donde funcionaba la Casa del Coleccionista. Cursé mis estudios secundarios en una escuela industrial de la zona, rodeado de mecanismos precarios, analizando leyes de la física, estudiando materiales utilizados en la industria y empezando a entender el funcionamiento de los motores con los que nos relacionamos en nuestra cotidianidad. Recuerdo que en el último año comencé a leer el Nunca más. Esos relatos tan crudos y tenebrosos sobre el comportamiento humano produjeron un impacto muy siniestro en mí, dejándome una mezcla de sensaciones muy oscuras. En la obra de Provisorio Permanente sentí que se filtraba un poco el clima de esos relatos. Había algo oscuro, tenebroso, y los mecanismos que armaban me hacían pensar en elementos de tortura utilizados en la década del ’70 en Argentina. Supongo que hay algo generacional entre los autores y yo, ya que todos hemos nacido entre 1976 y 1983. Creo que la visita a la Casa del Coleccionista mezclaba de manera metafórica esas tensiones que daban vueltas en mi cabeza, disparando mi imaginación de manera totalmente inédita.

La Casa del Coleccionista funcionó entre 2004 y 2007 en la calle Paysandú 1936, en una casa particular intervenida específicamente. Sólo podía visitarse los días viernes a la medianoche, con cita previa a través de un e-mail donde se daban las indicaciones para estar a una hora y en un lugar determinados, exactamente en la esquina de Paysandú y Luis Viale. Allí habría que “esperar al Dany”. Desde el momento en que me llegó el mail de invitación empecé a imaginarme lo que pasaría en aquella casa. Cuando acudí a la cita me di cuenta de que ese mismo mail había sido enviado también a otras personas. Eramos un grupo de siete esperando en la esquina acordada. Apenas llegó “el Dany” nos preguntó si estábamos citados para la casa de Luis, nos pidió $ 10 y nos dijo una especie de contraseña: “Esperen acá al conejo”. Durante unos minutos nos quedamos parados y en silencio, en una esquina, sin ningún tipo de indicio o característica que la hiciera diferente de cualquier otra esquina. De repente alguien disfrazado de conejo pasó corriendo por la vereda de enfrente, haciéndonos señas para que lo siguiéramos. Así comenzó la obra: corriendo con un grupo de desconocidos tras un tipo disfrazado de conejo.

Apenas ingresé a la casa un personaje extraño vestido de negro nos sirvió un vaso de vino. A modo de tren fantasma fui recorriendo las habitaciones, atravesando situaciones en donde los autores experimentaban con distintas disciplinas como video, música, objetos, textos, muñecos, máquinas luminosas y teatro de sombras. Los materiales eran muy diversos pero en general tenían que ver con desechos industriales o inventos con un carácter Dadá. Habían utilizado motores, resortes, maderas encontradas en la calle, pequeños objetos intervenidos, luces de distintos tamaños, grabaciones caseras, relatos en voz alta y en distintos idiomas, títeres y muñecos, sonidos extraños, etc. Era casi infinita la cantidad y tipo de materiales que pude ver a lo largo del recorrido. El tiempo de duración de toda la obra era aproximadamente de 70 minutos y estaba dividida en cinco “instalaciones”. Los pasajes entre las distintas escenas se daban de manera original; en algunos casos los espectadores debíamos descubrir cuál era el camino a seguir, en otros éramos guiados por una persona de extraño comportamiento que nos agarraba de las manos y, llegando al final del recorrido, debíamos meternos dentro de un placard para descubrir el pasadizo que nos conducía al último de los escenarios donde estaban instaladas unas 6 o 7 maquetas que contenían pequeños relatos: un muñeco perseguía a un auto en una pista de madera, un tipo con una cabeza rara arreglaba un artefacto, un títere jugaba cerca del techo... La visita a la Casa del Coleccionista transcurría en un clima de narración misteriosa. Uno tenía la sensación de que algo podía fallar en algún momento, que no todo estaba controlado, y eso le daba un aire anárquico que me atraía particularmente.

La extrañeza en un ámbito cotidiano y la incertidumbre frente a lo que está por suceder siempre me parecieron dos sensaciones muy poderosas. Esta obra de Provisorio Permanente corrió de manera contundente los límites de lo que yo entendía por arte hasta ese momento. En la facultad había estado estudiando a los viejos maestros y, si bien algunos me conmovían mucho, sentía sus temas y materiales un poco distantes de mis intereses, distancia que se acentuaba porque la mayoría de las obras las conocía a través de libros y no podía tener una idea precisa de su materialidad. Estar dentro de una obra que incluía el sentido de la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto en distintos momentos del recorrido, me parecía entonces una sensación totalmente novedosa. También en ese tiempo, durante los primeros años de la carrera, hablábamos bastante en la facultad sobre la dificultad de los artistas para generar dinero para producir sus obras. En este sentido Provisorio Permanente cobraba un dinero simbólico, una entrada para ver la obra, generando una pequeña fuente de ingreso que les permitía continuar produciendo y experimentando. Me pareció una estrategia muy honesta y original.

En el IUNA había entrado en contacto con Eduardo Basualdo y Hernán Soriano (ambos integrantes de Provisorio Permanente). Así fue como me enteré de la existencia de la Casa del Coleccionista y que incluso tuve la oportunidad de actuar en la obra personificando al conejo. Recuerdo haberme divertido mucho. Pude ver la obra desde adentro, y sentir que todo transcurría de manera muy fluida pero a la vez sin un control permanente del tiempo y de cada detalle. Si bien seguía una estructura, no siempre se daban las cosas de la misma manera, ya que dependía de las actitudes de los espectadores.

Hoy en día, si bien mis intereses se han expandido, me siguen atrayendo mucho las propuestas que interactúan con el espectador creando una mezcla de extrañeza, incertidumbre y una conexión con algo que está más allá de mi entendimiento.

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