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Domingo, 12 de abril de 2015
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Un músico elige su canción favorita: Axel Krygier y las Gnossiennes, de Erik Satie

EL ABSURDO Y LA BELLEZA

Por Axel Krygier
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Sucedió cuando yo tenía 15 años, hacia fines del año 1984 durante una exposición de Renata Schussheim en el Centro Cultural Recoleta. Una música sonaba en loop, arrobadora e inquietante. Estaba con Marcia, mi hermana mayor, con quien solíamos juntarnos a escuchar la música que nos habilitaban sus amigos más grandes. Ella también había caído en ese efecto, y cuando uno de nosotros hizo un comentario respecto de lo que sonaba, ya no pudimos detenernos. Teníamos que saber de qué se trataba esa música increíble y rara. Dimos unas vueltas nerviosos por no saber a quién preguntar, pero de algún modo la respuesta llegó: Erik Satie; luego supe que se trataba de la “Gnossienne nro 4”. Como fan de Seru Giran que había sido, sabía que Charly García, presente en alguno de los cuadros de la exposición, le había dedicado su exquisito tema “20 trajes verdes”.

No me fue posible encontrar a Satie en las disquerías, así que aprovechando que mi madre viajaba, le rogué que me trajera algo del compositor en cuestión.

Al recibir el cassette, no supe qué pensar ante la desconcertante fotografía de tapa: un señor vestido con un equipo de gimnasia y una remera que en grandes letras negras decía Erik Satie. Superando la desconfianza, me sumergí en la obra para piano solo del gran maestro, a través de las manos de Daniel Varsano, tal el nombre del intérprete.

Supe también que mis piezas preferidas, las Gnossiennes y las Gymnopédies, fueron compuestas cuando Satie tenía entre 22 y 25 años; eso me motivó a intentar por mí mismo la composición de piezas para piano.

Tanto temí el nunca llegar a dominar la composición (temor que se confirmó) que, siguiendo el ejemplo de mi amigo y maestro Alejandro Terán, cuyo aspecto en esos tiempos era de lo más satiano, decidí dejar el colegio para dedicarme de lleno a su estudio. Hasta el momento yo arañaba las teclas, estudiaba flauta traversa y tocaba en un par de grupos, pero aún no me había atrevido a hacer sonar mis propias ideas. Junto a Violeta Gainza, mi primera maestra de piano y guía de composición, convinimos en que la primera obra a estudiar sería la “Gnossienne nro 1”. Al mismo tiempo que descifraba esas melodías, comencé a componer modestamente pequeñas piezas, imitando la sensación de desencaje que me provocaban.

La serie se llamo “Satianas” y son algo así como mi Opus nro 1. En ellas está de forma rudimentaria todo lo que hice luego, mis propios “embriones disecados”.

Satie se convirtió entonces en un ídolo cuasi pop para mí y mis amigos. Poco a poco fuimos conociendo su relación con los surrealistas, su participación en el film Entreacto, de René Clair, y su influencia sobre Ravel y Debussy. A pesar de que Satie desarrolló una obra enorme y compleja, son aquellas primeras obras, simples y perturbadoras, las que tuvieron un impacto más hondo en mí. Me hace pensar en Artaud, de L. A. Spinetta - Pescado Rabioso, con perdón del salto espacio-temporal, donde es tal la profundidad y la crudeza, que se marca un hito en la obra que resulta luego insuperable.

No por nada las Gnossiennes impactaron fuertemente en el pop; fueron citadas por Malcom McLaren en su increíble Paris, hechas cumbia por los franceses de Chicha Libre, rebetizadas por Daniel Melingo o llevadas al club por DJ Dolores, por citar algunos casos.

Para mí son obras compuestas por revelación, confrontando la belleza y el absurdo, iluminando a aquel que las escucha.

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