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Domingo, 17 de diciembre de 2006
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Una visión del mundo

Un actor elige su escena de película favorita: Albert Finney y Tom Courtenay en La sombra del actor, por Osqui Guzmán.

Por Osqui Guzman

Ronald Harwood declaró en la época de estreno de la película que el guión que escribió para la obra de teatro en la que se basa El vestidor (The Dresser, 1983) estaba inspirado en sus propias experiencias como vestuarista de Donald Wolfit, un notable actor shakespeareano. El director de la versión cinematográfica, Peter Yates, contaba para entonces con cierta experiencia televisiva (en programas conocidos como Danger Man y El Santo) y un par de buenas películas en su haber: Bullitt, con Steve McQueen, y La guerra de Murphy. En 1983, el crítico norteamericano Roger Ebert escribió sobre la película en el Chicago-Sun Times que “es una maravillosa colección de saberes, detalles y supersticiones teatrales (tales como la creencia de que es de mala suerte decir el nombre “Macbeth” en voz alta en lugar de “la tragedia escocesa”). (...) Este es el mejor tipo de drama, que nos fascina en la superficie con color, humor y detalles esotéricos, y revela la verdad que yace debajo”.

El vestidor fue nominada al Oscar en cinco categorías: Mejor película, Mejor director (Yates), Mejor guión adaptado (Harwood), Mejor actor protagónico (Tom Courtney y Albert Finney).

Festejada en el momento de su estreno por las actuaciones de Tom Courtenay y Albert Finney, La sombra del actor (también conocida como El vestidor, la traducción literal de The dresser) cuenta la historia y la histeria de un crecido actor clásico y la compleja relación que él mantiene con su asistente Norman, que lo estima y padece durante una gira por Inglaterra, en plena guerra contra Alemania.

Hay dos escenas de la película que para mí fueron muy significativas porque hablan de mi profesión de una manera muy fuerte, y con las que llegué a identificarme. En una está el actor, muy shakespeariano, que está haciendo el Rey Lear. Y le da un ataque y lo empieza a agarrar de las solapas a su asistente, al vestidor. Lo zamarrea y le dice que no quiere más ponerse ropa que no es suya todas las noches, que está harto de pintar su cara. Y también le dice algo así como “¡Si me quieres de verdad no me escuches!”. Lo arroja al piso, así, con violencia. Se pone el sombrero, sale del cuarto y ve a todos los otros actores de la compañía que estaban escuchando los gritos. Ese ataque le había agarrado porque no se acordaba el primer texto: “¡¡Llevo 400 representaciones –no me acuerdo el número exacto– del Rey Lear y no me acuerdo la primera línea!!”. Todo esto se lo dice a su asistente.

Hay otra escena en la que este actor tiene que salir al escenario y le dan el pie y él no sale, se queda acostado vestido de rey, entre bambalinas. Y le gritan: “¡The kiiiiing is coming!”, y nada. Lo repiten, y él se levanta y se sienta de golpe, y no sale. Entonces uno de los actores empieza a improvisar. La película transcurre durante la Segunda Guerra Mundial. Le dan de vuelta el pie, le dicen: “Por favor salga, salga, salga”, se escucha una bomba fiuuuuú que explota en el techo del teatro y de ahí cae polvo de ladrillo. Cuando cae eso, el actor se pone de pie. El asistente le dice: “Supervivencia, supervivencia”. Y él sale, llevado por el impulso: un impulso de resistencia.

Para mí son muy emblemáticas de lo que es ser actor. La primera vez que la vi estaba en el primer año del Conservatorio. Me la presentó Horacio Guevara, que era muy amigo mío y falleció. Hacíamos una revista juntos que se llamaba Erdosain en la que yo escribía cuentos; él me enseñó a escribir, le leía en voz alta y me corregía.

Lo que me gusta de la primera escena, cuando él se planta, es esa cosa muy de los actores... Hay un momento, hay algunos días, en los que uno a veces dice “Uf, otra vez”: pintarse la cara, ponerse algo que no tiene que ver con uno. Son momentos en los que uno cae en lo poco habitual que es dejar de ser uno para convertirse en un personaje. Momentos en los que uno para y le cae la ficha de lo extraño que es. O también pasa algún domingo, por ejemplo, que venís de un asado y te preguntás: “¿Qué hago acá poniéndome esta ropa?”, o sabés que hay un cumpleaños o un bautismo y no podés estar. Decís: “Me dediqué a esto, estoy muy contento de estar haciendo teatro, trabajando en mi profesión, pero al mismo tiempo ¡por una función tengo que faltar al casamiento de un primo!”. Por suerte están los asistentes o los maquilladores que te hacen seguir con esa rutina.

La escena de la guerra es muy clara para nosotros: esa resistencia cultural frente a los avatares de todo tipo que hay en el país. Es como que escuchamos caer la bomba y ahí nos levantamos. A mí me llena de orgullo la verdad, los actores siempre estamos muy comprometidos. Yo creo que lo único que hace de nuestro oficio una profesión es una manera de ver la vida, saber que no es solamente una herramienta de trabajo.

Además de ser el compañero de Rodrigo de la Serna y Rodrigo Noya en Hermanos & detectives, Osqui Guzmán está presentando Variedades antinavideñas, obra que dirige y protagoniza –todo junto a Leticia González– alrededor de las escenas típicas de estas fechas “festivas”.

El 22 y 23 de diciembre, a las 23 hs. En el Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Reservas: 4863-2848 (A confirmar: 29 y 30)

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