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Domingo, 4 de febrero de 2007
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Una artista elige su obra favorita: Valentina Liernur y Terminale Erfrischung, de Albert Oehlen

Sentada en un banco de neblina

Por Valentina Liernur

En este momento llevo un tiempo como fan de un “libro” que es en realidad el catálogo de una muestra. En general no me detengo mucho frente a una imagen que me deslumbra porque me genera demasiada ansiedad. Más bien tiendo a mirarla fugazmente pero repetidas veces. Estos dos trabajos que elegí son parte de los 65 collages y 29 pinturas (en blanco y negro) que componen Terminale Erfrischung, que quiere decir algo así como “refresco terminal”, o “terminal refresco”, realizada en el 2000 en la Kestner Geselschaft de Alemania.

A mis ojos tendenciosos les fascina todo, absolutamente todo, lo que Albert Oehlen propone en los 94 trabajos de esa muestra. Me parece que es un artista que, más que estar recapitulando constantemente lo que fue, inventa lo que viene mientras se catapulta a sí mismo y al espectador hacia afuera de las escuelas. En el texto del catálogo hay una cita de Gertrude Stein que me gustó mucho: “Yo soy yo porque mi perro me reconoce, pero hablando de lo creativo, el hecho de que tu perro sepa quién sos y vos reconozcas que él lo sabe es lo que destruye la creación. Eso es lo que establecen las escuelas”. Y es interesante porque al mismo tiempo los collages-posters de esta muestra tienen algo de propaganda, podrían pensarse como propagandas de partidos políticos u organizaciones sociales, o criminales. Hay un paralelismo en la cantidad de “ilusión de contenidos” que ofrecen las obras y las propagandas.

En una reportaje le preguntaron a Oehlen cuáles son las diferencias entre las pinturas y los collages, y su respuesta fue que la única diferencia que encuentra radica en el “tiempo de la acción”. Eso es algo que a mí me gusta mucho de la pintura en particular: le ofrece al espectador el tiempo de ejecución, el tiempo de trabajo, pero también el tiempo que toma ver el trabajo. Como espectador tenés una especie de “tiempo libre”: a veces te toma cinco segundos, no te obliga a estar sentado 40 minutos, pero a veces te pasa exactamente lo contrario: puede tomarte una semana ver un Papá Noel sin piernas que hay en una de sus pinturas.

Sus collages y pinturas en blanco y negro ofrecen una red de lecturas disléxica, abierta y disponible... algo así como un diccionario de señuelos, o un teclado de partículas de imágenes. Alguien sugiere que estos cuadros son “como esos bancos de niebla que aparecen cada vez que uno espera un argumento”. Uno de esos bancos está frente a mí ahora mismo, cuando intento justificarme.

Estas pinturas en blanco y negro son extraordinarias, son orgánicas y parecen más pensadas y diseñadas que sentidas y recordadas; son distantes y parecen gestuales, pero es mentira, porque son endiabladamente especulativas y racionales. Tienen algo que se muestra, pero no se explica, que se desenlaza pero que no dogmatiza o aclara nada: es como el edificio de cuatro pisos que se desmorona en Venecia durante 15 o 20 minutos, al final de Casino Royale, la última de James Bond. Es algo que no tiene sentido, pero que no me importa: no quiero que me expliquen nada, la estoy pasando bomba y me encantaría que siga por media hora más. Me parece que estos trabajos tienen ese tipo de procedimiento: veo cosas y las acepto. No quiero entender, sólo quiero que me muestre más cuadros. Cuando veo Terminale Erfrischung pienso en algo que leí en un reportaje al pintor Tal R: “La pintura es un medio zombi; como pintor sos un poco como un tipo en disfraz de tigre llegando a una fiesta tecno. Tu código es anacrónico, pero aun así quizás tengas el mejor paso de baile en la pista...” Y me parece que Oehlen baila súper, como Kate Moss en el video I Just Don’t Know What To Do With Myself.

Ball shaped hairstyle/kugelfrisur, 1998
79-2000, 1998
Albert Oehlen

Nació en Krefeld, Alemania, en 1954. Se graduó en Hochschule für Bildende Kunst de Hamburgo, en 1978. Asociado a la escena artística de Colonia, fue miembro de Lord Jim Lodge, una autoproclamada “sociedad secreta” fundada por el artista austríaco Jörg Schlick, junto a Martin Kippenberger y Wolfgang Bauer, y cuyo slogan reza: “Nadie ayuda a nadie”.

Las obras de Oehlen suelen emplear combinaciones de colores conscientemente disonantes y formas extrañas, de apariencia inconclusa. Oehlen exagera y distorsiona las tradiciones de la pintura abstracta, rompiendo sus reglas para descubrir sus mecanismos de funcionamiento. La suya es una estética del exceso y la indulgencia; el propio artista ha definido su estilo en estas palabras: “Nos resistimos a negar la dependencia directa y la responsabilidad del arte con la realidad y, por otro lado, no creemos que el arte tal como lo conocemos tenga ninguna oportunidad de producir un efecto, así que sólo queda una posibilidad: el fracaso”. Si para Oehlen el artista está atrapado, sólo le queda por hacer una cosa: representar su propia trampa.

Cuatro años atrás, en una entrevista con Eric Banks para la revista ArtForum, Oehlen contó que el grupo de artistas al que pertenecía en los ’80 se sentía “muy independiente, porque nos oponíamos a la imagen que teníamos de la pintura en aquel entonces: nuestra gran ventaja era que no conocíamos a la Transavanguardia Italiana; que los conocimos recién cuando se volvieron muy famosos, así como a Julian Schnabel y otros norteamericanos. Por lo tanto, hasta entonces nos veíamos a nosotros mismos tan sólo en oposición al arte burgués. Pensábamos: estamos afuera, así que debemos crear nuestra propia escena, nuestras amistades y nuestras historia”.

Desde fines de los ’90 Oehlen toca en su banda psico-conceptual Red Krayola, y en Van Oehlen. Actualmente vive y trabaja en Bizkaia, España.

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