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Domingo, 18 de marzo de 2007
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Un pintor elige su pintura favorita: Fabio Kacero y The Fairy Feller’s Master Stroke, de Richard Dadd

Sueño de una tarde de verano

Por Fabio Kacero

Preguntarse delante de una pintura por el tiempo que le habrá llevado al pintor pintarla podría parecer casi tan ocioso como preguntarse, por ejemplo, si Rembrandt pintaba con la boina puesta o si Cézanne comía las frutas de sus naturalezas muertas. Incluso en una época en que los procesos no se barren debajo de la alfombra de la obra —es más, la alfombra puede no estar, y el proceso ocupar su lugar sin ruborizarse—, tales inquisiciones cronométricas mantienen su puesto dentro de lo irrelevante o de lo no pertinente. Pero no es éste el caso para The Fairy Feller’s Master Stroke (que podría traducirse como “El golpe maestro del leñador-duende”). Y he aquí el dato: demoró en pintarse nueve años, ¡y aun así es una pintura inconclusa! Si tomamos las medidas de su pequeño formato, 54x39 cm, y las cruzamos con sus años, tenemos una velocidad crucero aproximada de un cuadradito de 15x15 centímetros por año.

Esta extrema morosidad pintada ocurrió en una celda acolchada del hospicio de Bethlem, entre los años 1855-1864, y el hombre que la ejecutó —el pintor victoriano Richard Dadd— perdió la razón en un viaje por el cercano Oriente, donde escuchó, después de estar cinco días pegado a una pipa de agua, el mensaje del desmembrado dios Osiris que le ordenaba salir a despedazar gente por ahí. Confeccionó una lista de víctimas posibles que iban desde su padre hasta el Vaticano, y regresado a Inglaterra empuñó el hacha y procedió a descuartizar a su progenitor. Fue la primera y la última víctima de su lista; luego llegó la reclusión de por vida en el hospicio, y en la reclusión, la pintura, y en la pintura el hacha que se vuelve a levantar pero esta vez empuñada por un leñador-hada que no se dispone a mutilar a nadie, sino que se queda inmóvil en la inminencia de un golpe, cuyo destino es una de las tantas bellotas que pueblan el cuadro. O acaso ni siquiera le apunte a nada, apenas al vacío que hay delante de él.

Antes de cometer parricidio, la insania de Richard había sido diagnosticada como insolación o golpe de calor, curiosa atribución si se tiene en cuenta que entre la amalgama alucinógena y abigarrada de su pintura, una flor se prodiga: la margarita. Evidente emblema solar. Y pienso ahora en otra flor —simbólicamente equivalente— y en otro abducido por el sol (y en otras coincidentes manías mutilatorias). Pensaba en el Girasol y en Van Gogh. Y también aquí, de nuevo, una de las pocas velocidades de la historia de la pintura que cuentan, pero esta vez de signo contrario. Si a uno lo ralentó hasta el paroxismo, al otro lo aceleró hasta la febrilidad.

Hay algo en esa corte feérica que espera a que el leñador descargue su hacha, en ese mediodía alucinado atravesado de juncos y zarcillos, en ese alambicado friso (la mirada nunca cala en profundidad) de quemazón victoriana, algo que me asestó de inmediato su golpe maestro, con un dejo entre sueño de verano shakespeareano y jugo de amapola. (Qué extraño, nunca leí la comedia de Shakespeare ni nunca probé el opio.)

Dije antes mediodía, pero no estoy tan seguro. Creo que me indecisión lumínica-horaria podría resolverse estando delante de la pintura misma, y de hecho nunca vi en directo The Fairy Feller’s Master Stroke. O tal vez sí. Me explico: la pintura está en la Tate Galery, y yo estuve en la Tate, recuerdo, una lejana y fría mañana londinense de hace veinticinco años. De modo que es probable que haya pasado por delante de la pintura sin siquiera reparar en ella. Da lo mismo, aún no estaba ahí para mí. Y esta cuestión, el de las cosas que están presentes ahí, delante nuestro, pero que sin embargo no están disponibles a nuestra percepción, ya no es algo que le competa al insolado señor Dadd sino a un problema universal.

Y menos tiene que ver con Dadd, o con problemas universales, y sí con este encargo, la pequeña gracia que se me ocurrió el otro día mientras escribía. Pregunto: ¿cómo saluda un japonés a un admirador incondicional?

Respuesta: chau-fan.

The Fairy Feller’s Master Stroke (1855-1964) (Oleo sobre tela, 6.7 x 5.2 cm.) Tate Gallery, Londres

Richard Dadd (1817-1886) fue un pintor y dibujante de la Inglaterra victoriana que se especializó en obsesivas miniaturas de temas bucólicos y fantásticos. Desde muy temprano exhibió una gran habilidad para la pintura detallista y a escala, con la pequeña acuarela Retrato de una niña (1832). Su primer gran éxito fue Titania Sleeping, de 1841, que junto con Puck y Come unto these Yellow Sands (ambas de 1842) componen un conjunto de obras luminosas en las que las figuras humanas bailan desnudas en medio de la naturaleza. Poco después, emprendió un largo viaje a través de Europa y Medio Oriente, del que regresó en 1943 con un libro de bocetos de cabezas, nuevas figuras y paisajes diminutos, y varios síntomas inconfundibles de locura que lo marcarían por el resto de su vida. Sin que jamás se determinaran las razones, se había vuelto paranoico (creía ser perseguido por demonios), y su comportamiento se volvió cada vez más extraño e impredecible. Ese mismo año asesinó a su padre a cuchillazos, creyéndolo un demonio disfrazado. Escapó a Francia, donde intentó asesinar a un extraño, pero fue atrapado; pasó diez meses en un asilo francés y luego fue extraditado a Inglaterra, donde fue internado definitivamente en el hospital psiquiátrico de Bethlem, en Londres. Durante los 42 años siguientes siguió pintando en el encierro, “de memoria”.

Una de las obras maestras que produjo durante ese largo período de confinamiento fue precisamente The Fairy Feller’s Master Stroke, a la cual —-a pesar de haberle tomado 9 años de trabajo con lupa— consideraba inconclusa. Le había sido encargada por George Henry Hayden, que trabajaba en el Bethlem y, para contextualizarla, Dadd escribió un poema en el que puso nombre a cada uno de los personajes que aparecen en la miniatura, e incluía numerosas referencias al viejo folklore inglés e incluso a Shakespeare.

El artista alemán Signar Polke escribió un texto en el que traza paralelos entre la obra obsesiva del miniaturista inglés y la de Durero y rastrea sus antecedentes hasta el Bosco y Bruegel, en la manera en que cubría de figuras la superficie de sus pinturas. “En The Fairy Feller’s —escribe Polke— los elementos individuales parecen estar ligados por fuerzas invisibles. Es como echarse sobre la hierba y observar la naturaleza; Dadd dirige la precisión de su mirada a lo fantástico, llevado por su mente alucinada hacia niveles de invención cada vez más elaborados. Pero la hierba lo mantiene todo unido ópticamente.”

Queen compuso una canción llamada como el cuadro que alude directamente al poema y la pintura. La vida de Dadd inspiró una obra de teatro, y esta pintura en particular es citada también en varias novelas, incluyendo The Wee Free Men, de Terry Pratchett, y es mencionada en el comic de culto Sandman, de Neil Gaiman.

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