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Domingo, 15 de agosto de 2010
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La muerte y el pueblo

Por Ataulfo Perez Aznar
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Para empezar me gustaría aclarar que para mí es más importante la obra integral que la foto individual. Pero elegí esta imagen ya que creo que puede servirme como punto de partida. En ella, creo que Walker Evans logra en esta superficie de sales de plata sintetizar real y metafóricamente la condición humana. Es una foto sacada en 1936, en un pequeño pueblo llamado Bethlehem, en Pennsylvania, y Evans captura la existencia y los sueños de aquel pueblo, representando los anhelos y el sufrimiento de todos.

La magia de esta foto (sí, digo magia, más allá de que unos cuantos todavía cuestionen ese concepto vinculado con la fotografía documental) se debe a su alto poder de síntesis, que la trasciende. El artista recurre al encuadre como recorte de la realidad y esencia de la fotografía, es su mirada e interpretación personal, y nos acerca a ese pueblo y a sus habitantes, conduciéndonos a pensar en su gente limitada a nacer, trabajar y yacer en ese cementerio como principio y fin de su existencia. Nos demuestra la fuerza de la fotografía como medio de expresión, como interpretación y decodificación del mundo.

En su tiempo, a diferencia de Stieglitz, que surgió del pictorialismo, Evans fue un acérrimo defensor del lenguaje autónomo de la fotografía y su potencialidad creadora, sin necesidad de eufemismos ni manipulaciones. Sin lugar a dudas fue uno de los principales intérpretes y precursores de la fotografía moderna. Él fue quien advirtió y plasmó los cambios socioculturales de la sociedad norteamericana, que pasaba de un modelo rural a otro urbano, con profundos avances tecnológicos.

Mi historia con la fotografía empieza a los ocho años, cuando nació mi hermana menor y mi padre me regaló una cámara Gradosol 6 x 9, alentándome a fotografiar al bebé y a toda la familia. Desde ese momento mi vínculo con la fotografía fue intermitente hasta que, en 1976, producto de la persecución militar, tuve que dejar mis estudios universitarios. Es en 1977 cuando comienzo a acercarme más seriamente a este lenguaje visual, profundizando sus significados profundos, más allá de lo técnico. Tanto el discurso como la estética fotográfica se convierten en mi herramienta más efectiva y contundente para interpretar el mundo. Por ese entonces comprobé en carne propia que la realidad fotográfica argentina distaba mucho de estas posibilidades que yo había descubierto.

En 1979 llevé adelante mi primer trabajo personal en un viaje al nordeste de Brasil, en donde experimenté poder fotografiar con absoluta libertad (no clandestinamente como lo hacía en Buenos Aires). Al volver a Argentina descubrí que el único espacio para compartir mis fotografías era el Foto Club. Allí imperaba el esteticismo: imágenes de chicas con capelinas y babydoll, embarazadas y caballos blancos arrasaban con todos los premios y los aplausos.

Esto me aisló y me condujo a profundizar acerca de mi mirada y mis inquietudes fotográficas, las cuales se contraponían con los temas y la estética del momento. Entonces descubrí que también otros fotógrafos en la historia del siglo XX, tales como Cartier Bresson, Arbus, Frank y el mismo Evans, habían perseguido esa temática que tanto me fascinaba: la muerte como tema inherente de la condición humana.

Una foto como ésta de Evans puede ser el punto de complicidad para sumergirnos con el autor en ámbitos de ensueño, fantasías y tantos mundos como estemos dispuestos a imaginar y recorrer de su mano. Pero siempre desde nuestra perspectiva y cosmovisión, porque toda imagen va cargada de nuestro acervo cultural, en el más profundo sentido de la palabra.


Testimonio recogido por Mercedes Pombo

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