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Domingo, 2 de enero de 2011
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Un artista elige su obra favorita: Juan Pablo Cambariere y la bicicleta Rover Safety, de John Kemp Starley

Masa en movimiento

Por Juan Pablo Cambariere
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Estudié diseño gráfico en la UBA y Bellas Artes en la Pueyrredón, al mismo tiempo. En la UBA era el artista, en la Pueyrredón era el diseñador. En diseño no había problemas con que estudiara arte, a mis compañeros les resultaba divertido, enriquecedor; pero en la Escuela de Bellas Artes no causaba mucha gracia que me dedicara también al diseño gráfico, era como una especie de infiltrado, alguien que venía del otro lado.

Estando en el “medio”, siempre fui blanco de la misma pregunta: ¿cuál es la diferencia entre arte y diseño? Durante años respondía que no sabía, y me disculpaba por ser tan tonto, por no entender. Nunca comprendí esa frontera, nunca encontré a nadie que me diera una explicación satisfactoria que justifique la enorme muralla que existe entre ambas disciplinas.

Con los años me di cuenta de que esa frontera estaba impuesta sólo por el mercado, que simplemente existe un “mercado del arte” y un “mercado del diseño”, y si bien no tengo nada en contra del mercado, creo que sería absurdo tomarlo como eje para definir la esencia de una disciplina, o la esencia de mi trabajo, de lo que hago todos los días. Sería como definir la medicina explicando lo que es una prepaga, o la aviación según las ofertas de las líneas aéreas. Mejor no, ¿no?.

A nivel personal, sólo puedo diferenciar entre los trabajos que me conmueven y los que no. Los que me hacen sonreír, emocionar, pensar o los que no me mueven un pelo. Con mi obra me sucede lo mismo, no hago distinciones al encarar el diseño de la tapa de un libro o una muestra de marionetas. En ambos casos tengo recursos, posibilidades, limitaciones y objetivos diversos.

Es por todo esto que mi obra de arte favorita no es lo que convencionalmente se entiende como una obra de arte: es la bicicleta Rover Safety de 1887.

Creada por John Kemp Starley, es considerada la primera bicicleta moderna, es la primera en tener las dos ruedas (casi) del mismo tamaño y tracción trasera (cadena y engranajes), lo cual representó un avance enorme en cuanto a seguridad, maniobrabilidad y rendimiento. Ostenta una gracia y elegancia en sus formas y proporciones que no le hacen envidiar nada a la más maravillosa escultura de David Smith, de Calder o de Tingueli. No le falta ni le sobra nada, todo está armoniosamente en su sitio, todo en ella parece simplemente perfecto.

Vivo en un típico PH porteño, con el patiecito distribuidor en el medio, y justamente en el medio de ese patio dejo siempre mi bici, cosa que exaspera a mi paciente esposa, ya que queda siempre en el paso, “estorbando”. Pero no la dejo allí porque sí; allí, paradita en el medio, la observo cuando desayuno, cuando almuerzo, durante las sobremesas de la cena. Es recién ahora, escribiendo estas líneas, que me doy totalmente cuenta del valor escultórico que le doy a ese objeto, las horas que he pasado distraídamente mirándola, recorriendo sus formas, apreciando cómo se entrecruzan sus líneas, sus planos, sus volúmenes. “Masa en movimiento”, como describe mi maestro Enio Iommi a la escultura.

Es raro, pero lógico al fin, siendo escultor, la escultura más grande e importante que tengo en mi casa, a la que le doy el espacio más destacado, es mi bicicleta, la cual uso para llevar a mi hija mayor al jardín y para ir al trabajo. Una obra verdaderamente completa, ¿no?

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