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Domingo, 9 de enero de 2011
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Una artista elige su obra de arte favorita: Sofía Bohtlingk y una ilustración del Universo de Adolf Schaller

Al infinito y más allá

Por Sofia Bohtlingk
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Cuando tenía diez años, mis cinco hermanos y yo caímos enfermos de hepatitis.

Tres fuimos reclutados en la habitación de uno de mis hermanos, que en ese momento tenía diecisiete años y era el mayor de los tres. Después de verlo hostigar a María, mi hermana, desde el otro extremo de la habitación con una caña de pescar –reconozco que ella también estaba insoportable, preadolescente– supe que me tendría que aliar con él para sobrevivir ese cautiverio de tres meses.

El tenía el monopolio del control remoto. En la mañana veíamos Club 700 y a continuación la serie Cosmos. A la tarde se interrumpía la programación y se retomaba a las cinco en punto.

Ahí fue cuando lo conocí a Carl Sagan. Me cautivó su nave espacial, el saco, la polera y ese asombro al relatar las anécdotas de Arquímedes o el efecto Doppler. Por suerte, mi hermano sabía mucho del universo Carl, y con la ayuda del libro Cosmos, me explicaba algunas cuestiones básicas. Hojeándolo, me encontré con esta imagen.

Creo que en ese momento no sabía que era una ilustración, debí creer que ese lugar era real, que existía. Y eso es lo que me sigue intrigando aún hoy, que no es una imagen surrealista ni tampoco fantástica, pareciera ser una ilustración de alguien que viajó a ese lugar inaccesible para nosotros y, en todo su derecho, se tomó algunas libertades artísticas.

Esta pintura siempre me llenó de intrigas; como si fuera portadora de algo atemorizante y atractivo a la vez. Se trataba de un sentimiento parecido a cuando vi por primera vez el afiche de la película Tiburón, la tapa de Orca, la ballena asesina o el arte de los discos de Yes.

Unos años más tarde, cuando conocí la pintura proveniente del romanticismo inglés y alemán –artistas como Blake, Fussli y Frederich– comprendí porqué me habían cautivado tanto esas imágenes visionarias del libro Cosmos. Estos artistas también muestran una naturaleza que desborda, amenazante, que no gusta sino que atrae. Es una belleza que no es contenida ni armoniosa, sino que es el exceso. Es ese placer que sentimos como observadores al descubrir nuestra insignificancia, casi como un alivio y parecido a un fuerte sentimiento religioso.

La imagen tiene algo de épico también, como si algún pionero se hubiera animado a esas tierras. Como en una pintura de Turner, pareciera que uno está ahí en el ojo de la tormenta.

Su verdadero origen es mucho más desopilante que cualquier cosa a la que me pudo haber remitido. La pintó Adolf Schaller. Es una ilustración de formas vivas imaginarias pero posibles en la atmósfera de un planeta de tipo joviano. Las formas en las nubes son las que en su mayoría descubrió el Voyager en Júpiter. Los cristales de hielo en la alta atmósfera causan ese halo alrededor del sol.

No puedo explicar cómo, en el momento en que me convocaron a escribir este fan, el libro Cosmos apareció en mis manos. Ese universo misterioso y romántico que me acompañó durante gran parte de mi enfermedad infantil y que fue testigo de la tiranía impuesta por mi hermano en esos días de encierro, fue el elegido indiscutible. Será tal vez porque tanto Schaller como Sagan personifican para mí ese mundo mágico de héroes y romanticismo.

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