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Domingo, 6 de febrero de 2011
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Una artista elige su obra favorita: Jazmín López y Dios es rarísimo, de Federico Manuel Peralta Ramos

Nuestro mínimo común múltiplo

Por Jazmin Lopez
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Ya era de noche y todas las luces estaban encendidas en la calle. Salí de la Universidad y empecé a caminar por San Telmo cuando vi un cartel gigante, blanco, manuscrito, que decía “Federico Peralta Ramos”. Era el Museo de Arte Moderno.

No me animaba a entrar, una vergüenza extraña me inhibía. Creo que me parecía que “él” estaba adentro. En ese momento no sabía que Federico ya no vivía hacía once años. Que si estaba adentro, era muerto. En ese momento tampoco sabía lo mucho que la simpleza me podía hacer pensar, creo que todavía no conocía su valor.

Pasaron diez minutos. Diez minutos en los cuales podría haber tocado la puerta o no hacer nada. Durante esos diez minutos no sabía que estaba viviendo una experiencia concreta de libertad. En cualquier caso, eso era horrible. Entré.

Lo que más me gusta de Dios es rarísimo (de la obra de Federico) es lo mucho que me hace pensar:

Dios es rarísimo

Qué bueno que en el castellano la primera letra de una frase tiene que ser mayúscula, si no sería otra cosa. Lo espontáneo ya no es lo mismo. Si dios existe sería rarísimo. El ser raro anula la existencia, ¿o es sólo un adjetivo?

Si este mundo lo hizo dios, no entiendo cómo se le ocurrió semejante cosa. Por lo hermoso y por lo horrible. Por los animales y por los edificios. Para mí dios es un mecanismo que está dentro de nosotros. Tal vez, lo más esencial, la partícula más elemental, nuestro mínimo común múltiplo (de nosotros, los que vivimos) se llama dios. Sí, prefiero llamarlo dios, alma no me convence.

Tenemos adentro, al lado de la máquina de la navegación de la vida, un aparato de una sensibilidad increíble que mide el estado de amor y de odio de nosotros mismos. La aguja se mueve de lo peor de ser un monstruo y lo máximo de ser un dios.

Dios es rarísimo

La idea de la muerte (para un occidental) es una especie de ruido de fondo que deja de ser de fondo, a veces, cuando se desdibujan los deseos. Dios es un sinónimo de infinito. Pero nosotros tampoco nos sabemos finitos.

Dios es rarísimo

Será la ficción algo divino (encontré escrito en el taller de Flor Rodríguez Giles), pero con tal perfección implícita, el arte entonces no tiene sentido.

Si dios se manifiesta, se acaba el arte. Tal vez, lo más hermoso es la torpeza con la que el cuerpo manifiesta a ese dios (a ese infinito).

Dios es rarísimo

Y Federico abre ese infinito entre cada una de esas palabras. Ahora la emoción ocupa todo el lugar. Creo que sería algo así como unos balbuceos del pensamiento, pero en su torpeza y pureza está la belleza. Cada uno vive en su absurdo y sólo por accidente nos damos cuenta que lo que pensamos oculta lo que somos. Espero que valgamos más que nuestros pensamientos, aunque a veces sean hermosos, como los de Federico.


Testimonio recogido por Mercedes Pombo

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