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Domingo, 4 de marzo de 2012
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Una cantante elige su canción favorita: María Ezquiaga y “La sed verdadera”, de Spinetta

Otro universo

Por Maria Ezquiaga
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Fui a un colegio muy aburrido, privado, de Barrio Norte, medio pelo, a tres cuadras de casa. Llegaba tarde todos los días. Por esa época la música para mí no tenía estética. No entré a la música por el rock. Cantaba con el mismo entusiasmo una canción de Los Beatles, una de A-ha o una de Whitney Houston. Lo mismo con la guitarra.

Recuerdo haber sufrido y sentir mucho aburrimiento. Me angustiaba pensar que todo lo que existía era ese mundo. El colegio me parecía una cárcel, la atmósfera para mí era de inmovilidad, sin vida. Intuía que algo más debía existir. Varios acontecimientos relacionados con la música me confirmaron lo que ya sabía.

En cuarto año entró al colegio (echada de otro colegio privado) una amiga que me mostró el primer disco de Almendra. Tiempo después, un día de lluvia, decidimos salir a la calle. En un acto de romanticismo salimos a sentir la lluvia y vimos debajo de un techo a dos chicos con una guitarra. Nos hicimos amigos. Comencé a tocar con ellos covers y más adelante armamos una banda, mi primera banda. En esa banda estaba Pedro, un bajista –siempre tuve amigos bajistas, no sé por qué pero me llevo bien con ese instrumento, debe ser justamente por “el perfil bajo”–. Pedro me mostró los discos más importantes que había escuchado hasta ese momento: Shadows and Light, de Joni Mitchell; Revolver y Rubber Soul, de Los Beatles; Gaucho, de Steely Dan; algunos discos de jazz, Letter from Home, de Pat Metheny, y todos los de Spinetta (hasta tenía Only love can sustain). Me regaló Artaud en vinilo y me pasó los acordes de “Bajan”, que yo cantaba con la guitarra y él tocaba con el bajo. Pasamos muchas tardes de sábados tocando, improvisando, descubriendo discos y yo aprendiendo a concentrarme.

Me acuerdo que pasé Artaud del vinilo a un casette para poder llevármelo a todos lados, pero como el primer tema del lado B (“Cantata de puentes amarillos”) era muy largo no lo grabé. Cuando descubrí este disco recién salía Looser de Beck. Recuerdo haber puesto Artaud y a Pángaro diciendo: “Tengo un disco de la misma onda” y ponía el de Beck.

Escucho pocos discos, pero por eso muchas veces llego a cansar a los que están a mi alrededor. Cuando me gusta mucho algo, se lo muestro todos.

Volviendo a Artaud, la idea de que “todo camino puede andar” ponía en palabras y música todo lo que creía del acto de la creación: que hay que buscar con amor y que por ese amor las melodías crecen y se abren. Artaud es como una abertura por donde pasa la música. No hay bloqueo, fluye, corre de principio a fin. Es como si Spinetta la hubiese abierto para todos.

Todas las canciones de ese disco me emocionan pero si tuviera que elegir alguna, la primera que se me viene a la mente es “La sed verdadera”. Es hermosa y dice mucho de la música de Spinetta: no la juega de capo porque sabe bien que la música es un don que no nos pertenece, todos podemos ser partícipes y buscar la paz en cada uno, no depositarla en otro.

Ya sabemos que Artaud es uno de los mejores, si no el mejor, disco del rock nacional. Aunque yo diría que es uno de los mejores de la música popular argentina. Supongo que es porque ahí Spinetta inventa un nuevo universo, un lenguaje nuevo, abre otro espacio que posibilita que nuevos universos se inventen, lo cual es ir contra la corriente en serio, probablemente sin saberlo, como muchos de los que inventan cosas nuevas.

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