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Domingo, 15 de abril de 2012
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Un artista elige su obra favorita: Patricio Larrambebere y On the Balcony, de Peter Blake

Los primeros Peppers

Por Patricio Larrambebere
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Conocí a Peter Blake cuando –por primera vez en mi vida consciente, a los doce años– tuve contacto con la cubierta del LP de Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Un collage tridimensional con los músicos formando parte; una instalación, una escultura viva, un racconto de gustos y de héroes y una toma de posición ante el arte y la vida. Un manifiesto visual sin precedentes en la historia del rock.

Más tarde, durante la mitad de mi cursada en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón en que me dedicaba a pintar retratos de Los Who, averigüé que mucho de lo que me atraía de la imagen del momento pop-art (1965/66) del grupo de Pete Townshend estaba inspirado en las pinturas de Peter Blake.

Entonces fui a la biblioteca del Museo Nacional de Bellas Artes y ahí me encontré con el catálogo de una muestra en 1983, donde inmediatamente fui cautivado por el no solamente pintor, sino por ese agudo observador que despliega una poética donde la cultura y la historia del mundo (y del arte) se unen sin pretensiones megalómanas.

En 1988, en la biblioteca del MNBA y en ese catálogo de la Tate Gallery es donde por primera vez veo On the Balcony, una pintura que tiene todo y nada en común con aquella cubierta de LP. Una tesis (la empezó a pintar a los 23 años, en su último curso como estudiante) acerca de lo que en ese momento era para él la pintura figurativa, su historia y sus diversos géneros: la naturaleza muerta, el paisaje y el retrato, la espacialidad prerrenacentista y elementos compositivos de la abstracción geométrica, el trompe’loeil y el collage (aunque todo esté pintado con óleo), la pintura con base en la fotografía encontrada y el dibujo del natural, la gráfica efímera, la cita a la obra de sus compañeros de la Royal College y a los grandes pintores de la historia del arte, a su maestro fallecido (“in sincere memory of John Minton”), a los parques de diversiones y circos, a las exhibiciones de catch, a la música popular, al fútbol, al arte folk, al espacio público social y cultural y, fundamentalmente, la propia experiencia de la vida cotidiana.

Cuando en 1991 tuve la posibilidad de ir a Europa con el camarada Gerardo Greco, uno de los grandes objetivos de mi viaje era ver On the Balcony en vivo. Casualmente –no existía Internet para las personas de a pie– coincidimos en Londres en una exhibición de Pop-Art en la Royal Academy, donde pude ver en vivo la pintura. Su factura y materialidad me parecieron estar más cerca de una cruza de Miguel Diomede con Jan van Eyck que del pop norteamericano seco de Warhol y Lichtenstein, su escala me pareció fantásticamente pequeñita, y un vidrio –al mejor estilo de La Gioconda– la preservaba de todo contacto táctil posible.

On the Balcony es el primer hito de la sensibilidad pop. Sus argumentos, resumidos por cuatro hombres-niños hieráticamente británicos de posguerra (y la familia real que no podía estar ausente de esta pintura, saludando desde el “balcony” a sus súbditos) son el retrato de Su Generation, esa que observó el mundo alrededor y tuvo una inteligencia y claridad que reconocemos hasta hoy como uno de los grandes momentos creativos de la historia reciente de la humanidad: la década de los años ’60 del siglo XX.

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