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Domingo, 17 de junio de 2012
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Una artista plástica elige su obra favorita: Malena Pizani y Retrato de un niño con larga barba, de Durero

Las barbas del tiempo

Por Malena Pizani
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Alberto Durero, 1527. Acuarela sobre lienzo, 55,2 x 27,8 cm. París, Museo del Louvre.

No hace tanto tiempo descubrí este Retrato de un niño con larga barba. Habrá sido hace diez años, cuando compré un libro de Durero, obsesionada con la imagen de La Liebre, una obra bastante conocida que hizo en 1502. La liebre estaba impresa en la tapa del libro; en cambio, Retrato de un niño con larga barba estaba incluida como una imagen mínima dentro de una de las páginas finales.

Esa pequeña imagen me resultó perturbadora y graciosa. La cara cachetona de un bebé, de cuyo mentón pende una larga barba canosa, flota en un plano muy oscuro, casi negro. Su barba, que parecería estar compuesta, curiosamente, por varias colas de conejos o de liebres rubias, continuaría fuera del cuadro (¿cómo serán las puntas de estos bucles?). Los ojos del niño miran también fuera del cuadro, esquivando inteligentemente alguna mirada inquisidora o inhibiendo a algún curioso que quisiera tironear de su imponente cabellera facial. El mocoso tiene un plan.

Pensé en una cascada.

Pensé en un niño muerto cuyo atuendo fuese la barba de su padre.

Pensé en un muñeco fallido.

Pensé en Diane Arbus.

Pensé en David Lynch.

Pensé en la ausencia de un cuerpo. Este niño no tiene cuerpo. Su cabeza flota. Tiene barba, pero no tiene cuerpo. Su barba es su cuerpo.

Una cabeza que no necesita un cuerpo entonces quizá necesita una barba.

Pensé en la superación del miedo.

Pensé en un cometa con una larga cola de fuegos albinos que atraviesa el universo todo y que podemos llegar a ver cada 2 millones de años sobre el cielo terrestre.

Todo indica que esta acuarela es una obra menor de Durero. No hay estudios realizados sobre ella. Posiblemente eso haga que me interese más. Pensar en un pintor nacido a fines del siglo XV que se esmera en hacer este pequeño retrato, me resulta fascinante. Al parecer Durero escribió unos diarios, donde contaba, entre otras cosas, sobre sus vínculos con ciertos personajes importantes de los Países Bajos. En uno de estos diarios relata una pesadilla que tuvo en el año 1525 (dos años antes de pintar el Retrato de un niño con larga barba y tres años antes de morir). En su texto describe una visión para él pesadillesca. Dice haber visto “una multitud de trombas de agua que caían del cielo”, una secuencia que lo aterrorizó. Sobre esa pesadilla sí se han escrito textos con diversas interpretaciones.

Yo supe de este sueño y no pude evitar pensar en el retrato del niño barbudo.

Una noche oscura, sin estrellas, el cielo se llenó de unos cuerpos muy extraños, que a lo lejos parecían bolas encendidas. Al chocar con la superficie, y antes de desaparecer todo lo existente, vimos estos cuerpos y suspiramos:

¡Han llegado los Cometas! ¡Por fin! ¡Una multitud de cabezas de niños barbudos azota la Tierra!

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