Al principio, el universo existÃa atomizado en una habitación. Todos los objetos de mi constelación cabÃan alrededor de la cama, sobre paredes y estantes en forma de infinitas geografÃas afectivas: una cartografÃa emocional por cada uno de nosotros. 7000 millones de posibilidades próximas a colisionar entre sÃ. Con ese fin, los seres humanos inventamos la escala de TurÃn para medir la posibilidad de impacto de objetos cercanos a la Tierra, especialmente cometas y asteroides. La escala es de 0 a 10, sin fracción, y por ahora el grado más alto lo posee el asteroide Apophis, con hipotética fecha de impacto en la Tierra para el 13 de abril de 2036.
Cuando por fin emergimos de nuestra habitación original, viajamos a través del cielo, los océanos y las profundidades submarinas. Viajamos por el tiempo durante 70.000 años y tratamos de explicarnos la naturaleza de las cosas desde Africa al resto de los continentes. Más tarde hacia la Luna, camino al Universo. Sin embargo, los únicos organismos que pueden vivir en el espacio son las bacterias, asà que volvimos a casa. Y de nuevo en casa, intentamos escrutar lo que tenÃamos más cerca. Creo que hubo un tiempo donde el hombre y la naturaleza se entendÃan, las tareas no estaban divididas y los artistas eran arquitectos, alquimistas y botánicos. Para preparar sus pigmentos, los pintores conocÃan minerales, piedras y vegetales. Mi afinidad hacia la obra de Mark Dion es a partir de esa fascinación por las cosas del mundo: Para los seres humanos –observa el artista– recolectar es un impulso temprano, casi instintivo. Coleccionar es uno de los actos fundacionales de la cultura. Como artista yo soy esencialmente un escultor, asà que tengo una pasión por las cosas materiales; ellas nos cuentan historias y nos enseñan cosas.
No me importa quién es Mark Dion, como tampoco me atañe quién clasificó las cosas en palabras que uso todos los dÃas, desconociendo si son ciertas o no. Sà me importa la oración resultante, lo que Mark Dion está diciendo: su obra no señala a la naturaleza, indaga sobre la idea de naturaleza que habita al mundo. Una naturaleza anidada en la memoria y poblada de ideas de futuro. Y es allÃ, en una parte de mi recuerdo de infancia, donde admiraba la colección de un compañero de escuela: su habitación revestida de dinosaurios, de cualquier evocación, aún remota, de esos animales extintos. Un cuarto extraordinario ocupado por su propia biósfera, que remitÃa a todo aquello que alguna vez gobernó la Tierra y pereció por la fuerza de un golpe revelado desde el espacio y mas allá.
Esa presencia en mi memoria me sujeta profundamente a Toys ‘R’ U.S. (When Dinosaurs Ruled the Earth). Me imagino que el amor funciona asÃ, relacionándose –como en las obras de Dion– a la naturaleza de los recuerdos, compilándolos en el espÃritu y señalándonos dónde orientar nuestra devoción. Acumulando un recuerdo a otro, originando de esta manera la energÃa que provoca el roce de las personas unas con otras. La voluntad que mueve al mundo.
HarÃa falta inventar, entonces, una escala para pronosticar el impacto del encuentro entre las personas una con otras. Anticipar el grado de perjuicio o las variaciones en la trayectoria que producirá la colisión. Dónde se estrellaran, cuáles serán las consecuencias en el futuro. Estimar el grado de estabilidad posterior a la experiencia, no para evitar atravesarla sino para disfrutar la belleza de cada instante hasta el último, donde la cuenta regresiva no anuncie un lanzamiento sino una catástrofe tras la cual –aun sobreviviendo– los daños serán irreparables. Y confÃo que está bien que asà sea.
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