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Domingo, 13 de abril de 2014
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Una artista elige su obra favorita: Maia Navas y “Ultimo suspiro”, de Rafael Lozano-Hemmer

LA MÁQUINA QUE RESPIRA

Por Maia Navas
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“Ultimo suspiro” es una instalación del artista mexicano Rafael Lozano-Hemmer. En ella se conserva y circula el aliento de la cantante cubana Omara Portuondo. El aire transita por un circuito sincronizado, construido con un fuelle con motor y tubos de oxígeno transparentes (similares a los respiradores hospitalarios) conectados a una bolsa de papel. Un contador digital registra cada respiración. La bolsa cuelga del techo de la habitación y el sonido rítmico de cada exhalación e inspiración se mantiene constante. La máquina fue programada para realizar unas 10.000 respiraciones al día y 158 suspiros, lo que es el equivalente a la cantidad aproximada de veces que respiramos normalmente. Según Lozano-Hemmer, la fuente de inspiración de su obra fue La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares.

“Ultimo suspiro” me lleva a hablar desde mis propios interrogantes, desde los lugares desconocidos de mí misma. Aunque sobre ello tengo algunos pocos indicios: en todo decir hay algo que enmudece para así ser escuchado.

Desde un primer momento percibí que mi respiración y la de Omara comenzaban a sincronizarse. Me detuve en mi propia respiración, en el frágil mecanismo que la modula. Desesperante.

Recuerdo también que cuando era niña controlaba, no pocas veces, la respiración de mis padres mientras dormían. Y así asegurarme de que estaban vivos. Aún hoy, ese breve gesto me acompaña. Necesito cuidar las respiraciones que más me importan.

Lo que me resulta más atractivo de “Ultimo suspiro” es el sonido quebradizo y frágil de la bolsa, donde circula la respiración de la cantante. Pienso en la frase de John Cage: “Lo vivo tiene ruido”. Quizás, algo de la dramática magia de esta obra resida en que el ruido de la respiración no logra una unidad con lo visual (máquina). O, tal vez sí, y es fuerte. En algún punto sospecho que la máquina respira de verdad.

Uno de los rasgos que más me cautivan en la obra de Lozano-Hemmer es el gesto poético y perverso de la conservación. Cuando pienso en ello entro en divagaciones acerca de cómo podría continuar la obra, hasta dónde llegaría. Entonces, imagino inmensas piezas con fuelles, motores y bolsas respirando al unísono. Un cementerio robótico, absurdo y pleno de poesía.

“Ultimo suspiro” me hace pensar en un tema que me apasiona: qué significa ser contemporáneo. A menudo me pregunto: ¿Cómo sería un retrato contemporáneo? El mismo Hemmer habla de su obra como un retrato biométrico. Creo que hay un interés por captar algo de la subjetividad actual utilizando gestos como controlar, almacenar, digitalizar. Además, el basamento tecnológico le agrega un plus novedoso y necesario. Es un retrato siniestro y lúgubre que sostiene el ritmo de una vida.

Me suele ocurrir con las obras preferidas que se convierten en una brújula para saber hacia dónde voy. Aunque, a veces, necesito olvidarme de que existen, para seguir buscando.

Respirar es un síntoma de vida. A mi alrededor conviven una infinidad de prótesis tecnológicas cotidianas que con el pasar del tiempo hasta me parecen cálidas. Pienso en el cuerpo postorgánico, mientras me recorre la idea de vida sin cuerpo.

Y así, escucho que Omara sigue cantando “que respiro, que respiro el aire que respiras tú”.

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