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Domingo, 8 de enero de 2006
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El lado tinto de la luna

Hasta ahora, una de las contras de ser astronauta era la comida. Eso no va a cambiar de momento, pero los hombres del espacio al menos podrán tomarse un aperitivo de vez en cuando, si prospera una iniciativa de la agencia espacial rusa para levantar la prohibición de beber alcohol a bordo de la Estación Espacial Internacional. Una fuente del equipo médico ruso para viajes tripulados dijo que “algunos hombres han pasado más de medio año en órbita con una pesada carga de trabajo, especialmente durante las agotadoras caminatas espaciales, en las que pueden llegar a perder varios kilos en unas pocas horas. Muchos creen que una pequeña medida de alcohol puede ayudarlos a recuperar parte de la fuerza perdida”. Los rusos tienen antecedentes en este tipo de propuestas: en la estación MIR se toleró un consumo moderado, hasta que fue retirada de servicio, pero en los viajes conjuntos con la NASA en la era post-Muro esto no había sido posible. La NASA, mientras tanto, mantiene en pie su prohibición para los pobres enviados norteamericanos, que alzarán sus vasitos con agua mientras los rusos vacían botellas de vodka.

Una camisa de fuerza para el Führer

Adolf Hitler se pegó un tiro en su bunker de Berlín para no ser capturado por los rusos y exhibido “en una jaula en Moscú”, como repitió en sus últimos días de vida. Curiosamente, no hay registros de que hubiera considerado siquiera rendirse a los norteamericanos, que tenían otros planes para él. Según un memorándum ultrasecreto que acaba de ser descubierto y publicado por la biblioteca legal de la Universidad de Cornell, Roosevelt le tenía preparada una cómoda celda acolchada y una bonita camisa blanca con mangas muy largas, de las que se atan por atrás.

En su estudio “Análisis de la personalidad de Adolf Hitler, con predicciones sobre su conducta futura y sugerencias sobre qué hacer con él, ahora y cuando Alemania se rinda”, el psiquiatra de Harvard Henry Murray recomendaba en 1943 a pedido del presidente norteamericano un curso de acción si Hitler era capturado. “Cualquier castigo convencional”, escribió Murray, “sea un juicio seguido de ejecución, prisión perpetua o exilio, será un final trágico para la sensacional carrera de Hitler, por lo que contribuiría a revivir y perpetuar la leyenda. Lo que los Aliados deben hacer es estropear y por tanto liquidar la leyenda”. Murray recomienda que Hitler sea internado “en un asilo de insanos, en una cómoda celda especialmente construida para él”. El paciente estaría a cargo de un comité de psiquiatras que lo entrevistarían regularmente y lo filmarían sin que lo percibiera, “lo que permitiría mostrarle al mundo sus ataques y sus diatribas en las que insulta y condena a todos, el pueblo alemán incluido”. Si estos tests mentales fueran administrados rutinariamente y sin el menor drama, “las películas pronto serían cansadoras para el público, que se aburriría de Hitler en cosa de un año. Su caso podría mostrarse como típico de fanáticos dementes que tratan de dominar el mundo”.

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