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Domingo, 22 de diciembre de 2002
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VALE DECIR

¿Me creería si le dijera que son los calzones del Reich?
Están a punto de salir a la venta en un local en Berlín y prometen hacer sensación en el próximo verano europeo; o al menos, algún tipo de sensación: se trata del Slip Oficial del Servicio de Inteligencia Alemán, decidido a elevar su perfil público y reanimar un poco la imagen soporífera con que cuenta entre la población de su país. La iniciativa corresponde a August Hanning, jefe de la agencia desde 1998, y el merchandising no se limita a unos cuantos calzoncillos con inscripciones sino que también incluye otros sesenta artículos que van desde gorras de béisbol y golf hasta remeras, un libro de recetas y navajitas de bolsillo.

Cara de culo conoce a cara de perro
La televisión mundial está a punto de conocer un nuevo concepto en materia de reality shows: el Channel 4 británico planea un programa en el cual los participantes se untarán los traseros con comida para perros y luego estimularán a los otros competidores –los canes– para que les pasen la lengua por sus partes saborizadas y aromatizadas. El programa también tendrá otras atracciones que prometen convertirlo en la más original de las cruzas entre “Fort Boyarde”, “Gran Hermano” y “Telematch”: se tratará de pruebas tales como ver quién aguanta más tiempo mirando el culo de un perro sin pestañear. En el episodio piloto, que ya fue grabado, los concursantes debían tratar de aplastar todas las salchichas posibles sobre una mesa mientras un tipo en la misma habitación se hacía un piercing en el pene. El productor ejecutivo del show, Phil Gilheany, ha defendido todas y cada una de sus ideas, llegando a declarar que se trata de una forma de “diversión bastante inocente: hay muchas cosas extrañas, algunos desafíos un tanto raros, pero con un poco de suerte será un programa bastante ingenioso”.

El Talibus
A pesar de la media sonrisa boba con que el presidente norteamericano ilustra las páginas de los diarios, el mundo parece haber perdido el sentido del humor. Y un incidente ocurrido esta semana viene a corroborarlo. La cosa es así: Robert Mickens, conductor de un micro de la línea Greyhound, tomó una ruta equivocada en su camino a Nueva York, y, para tranquilizar a los pasajeros que comenzaban a inquietarse, dijo, en broma, que los estaba “llevando con los talibanes, no se preocupen”. No se informó quiénes fueron los buchones del caso, pero sí que fueron varios los que llamaron a la policía desde sus celulares, después de lo cual una docena de patrulleros fue enviada tras el colectivo. Mickens, por supuesto, terminó arrestado. El resultado: echado de Greyhound, condenado a oblar más de 400 dólares de multa y perdido en el largo y sinuoso camino a la Corte de Nueva Jersey. Lo que se dice otra victoria de la lucha contra el terrorismo.

La guerra bacteriológica
No está claro si se trata de un golpe promocional de los fabricantes de desodorantes y colonias o –esta vez sí– un auténtico trascendido de esos que, de manera supuestamente involuntaria, nos da de desayunar a diario la administración Bush. Pero todo suena muy serio esta vez: el Pentágono ha solicitado a un grupo de científicos que construya una máquina que pueda identificar a la gente por su olor, y ya se le habrían asignado, de largada, más de 2 millones de dólares al proyecto. La agencia de Investigación de Proyectos Avanzados para Defensa (¿?) augura un 2003 lleno de noticias al respecto, y vaticina que, si el proyecto se pone a prueba satisfactoriamente en un plazo de no más de dos años y medio, el primer prototipo estará listo hacia el año 2008. La idea sobre la que se apoya todo el proyecto postula que todos los seres humanos están genéticamente programados para producir un olor tan único y personal como las huellas digitales, cosa que ya ha sido probada en el orín de roedores. Ésta no es la primera vez que la Darpa (tal el horrendo nombre de la unidad a cargo de todo el asunto) se aboca a este tipo de proyectos de “olfato artificial”: el programa Dog’s Nose (Nariz de Perro) trabajó anteriormente en el diseño de sensores para detectar minas de TNT enterradas sin arriesgar la vida de los sabuesos del Tío Sam. A todo esto, Steve Aftergood, de la Federación de Científicos Norteamericanos –un grupúsculo de Washington que ha hecho circular la noticia– ha salido a advertir públicamente que un detector de las características propuestas, si alguna vez llegara a ser construido, vería su desempeño complicado por la mezcla de millones y millones de aromas que la gente exudapermanentemente. “Sería como tratar de identificar unas huellas digitales a través de un par de guantes”, ejemplificó.

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