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Domingo, 27 de junio de 2010
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El hombre que se olvidó de leer

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El 31 de julio de 2001, Howard Engel, un escritor canadiense de novelas, se despertó como todas las mañanas, tomó el diario que le dejaban en la puerta y se dispuso a desayunar con las noticias.

“No me di cuenta de que esa mañana no era como todas las mañanas”, cuenta Howard, que al mirar la primera plana descubrió que el diario de ese día, por algún motivo, estaba impreso en un idioma extranjero. “Parecían caracteres coreanos, o quizá serbo-croatas”, repuso más tarde. Primero pensó que era alguna broma del diario. Sin embargo, algo habrá sospechado, porque aun así fue a buscar un libro de su biblioteca para hacer la prueba y descubrió, con horror, que también estaba escrito en ese mismo idioma incomprensible.

Engel había sufrido un derrame cerebral que había afectado a la parte de su cerebro que usaba para leer. Sufría de lo que el neurocientífico francés Stanislas Dehaene llama “ceguera de palabras”. Los ojos de Engel funcionaban bien, podía distinguir la forma de las cosas, pero simplemente no podía discernir las letras. Como él vive de escribir, pensó que hasta ahí había llegado su carrera.

Pero no: Engel descubrió que, si seguía el trazo de una letra con el dedo, si simulaba los movimientos que hacía al escribir, de a poco volvía a ver las palabras. Oliver Sacks, también un neurocientífico, explica que, como su corteza visual estaba rota, Engel tuvo que volver a aprender a leer con la parte motora de su cerebro.

Empezó siguiendo las letras con los dedos, pero luego se le hizo más sencillo directamente dibujar las letras en el aire. Al final encontró un método más discreto: también le servía dibujar las letras en su paladar, con la lengua.

Con los años, Engel aprendió a leer con su lengua. Ha llegado al punto en que casi puede leer los subtítulos de una película. Dice que puede llegar hasta la mitad antes de que desaparezcan de la pantalla.

Oliver Sacks narra la historia de Engel en su próximo libro, El ojo de la mente. Cuenta que Engel volvió a escribir y que sigue viviendo de su trabajo. “Encontró la forma de seguir siendo un hombre de las letras”, dice Sacks. “Que haya podido hacerlo muestra varias cosas importantes: la dedicación de sus terapeutas, su propia voluntad de volver a leer, y la adaptabilidad del cerebro humano.”

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