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Domingo, 21 de diciembre de 2003
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La traición

Por Leonardo Moledo
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Jesús, aburrido (y preocupado) en el silencio del sábado de Pascua, miró a sus discípulos y su mirada los hizo temblar. Y como el tiempo apremiaba, para que se cumplieran las profecías y el mundo se salvara, habló y dijo:
–Lo cierto es que entre vosotros debe haber un traidor.
La enormidad de la acusación asustó a los discípulos, que bajaron la cabeza. Jesús paseó una mirada terrible por la mesa adornada con los manjares de la Pascua, y se detuvo en Mateo. Mateo, casi temblando, preguntó:
–¿Soy yo, señor?
Jesús recordó el momento en que lo había conocido, cuando lo llamó y él lo siguió sin volver la cabeza, dejando su barca a la deriva en la luz resplandeciente del lago Tiberíades. Y le dijo:
–¿Acaso me has traicionado?
–Sí –contestó Mateo en un susurro–, lo he hecho. He estado escribiendo un evangelio donde se cuentan tus hazañas. Pensé que un final doloroso le daría más posibilidades de convertirse en un best-seller, lo cual es, ¡oh rábbi!, importante para nuestra causa. La multitud que mañana gritará ¡Barrabás! en la plaza está ávida de dolor y sufrimiento.
Y dijo Jesús, casi negligente:
–Eso no es nada. No eres tú el traidor.
Juan se apresuró a hablar:
–Yo también escribí un evangelio. Introduje algunas variantes y me presenté como tu discípulo predilecto, pero fue tan sólo para que no pareciera una repetición de los otros.
Entonces Jesús se rió:
–¿Tú crees que Mi eternidad se asegura por un plagio mal disimulado? ¿No piensas que, si yo lo pidiera, tendría a mi disposición inmensas legiones de ángeles dispuestos a escribir sobre tabletas de oro todos los evangelios posibles? No, no. Así no vamos a ninguna parte.
Y volvió a hacerse el silencio sobre la mesa de Pascua. Y entonces habló Santiago el Mayor, y cuando se alzó su voz, los discípulos pensaron en sus cabañas de pescadores, y en los trigales donde el Maestro apartara la cizaña y hablara con las gentes humildes que le seguían y le amaban.
Y dijo Santiago el Mayor:
–He estado haciendo milagros para ganarme la vida, pero nunca he pedido más de lo que es justo. Dos piezas de plata por hacer mover a un paralítico, veinte piezas de plata por devolver la vista a un ciego.
–Es muy caro –dijo Jesús, mientras por su cabeza cruzaban imágenes y veía a los mendigos y a los tullidos durmiendo en las calles, y a los borrachos tambaleándose y arrimándose al calor del fuego en las grandes ciudades y los aviones aterrizando en aeropuertos inmensos y construidos en vidrio.
Y dijo Jesús a Santiago el Mayor:
–Eso no puede calificarse de traición.
Santiago el Menor y Andrés levantáronse y dijeron:
–Hemos cobrado cien piezas de oro por resucitar a un hombre rico.
Y dijo Jesús:
–No han cobrado mucho para los tormentos que le estaban reservados, porque en verdad os digo que es más fácil que un camello, o cualquier animal de gran magnitud, atraviese el ojo de una aguja, que un rico atraviese las puertas del paraíso.
Los discípulos se quedaron pensando en lo que había querido decir Jesús con “un animal de gran magnitud”, pero Jesús se quedó en silencio, porque veía (y los discípulos, dibujándose en el aire rarificado del sábado, veían también) a los ricos entrando en multitudes en el paraíso, sobornando a los porteros, comprando, a precios altísimos, excursiones que sólo estaban permitidas a los ángeles y reposando sobre las doradas playasque se extienden junto al mar de la Salvación, habitado por animales angélicos e innombrables. Y volvió a escuchar a la muchedumbre gritando “¡Barrabás!”, como lo había escuchado en las pesadillas que le trajeran las últimas noches, y volvióse entonces a Simón, que preguntó atemorizado:
–¿Soy yo, Señor?
Jesús preguntó:
–¿Qué has hecho?
Y Simón:
–Vendí los derechos para que el juicio que se te haga y el castigo que te impongan sean transmitidos por televisión, y así tu imagen sufriente viajará a lo ancho y a lo largo de las Tierras Habitadas.
Y dijo Jesús:
–¿Has hecho eso?
Y Simón dijo:
–Eso he hecho.
Y dijo Jesús (nuevamente):
–En estos mismos momentos, mi imagen viaja en grandes barcos hacia tierras aún no descubiertas y en poderosas naves hacia el fondo del espacio negro. ¿Y piensas que lo que tú hiciste podría mortificarme? No, en verdad no, no me sirve. Y Simón respiró aliviado, pero no se atrevió a mirarle a la cara.
Entonces hablaron Felipe y Bartolomé, y Jesús los escuchaba mientras lo invadía una sensación de profundo cansancio e inutilidad. Y Felipe y Bartolomé dijeron:
–Vinieron los periodistas a preguntar pormenores de Tu vida. Les concedimos un reportaje y nos pagaron por ello. Pero si Tú lo dispones, arrojaremos las piezas de plata en las bandejas de los republicanos.
Y Jesús:
–No hace falta.
Y entonces, Tomás:
–He visitado las casas y he pedido dádivas en Tu nombre. Tengo aquí estas grandes alforjas llenas de dinero. Pensaba instalar una pequeña empresa y hacer felices a quienes trabajaran para mí.
Y Pedro y Tadeo, que hablaron al unísono:
–Hemos contrabandeado armas con ganancias mínimas.
Pero Jesús ya no escuchaba, porque se veía perdido. Aspiraba la fragancia de los prados que circundaban Jerusalén, y veía cómo se confundían con el hollín de las fábricas. Veía la basura destruir pacientemente la Creación, y a los hombres incendiando campos y ciudades. Y Jesús cerró los ojos, pero siguió viendo, y los discípulos veían también.
Y vio el corazón ennegrecido de los maestros de moral y vio a los domadores azotando a las fieras, y a los niños arrancando pacientemente las alas de las moscas. Y vio a los hombres marchar con el alma ensombrecida a la cámara de torturas, y vio los rostros de los torturadores, y vio a los mercaderes del Templo, sentados ahora ante sus mesas de Pascua, y vio las cruces que en los cementerios olvidados marcan las tumbas de los que habían muerto por hambre. Y vio al Papa azotando a su perrito faldero, y vio a un general y a una princesa arañarse ante el portón de una embajada, y el agua romper contra las rocas, saltar en mil pedazos, y en cada gota estaban sus discípulos con sus pequeñas y miserables traiciones; vio la losa corrida y el sepulcro vacío, vio a Lázaro levantarse y andar, vio el cuchillo penetrar en la herida, y sintió al clavo afirmándose contra la carne, horadando los músculos y los huesos. Vio callejuelas inmundas por donde deambulaban los apóstoles, vio un camello y otro animal (de gran magnitud) pasar cómodamente por el ojo de una aguja, vio los autos de fe donde ardían los infieles y las cámaras de gas, y se sintió desfallecer. Vio a los hombres agonizar de desesperaciónal borde mismo del desamparo, vio casas, barcos; vio fiestas, llagas, tugurios; vio castigos, montañas, niños; vio la historia entera precipitarse en un abismo, vio almanaques, ejércitos, vidrios rompiéndose; vio toda la mierda del mundo y sólo entonces se volvió hacia el único de los discípulos que aún no había hablado, y le preguntó:
–¿Y tú qué has hecho?
Entonces Judas se levantó en silencio, atravesó la suave fragancia de los prados de Jerusalén, y lo entregó por treinta piezas de plata.

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