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Domingo, 4 de septiembre de 2005
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Palabras al cierre

Por Juan Sasturain
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No se sabe, nunca sabremos qué ojos tenía la Muerte cuando llegó, fue a buscarlo o –mejor, puntual como una novia de las que no tuvo– respondió al llamado de Cesare Pavese. Habrá tenido los ojos de ella, seguro: “Verrà la morte e avrà i tuoi occhi” (“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”) había escrito el discursivo lírico de Lavorare stanca, de Los Mares del Sud. Precisamente, se cumplieron en estos días 55 años —fue el 27 de agosto de 1950– del momento que el poeta eligió para matarse en un cuarto del Hotel Roma, de Turín, y terminar de una vez por todas con lo que había estado anunciando a quien quisiera oírlo: abrazarse a la Muerte. Repito: no conocemos el color de ojos, no sabemos tampoco cómo la saludó, con qué palabras entró del brazo de Ella al otro lado. Lo que sí hemos ido sabiendo es con qué palabras se despidió de éste.

Suelen ser cortesías de suicida –y más si es poeta– poner el epígrafe, la nota al pie, no muy habitualmente la fe de erratas. Pavese era de ésos, goteaba a diario su Oficio de vivir y dejó constancia, hizo las cuentas que nunca daban y firmó al pie. Son famosas las palabras que cierran el diario, la anotación final del 18 de agosto: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. Pero no fueron las últimas, claro.

En estos días, medio siglo después, minuciosos rastreadores de papelería han difundido novedades en diferido; agregados más o menos morbosos o triviales que adquieren espesor por llegar tarde. Así, un “mensaje” –como tal lo califica el cable emitido en origen– redactado de últimas por Pavese y considerado un verdadero “testamento humano, espiritual y literario” –ANSA dixit– fue difundido la semana pasada por primera vez por el diario romano La Repubblica. El breve texto fue entregado al diario por Franco Vaccaneo, fundador y director del Centro de Estudios Pavesianos de Santo Stefano Belbo, pueblo natal del escritor en el Piamonte.

El origen de las tres sucintas frases, que de eso se trata el escueto legado, fue explicado por el laborioso Vaccaneo a la agencia italiana. Dijo que obtuvo el documento en 1980 de manos de María, hermana del poeta –Pavese vivió con ella durante largas temporadas en Turín–, quien lo había encontrado dentro del ejemplar de los Diálogos con Leucó, el libro que el escritor tenía consigo al morir y donde trazó sus famosas (hasta ahora) últimas palabras: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No sean chismosos (pettegoli) conmigo”.

Así, ahora se agregan a ese repertorio de despedidas sucesivas tres frases escritas en el reverso de una tarjeta de préstamo de libros de la Biblioteca Nacional de Turín –fechada el 16 de enero de 1950– que estaba intercalada entre las páginas del ejemplar de los Diálogos, como aparente señalador. Allí escribió: “El hombre mortal, Leucó, sólo tiene de inmortal el recuerdo que se lleva y el recuerdo que deja; he trabajado, he dado poesía al ser humano y he compartido las penas de muchos; y me he buscado a mí mismo”.

Como bien explicó Vaccaneo, la primera frase está sacada de ese mismo libro –más precisamente del final de Las brujas, el diálogo entre Circe y Leucotea, y puesta en boca de la hechicera seductora de Odiseo refiriéndose a él–; la segunda, la transcribió Pavese de su propio diario, El oficio de vivir, publicado póstumamente, y corresponde al final de la anotación del 16 de agosto: “Mi papel público lo representé como pude. He trabajado, he dado poesía a los hombres y he compartido las penas de muchos”. Queda la tercera. Ésa no la levantó de su propio libro ni la pasó en limpio de su desolado diario. Escribió, simplemente: “Me he buscado a mí mismo”, en el momento, pero ya en pasado, resumen e inventario.

Así se lo debe haber dicho a Ella, mirándola a los ojos, sin palabras; vacío ya, incluso de sí mismo.

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