Me mudé a ParÃs en febrero de 1971, un par de semanas después de cumplir 24 años. Llevaba un tiempo escribiendo poesÃa, y el camino que desembocarÃa en mi primera reunión con Beckett comenzó con Jacques Dupin, un poeta cuya obra yo habÃa estado traduciendo desde mis dÃas como estudiante en Nueva York. En ParÃs nos hicimos muy amigos, y como Jacques era el director de publicaciones de la GalerÃa Maeght, a través de él conocà a Jean-Paul Riopelle, un pintor franco-canadiense que exponÃa en la galerÃa. A su vez, a través de Jean-Paul, conocà a Joan Mitchell, la pintora norteamericana que vivÃa en una casa que habÃa pertenecido a Monet, en el pueblo de Vétheuil. Años antes, Joan habÃa estado casada con Barney Rosset, el fundador y editor de Grove Press, y por eso ella y Beckett se conocÃan bien. Una noche, hablando de literatura, ella se dio cuenta de la importancia que tenÃa Beckett para mÃ, y entonces me miró y me dijo: "¿Te gustarÃa conocerlo?". "Sà –le respondÖ. Por supuesto que me gustarÃa." "Bueno, entonces escribile una carta –me dijo–. Y decile que yo te dije que lo hicieras."
Me fui a casa y escribà la carta. Tres dÃas después recibà una respuesta de Beckett informándome que me encontrara con él en La Closerie des Lilas la semana siguiente.
No recuerdo qué año era. Puede que haya sido 1972, o incluso 1974. Partamos la diferencia y digamos que fue en 1973.
Lo vi una sola vez después de aquel encuentro –durante una visita a ParÃs en 1979–, y a lo largo de los años intercambiamos algunas decenas de notas y cartas. DifÃcilmente nuestra relación podrÃa clasificarse como amistad, pero dada mi admiración por su obra (rayana con la idolatrÃa durante mis años de juventud), nuestros encuentros y correspondencia eran sumamente preciados para mÃ. De entre una horda de recuerdos, citarÃa la generosa ayuda que me brindó mientras yo armaba el Random House Book of Twentieth-Century French Poetry (en el que contribuyó con traducciones de Apollinaire, Breton y Eluard); el emocionante discurso que le escuché una tarde en un café de ParÃs acerca de su amor por Francia y lo afortunado que se sentÃa por haber pasado su vida adulta allÃ; las amables y alentadoras cartas que me escribió cada vez que yo le enviaba algo que habÃa publicado: libros, traducciones, artÃculos sobre su obra. También hubo momentos graciosos: una impávida crónica de su única estadÃa en Nueva York ("HacÃa tanto calor, me la pasé apoyado en las barandas"), por no hablar de esa frase inolvidable de nuestro primer encuentro cuando, gesticulando con su brazo y fracasando una y otra vez en su intento por captar la atención del mozo, giró hacia mà y me dijo, en ese suave acento irlandés que tenÃa: "No hay mirada en el mundo más difÃcil de atrapar que la de un camarero".
Todo eso, sÃ, pero es otro comentario de esa misma tarde en La Closerie des Lilas el que se destaca por sobre todos los demás, y no sólo porque revela mucho de Beckett como hombre sino porque habla del dilema con el que todos los escritores conviven: la duda eterna, la inhabilidad para juzgar el valor de lo que uno ha creado. Durante la conversación, me contó que acababa de terminar de traducir Mercier y Camier, su primera novela francesa, escrita a mediados de los años ‘40. Yo habÃa leÃdo el libro en francés y me habÃa gustado mucho. "Un libro maravilloso", le dije. Yo era casi un chico, y no pude contener mi entusiasmo. Pero Beckett sacudió su cabeza y me dijo: "No, no, no, no muy bueno. De hecho, acabo de dejar afuera un 25 por ciento del original. La versión en inglés va a ser algo más corta que la francesa". Yo dije: "¿Por qué harÃa algo asÃ? Es un libro maravilloso. No deberÃa haberle quitado nada". De nuevo, Beckett sacudió su cabeza: "No, no, no muy buen bueno, no muy bueno".
Después de eso, empezamos a hablar de otras cosas. Y de la nada, cinco o diez minutos después, se inclinó hacia mà sobre la mesa y dijo: "¿Realmente te gustó, huh? ¿Realmente pensás que es bueno?".
Era Samuel Beckett, y ni siquiera él tenÃa noción del valor de su obra. Ningún escritor lo sabe realmente, ni siquiera los mejores.
"Sà –le dije–. Realmente pienso que es bueno."
Este texto pertenece al libro Beckett Remembering/Remembering Beckett editado por James y Elizabeth Knowlson para el centenario del nacimiento del autor irlandés, y que acaba de aparecer en la editorial
inglesa Bloomsbury.
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