Claudio Uriarte era un autodidacta, se llevaba muy mal con las computadoras, con Internet, con los correos electr贸nicos, con el discado internacional y hasta con las escaleras. Una marca en la nariz daba testimonio de esa impericia. Sin embargo, se obstinaba en vivir en departamentos donde, para llegar a la cama, deb铆a superar el escollo de una docena de escalones. El s谩bado 28, a la hora de la siesta, los pies se le volvieron a enredar justo cuando estaba llegando a la planta baja. Y como en 茅l las cosas banales sol铆an adquirir una importancia angustiante, desmesurada, el golpecito en el parietal derecho desencaden贸 una hemorragia. Ten铆a 48 a帽os, un hijo, dos matrimonios y un libro publicado, El Almirante Cero, el trabajo monumental sobre Emilio Massera que escribi贸 en tres meses y fue paradigma de las biograf铆as no autorizadas de los 鈥90. Era evidente a qu茅 maestro tributaba: 鈥淵o ten铆a un modelo, el m谩s grande del g茅nero, Isaac Deutscher鈥, dec铆a. Claudio hab铆a sido un joven trotskista y el pasaje por la izquierda le dej贸 un profundo conocimiento de los te贸ricos del socialismo. Al entrar en la madurez, para escandalizar o tal vez por un profundo desprecio a ese tembladeral al que llaman progresismo, se convirti贸 en un tipo de derechas. Para que no quedaran dudas de la autenticidad del viraje, coloc贸 una foto de Donald Rumsfeld sobre su computadora y se declar贸 admirador de George Bush, de la justicia infinita y del Partido Republicano.
Es posible que el no-lugar al que lo conden贸 la historia familiar haya alimentado su tendencia a moverse en el coraz贸n de las contradicciones: no termin贸 el colegio secundario, pero era due帽o de una vast铆sima cultura (鈥淢e encantaba hablar de m煤sica con 茅l 鈥揷ont贸 su amigo, el cr铆tico Federico Monjeau, el d铆a del entierro鈥; no conoc铆a la t茅cnica musical, pero entend铆a la m煤sica鈥); ten铆a gustos exquisitos y despreciaba la vulgaridad, pero se manejaba como un igual con los m谩s humildes (鈥渟ab铆a estar鈥, dijo otro de sus incondicionales el domingo al anochecer); sab铆a que sab铆a y sab铆a c贸mo escrib铆a, pero era peligrosamente vulnerable a la opini贸n ajena. Lo que se dice, un hombre singular, tan singular como sus amores, como su 煤ltimo amor, una peruana joven y peque帽ita con la que pas贸 momentos felices.
Uriarte ten铆a claro que el periodismo es un oficio menor, inductor de espejimos y al que no hay que entregarse en cuerpo y alma porque suele traicionar a los dos. Apenas lo suficiente para hacer de 茅l un trabajo respetable. Nunca ocult贸, por tanto, que sus primeras l铆neas las escribi贸 a los 18 a帽os en el diario Convicci贸n, un invento de la Marina. Despu茅s, form贸 parte de la secci贸n Pol铆tica Internacional de Clar铆n y de P谩gina/12. Un mes antes del s谩bado de mala suerte, o de mala muerte, lo hab铆an contratado como columnista en Ambito Financiero. Alguien, en esos corrillos que repasan a media voz la vida del difunto, record贸 que tiene tres novelas in茅ditas. Una de ellas, dijeron, se llama El precio del oro y merece ser le铆da. Le asignaron el nicho 1432 del cementerio de Chacarita. Al fin de cuentas, un lugar.
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