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Domingo, 1 de junio de 2003
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La leyenda continúa

Alfredo Bravo (1925-2003)

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Por Rogelio Demarchi

Leyenda 1: James Carter es el presidente de los Estados Unidos y Jorge Rafael Videla el dictador genocida que ocupa la presidencia argentina. Videla llega de visita a Washington y la reunión entre los presidentes transcurre de la manera pautada por el protocolo de rigor. Hasta que, con cara de languidez, como quien le resta importancia al tema, Carter le pregunta a Videla por un detenido llamado Alfredo Bravo. El dictador argentino se sorprende, no atina a responder. Por la extensión de su silencio, Carter hace una seña para que uno de sus colaboradores hable. Ocurre, comenta el norteamericano, que han llegado a la Casa Blanca miles de cartas y de telegramas desde distintas partes del mundo solicitándole al presidente que incluya en la agenda del encuentro un pedido de precisiones sobre este gremialista defensor de los derechos humanos, cuyo paradero y estado sería desconocido, aunque se especula que estaría en manos de las fuerzas de seguridad del Estado. Videla se recompone, promete ocuparse personalmente del tema y Bravo se salva de algún oportuno y secreto traslado...

Leyenda 2: Alguien pregunta por qué Alfredo Bravo camina así. “Así” es marcando con los zapatos las diez y diez, a diferencia del Carlitos de Chaplin, que casi marcaba las nueve y cuarto cuando caminaba. Pero, además, Alfredo Bravo camina más con el taco que con la punta, y no hace el mismo juego con los dos pies. Hay una diferencia, apenas perceptible, si se quiere, pero la hay, que Bravo intenta disimular al máximo porque es tan petitero como un galán de cine de los años ‘40. Alguien tiene que responder la pregunta de por qué Alfredo Bravo camina así, y entonces dice, con pudor, que perdió los dedos de un pie por las torturas, que no importa mucho de cuál de los dos pies se trata pero que es así, que ahí ya no tiene sensibilidad, entonces no hace punta y taco sino taco y algún movimiento envolvente del resto de la pierna para que no se note la secuela. Siempre la respuesta a la pregunta de por qué Alfredo Bravo camina así se da en voz queda, porque está expresamente prohibido transmitir lo que se sabe. Sería como gritar los atributos del héroe.

Leyenda 3: En el barrio de Belgrano de Buenos Aires hay una escuela que fue fundada por Domingo Sarmiento y dirigida por Alfredo Bravo. La escuela tiene una puerta muy pesada de hierro y vidrio y muchos chicos inquietos que se golpean contra ella. Una tarde cualquiera, el chico de uno se abre la cabeza contra la puerta y el director Bravo lo tiene que despachar junto con la maestra hasta la guardia del Pirovano. Vuelve una hora más tarde, con un moño de gasa arriba de la oreja y cara de susto. Bravo se queda a esperar a los padres del herido con cierto temor de que el accidente se transforme en un problema. Pero, a la hora de la verdad, descubre que el padre al que espera con ansiedad es un militante que lo conoce y lo admira, de manera que el encuentro se transforma en una charla amena donde no hay reproches ni quejas, sino una espontánea camaradería o complicidad ciudadana. En algún sentido, después de todo, a los dos les termina molestando que el niño y la maestra regresen tan pronto.
Leyenda 4: Alfredo Bravo, el socialista convencido, no sólo está seguro de su ideología sino de que será un socialista sin partido mientras el partido esté dirigido por Américo Ghioldi: el hombre que apoyó un par de golpes de Estado y hasta aceptó ser embajador de la dictadura genocida que secuestró y torturó a Bravo, pero que igualmente gobernó el socialismo democrático hasta su muerte. Cuando la herramienta no sirve, piensa Bravo por entonces, hay que plasmar la idea de otra manera pero no perder la idea, y menos que menos confundir la idea con la herramienta. Y él –desde que, a los 17 años, decidió militar por la idea– ha vivido muy de cerca todas las vicisitudes de la herramienta, así que sabe muy bien de lo que habla. Leyenda 5 (y siguientes): La fundación de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina; la organización de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos; la técnica para el cuidado de las preciosas azaleas en el patio; cómo se conquista a una mujer arriba de un colectivo recitándole un poema; por qué se corrige obsesivamente un libro que nunca se deja terminar; las increíbles aventuras de un maestro rural; las experiencias del hombre que por miedo a volar se ve obligado a subir a los aviones con custodia militar (en compañía del Mayor Cagazo)...
Dicen que Alfredo Bravo ha muerto, pero acaso se trate del comienzo de una nueva leyenda que mañana se contará así: cuando San Pedro lo reconoce, le franquea la puerta sin dudar, lo saluda con un “Que Marx lo tenga en la gloria” y le señala el pasillo que lleva hasta la oficina del Barba.

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