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Domingo, 14 de diciembre de 2014
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LÍBRANOS DEL MAL

CINE Se estrenó Calvario, la película irlandesa protagonizada por el gran Brendan Gleeson que pone en escena el abuso sexual en la Iglesia desde el punto de vista de un sacerdote irlandés en conflicto con su fe. En diálogo con Radar, el director Michael McDonagh –hermano del dramaturgo Martin McDonagh, director de Escondidos en Brujas– habló sobre su relación con el catolicismo y por qué cree que no se hacen más películas sobre los casos de curas pedófilos en todo el mundo.

Por Mariano Kairuz
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“Probé semen por primera vez cuando tenía siete años”, dice el hombre desde el otro lado de la ventanita, contundente prólogo para su conciso relato de cómo fue abusado “oral y analmente” por un párroco, día por medio, durante años. Esto ocurre en el confesionario, pero lo que sigue no es una confesión, sino una amenaza. Un aviso. O una confesión adelantada, ya que suena a hecho consumado: el confesor le anuncia al clérigo que lo escucha del otro lado, que dentro de una semana habrá de matarlo. El cura que abusó de él ya ha muerto, pero no es ésa la razón por la que ha decidido asesinar a otro representante de la Iglesia. Va a matarlo porque es un hombre inocente. Matar a un hombre bueno tiene más sentido, es más noticia, dice, que a uno culpable.

Y así comienza la semana del padre James, una semana repleta de encuentros y eventos en un pequeño pueblo costero irlandés que parece haber sido olvidado por Dios. En los siete días que van de domingo a domingo, camino a la hora señalada en que, le han advertido, habrán de ponerle fin a su vida, el padre James recibe la visita de su hija (el hombre se ordenó cura de adulto, tras quedar viudo), recién llegada desde Londres tras un intento de suicidio y con varias facturas para pasarle; intenta conversar con la adúltera feligresa que ha aparecido, una vez más, con un ojo golpeado (acaso por su marido, o por su amante); se cruza repetidamente con el empresario rico y cínico que lo persigue con intenciones extorsivas y también en busca de algún modo de expiación; con el cirujano que ha perdido toda fe y todo respeto por la vida; con el dueño del bar local, budista de pocas pulgas; con un muchacho condenado a cadena perpetua por asesinato y canibalismo. Un calvario de una semana: el título de la película del director y guionista John Michael McDonagh no guarda ningún misterio.

La más notoria decisión de McDonagh fue la de contar una historia sobre la corrupción y el abuso sexual en la Iglesia desde el punto de vista de un religioso conflictuado y sacudido en su fe, pero indudablemente honesto y noble. “Yo quería hacer una película acerca de un ‘hombre bueno’”, dice McDonagh en una entrevista de Radar. “Asumí que muchos cineastas estarían desarrollando películas acerca de clérigos malos, debido a todos los escándalos clericales que hay alrededor del mundo. Así que, para ser contradictorio, decidí hacer de mi ‘buen hombre’ un cura.”

¿Por qué el confesor del principio cree que “matar a un cura bueno” es más noticia que matar a un cura malo?

–Porque es ilógico y absolutamente azaroso, y al público general le resulta difícil lidiar con eventos violentos que son ilógicos y azarosos. También, porque el asesino siente que su vida cuando era un niño inocente fue destruida, así que él va a destruir a un cura inocente.

Nacido hace 47 años y criado en el sur de Londres, John Michael McDonagh es el hermano mayor del cineasta y dramaturgo Martin McDonagh, que empezó su celebrada ópera prima Escondidos en Brujas con el intento de ajusticiamiento, en un confesionario, de un cura pedófilo.

Usted y su hermano fueron educados en el catolicismo, pero luego se alejaron. ¿Cuál es su relación actual con la religión y qué cree que ha cambiado, con la pérdida de credibilidad de la institución, en la manera en que la gente busca alguna forma de espiritualidad?

–Es cierto que yo fui monaguillo y mi hermano Martin cantaba en el coro de la iglesia, de hecho, ¡él llegó a cantar ante el Papa, en Roma! Pero hoy no tengo relación con ninguna religión en particular. Sí creo que hay algo por encima y más allá de nosotros pero, tal como se dice en la película, puede que esto no sea otra cosa que el miedo a la muerte. Creo que la gente siempre busca una dimensión espiritual en sus vidas, pero también que se da cuenta de que no es necesaria una religión organizada para hacerlo, especialmente no una religión –el catolicismo–, que ha sido responsable de encubrir la violación y tortura de niños.

En el nombre del padre

Contra lo que esperaba McDonagh cuando empezó a escribir Calvario, el cine ha hecho bastante poco por representar el tema de los abusos sexuales dentro de la Iglesia, al menos por la vía de la ficción: hay unos muy contados casos, y luego mayormente documentales (ver recuadros). Era esperable que alguno surgiera de Irlanda, ya que, cuando entre los años ’80 y los ’90 comenzaron a conocerse masivamente las acusaciones largamente ocultadas de buena parte del mundo, allí se acumularon –junto con Canadá y EE.UU.– la mayor cantidad de escándalos, que además involucraban en muchos casos a clérigos de cierta jerarquía. Entre los ’30 y los ’70, una enorme red de instituciones –orfanatos, reformatorios, internados, colegios industriales– que el gobierno irlandés le había dado a administrar a la Iglesia, fueron el escenario principal de miles de abusos. Cuando a la institución no le quedó otra que reconocer el tremendo crimen que había “pasado a formar parte de la cultura de la Iglesia irlandesa”, una de sus primeras reacciones fue el ofrecimiento de masivas indemnizaciones monetarias a las víctimas, a condición de que renunciaran a su derecho a demandar a la Iglesia y de que no se publicaran los nombres de los acusados. En los ’90 se produjeron numerosos documentales en torno del tema, como la serie Suffer the children (UTV, 1994), Suing the Pope o The Magdalene Sisters, que contribuyeron a generar una gran presión de la opinión pública sobre el gobierno.

Pero las ficciones siguen sin aparecer, aun hoy, y Calvario no tiene la intención de ocupar ese lugar extrañamente vacante de gran drama de denuncia. Calvario está estructurada como una suerte de obra de cámara que, a pesar de los espacios abiertos, los impresionantes acantilados y la rompiente que conforman la escenografía natural del pueblo de Easkey, en el condado irlandés de Sligo, transmite una opresiva sensación de encierro, la imposibilidad para sus personajes de escapar a sus destinos. Cada uno de ellos parece cargar su propia cruz; todos tienen alguna razón para haber perdido totalmente la fe en la Iglesia; todos parecen haber sido víctimas de alguna forma de abuso. Uno a uno desfilan ante el padre James (Gleeson) con sus miserias y su veneno, como si fueran, antes que individuos, representaciones, encarnaciones, condensaciones, alegorías. Los diálogos que mantienen con el padre James son agudos, filosos, destilan cinismo; expresan a personajes cultivados y desencantados por igual con un nivel de autoconciencia y análisis de sus pesares y oscuridades, y una precisión para volcarse en palabras que difícilmente vayamos a encontrar en el mundo real.

“Nunca escribí una versión más naturalista de mi guión”, explica McDonagh. “Soy un gran fan de la comedia screwball, en especial de las de Preston Sturges, así que siempre creo personajes eruditos, personajes que son altamente estilizados, ingeniosos y excéntricos. Esta no es gente que uno vaya a encontrarse en un pequeño pueblo en Sligo. Bueno, tal vez uno pueda conocer a una o dos personas así, pero básicamente, tomé la decisión de rodear al protagonista noble con estos personajes terribles, desagradables. La gente me ha preguntado si son los siete pecados capitales, pero en realidad está estructurada en torno de los cinco estadíos de la pena: negación, ira, negociación, aceptación y esperanza”.

Diario de un cura rural

A McDonagh se le ocurrió la idea de Calvario cuando filmaba con el extraordinario Brendan Gleeson su ópera prima, El guardia, una comedia negrísima y divertida protagonizada por un policía iracundo e incorrecto. “Le di a Brendan el primer borrador del guión y discutimos juntos la narrativa, desde el primer momento. Con él decidimos hacer la película más emocional, menos nihilista, y expandimos las escenas del padre James y su hija, lo que le daba a su personaje toda una historia previa que obviamente terminó mejorando la película final. Hablamos acerca de lo terrible que debe ser que alguien pase por la calle a tu lado y juzgue, por la ropa que estás usando, que debés ser una persona siniestra.” En una escena no particularmente intensa pero significativa de Calvario, el padre James inicia una conversación con una chica a la que se encuentra camino a la costa. La charla es mínima y casual, pero de pronto aparece el padre de la nena y la urge a meterse en su auto, increpando con la mirada al cura, que como todos los de sotana han pasado a convertirse ante la opinión pública en potenciales abusadores de niños.

“Pero no se me ocurren muchas películas que lidien con curas villanescos”, dice McDonagh cuando se le pregunta por referentes y antecedentes temáticos. “He visto películas que tratan sobre curas buenos o conflictuados, como Mi secreto me condena (el I Confess de Hitchcock), Un cura (Léon Morin, Prêtre, de Melville), Confesiones verdaderas (de Ulu Grosbard, 1981, con De Niro y Duvall), Sous le soleil de Satan (de Pialat, con Depardieu), y Diario de un cura de campaña, de Bresson. Creo que la razón por la que no hay muchos films sobre curas abusadores es que para contar la historia de manera apropiada uno tendría que hacer una película de terror, y la mayoría de los directores no están interesados en hacer películas de terror.”

El periodista inglés Mark Lawson arriesga en un artículo en The New Statesman que el motivo por el que el tema de los curas abusadores aún no ha recibido su “tratamiento cinematográfico definitivo” es que “probablemente pocos actores o directores se sientan cómodos pasando dos horas con personajes aborrecibles como lo es un hombre que comete crímenes sexuales en el nombre de Dios. Otra razón quizá sea el sorprendente nivel residual de respeto que aún inspira la Iglesia. Dada la escala y la gravedad de las revelaciones de los abusos sexuales, el catolicismo ha sido tratado con bastante amabilidad por el entretenimiento masivo; aunque no deja de ser cierto que el retrato del Vaticano como el gran villano en varias populares franquicias, como los libros de Dan Brown y la trilogía de His Dark Materials, de Philip Pullman, que disfraza a la Iglesia bajo el nombre del Magisterio malvado, es atribuible a la revulsión general causada por los escándalos”. Los pecados sexuales de los reverendos del cine y la televisión hasta ahora tuvieron más que ver con relaciones adúlteras con mujeres (u hombres) adultos, como las que retrataron la exitosa telenovela que Richard Chamberlain protagonizó en los ’80, El pájaro canta hasta morir, o Priest, el film de Antonia Bird estrenado en 1994 en el que “los personajes centrales son clérigos que tienen relaciones sexuales con un ama de casa y con un varón adulto en pleno consentimiento”. Todavía falta, dice Lawson, una película que aborde el asunto en toda su horrorosa amplitud, y tal vez el perfecto candidato para la misión sea algún gran maestro obsesionado con el catolicismo, como Martin Scorsese.

¿Recibió hasta ahora alguna respuesta de instituciones religiosas en relación con su película?

–Nada oficial, no. Pero me he encontrado con que la gente de fe se ha sentido muy conmovida con el film. Se dan cuenta de que sus creencias son tomadas muy seriamente, y que no se los está tratando con condescendencia. Puede que no estén de acuerdo con todo lo que ocurre en la película, pero entienden que soy sincero.

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