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Domingo, 28 de diciembre de 2014
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LA MUERTE DEL LEON

DESPEDIDAS La semana pasada murió Joe Cocker, uno de los grandes mitos del rock y el blues y quizás uno de los vocalistas ingleses más notables de la historia, el creador del soul de ojos azules. Desde la industrial ciudad de Sheffield hasta su consagración en Woodstock, pasando por sus salvajes covers de Los Beatles y hasta una escapada por el conurbano bonaerense argentino en plena dictadura militar, un repaso por la vida y las andanzas de un hombre que fue mucho más que la canción del sombrero puesto.

Por Sergio Marchi
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Los mitos urbanos del rock son infinitos y, a estas horas, cuando acaba de trascender la triste noticia de la muerte de Joe Cocker, aparece uno más. En la primera visita que realizó a nuestro país en 1977, en alguna hendija de los tres shows que dio en el Luna Park (con una banda que incluía a mitos como Nicky Hopkins y el recientemente desaparecido Bobby Keys, el saxo stone), Cocker se dio a la fuga. Mike Lang, uno de los organizadores de Woodstock y a cargo de la gira, se de-sesperó ante la ausencia del cantante, a quien todos tenían vigilado por su afición a la bebida. ¿Y por qué se había ido? Para beber en paz, lejos, y con nuevos amigos que todavía no conocía. La leyenda dice que apareció en un bodegón de Lanús... ¿o era en Ramos Mejía? ¿Cómo llegó hasta allí, solo, en plena dictadura militar, cuando un pelilargo en estado de ebriedad era un blanco formidable? Nadie lo sabe. ¿Cómo regresó? Alguien llamó al Sheraton para pedir por favor que se lo llevaran porque no lo soportaban más. Retornó averiado, pero se subió al escenario del Luna Park y dio una cátedra de soul, rock, rhythm & blues y baladas. ¿Fue verdad? Nunca se cuestiona a los mitos urbanos: se cree en ellos o no.

Joe Cocker es un mito, es también urbano (nació en Sheffield, la capital del acero británico), pero fue una absoluta realidad que se reveló como intérprete en su Inglaterra natal cuando en 1968 descuartizó una cancioncita de The Beatles que volvió a rearmar como un letal lamento bluseado y gritado hasta la demencia. “With A Little Help from My Friends” se convirtió así en su carta de presentación, y al lado de su versión desesperada, la que cantó Ringo Starr quedó empequeñecida. El león de Sheffield entró rugiendo al mundo del show business con un Nº 1. No volvería a tener otro en Inglaterra; sí en Estados Unidos, en 1982, cuando cantara junto a Jennifer Warnes la balada principal de la película An Officer And A Gentleman (protagonizada por Richard Gere y Debra Winger y conocida en Argentina como Reto al destino). No obstante, buena parte del público recordará su voz animando el strip-tease de Kim Bassinger en Nueve semanas y media (1986); “You Can Leave Your Hat on”, un tema de Randy Newman, se convirtió así en un tema emblemático de la FM, las fiestas y los juegos eróticos.

El asunto es que el hombre que partió el pasado 22 de diciembre, enfermo de un cáncer de pulmón, es mucho más que un cantante de éxito. Joe Cocker fue todo un estilista del canto rockero, fue el creador del “soul de ojos azules”, haciendo suyo un estilo que conjugaba la garra rockera (y leonina), con el sentimiento negro. Es por eso que siempre tenía coreutas de fuste, generalmente negras, en sus grupos de acompañamiento: hacía falta que alguien contestara en tiempo, forma e intensidad a su rugir devastador.

Woodstock fue testigo de su intensidad y su show despertó a los patos del pueblo vecino, agigantando su reputación. Sus primeros tres álbumes fueron fabulosos luego se juntó con otro genio injustamente olvidado, Leon Russell, para la gira Mad Dogs & Englishmen. Después, la bebida se lo llevó puesto. I Can Stand A Little Rain encabezó la lista de discos olvidables que amenazaron con sepultar su otrora formidable reputación. En vivo mantenía la compostura, pero el alcohol, paradójicamente, apagaba su llama y le arruinaba la garganta, lo que disminuía el poder de sus conciertos. A&M Records le informó en 1976 que tenía una deuda de ochocientos mil dólares. La carrera se le fue a pique en apenas ocho años.

¿Cómo se rearma un hombre que alguna vez fue la gran promesa de la música de una debacle tan increíble? Su alcoholismo era digno de un cuento de Bukowski, y no parecía tener retorno. Un ofrecimiento en 1982 lo cambió todo: “Up Where We Belong”. Ese suceso monumental, autoría de Buffy Saint Marie, resistido por el productor de la película (“porque eso no es un hit”) fue el punto de inflexión donde hizo eje la idea de que no estaba todo perdido, que tal vez una segunda oportunidad lo esperaba más allá de la botella. Cocker fue mejorando de a poco, nunca dejó de beber del todo, pero recompuso su carrera a base de calidad. Su álbum Unchained My Heart lo mostró en gran forma y con una banda espectacular con la que visitó Buenos Aires dos veces, casi eclipsando a los números principales. Y así se mantuvo, alternando buenos y flojos discos, pero ganando por goleada sobre los escenarios gracias a su estirpe de cantante. Ya no era el hombre de los movimientos espásticos, de Woodstock, ni el jovencito desgreñado que se tambaleaba por los efectos del alcohol. Era solamente un cantante, pero de esos que se apropian de cada canción que interpretan.

Por la garganta de Joe Cocker han pasado canciones de todo tipo: rock, reggae, soul, blues, jazz, baladas, firmadas por autores de lo más disímiles: Lennon/McCartney, Bob Marley, Bob Dylan, Leonard Cohen, Billy Preston, Marvin Gaye, Jackson Browne, y siguen las firmas. Y siempre consiguió que esos temas le pertenecieran, aunque más no fuera durante el momento en que él los cantaba, a su manera, con un estilo único. ¿Quién podía cantar junto a Ray Charles como Ray Charles? Sólo Joe Cocker, pero no por la influencia que Charles ejerció sobre él (reconocida y agradecida), sino por ese toque único que le dio una personalidad que todo el arco musical hoy reconoce. “Cuando escuché la versión que hizo de ‘With A Little Help from My Friends’, me voló la cabeza –reconoció Paul McCartney, días atrás–. Transformó la canción en un himno soul y le estuve siempre agradecido por eso. Joe fue un tipo adorable del Norte al que yo quise mucho y, como a tanta gente, siempre me gustó cómo cantaba.”

Quizá su versión del tema de The Beatles sea insuperable, pero vale la pena recordar o conocer a Joe Cocker en su esplendor y recorrer sus primeros tres álbumes. “Feelin’ Alright”, “Marjorine”, “High Time We Went”, “Delta Lady” y “Hitchcock Railway”, apenas cinco de los temas que Cocker convirtió en maravillas. O buscar sus discos de fines de los ’80 y comienzos de los ’90, los del renacimiento. Ninguna de las canciones que Joe Cocker cantó volvió a ser la misma después del paso por su aguardentoso registro y su fraseo de crooner.

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