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Domingo, 4 de enero de 2015
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VOLVER DEL FUTURO

Hace veinticinco años se estrenaba Volver al futuro. Parte II, donde la fecha clave del radiante mañana era ni más ni menos que el año que acaba de empezar: 2015. Lo que significa que ya han pasado treinta de la primera entrega de la saga, la de los ’80, y que también nos separa de esa forma de concebir el porvenir un cuarto y un cambio de siglo. Y aunque es verdad que Internet y la telefonía móvil plantean un panorama digital sumamente diferente en materia de comunicaciones, los autos no vuelan, los skates tampoco, Tiburón 19 no se estrenó aún y la ropa inteligente se sigue haciendo rogar. El futuro llegó y no es precisamente como lo imaginaban las películas de ciencia ficción del siglo XX. Radar repasa el imaginario futurista de Metrópolis a Matrix, pasando por 2001 Odisea del Espacio y la interminable saga de Terminators, para corroborar que no todo tiempo pasado fue mejor. Pero que tampoco existe el futuro tal como nos dijeron que iba a ser.

Por Mariano Kairuz
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El futuro ya no es lo que era. Lo dijo Paul Valéry, pero acá lo vamos a citar a la ligera, recién traspasadas las puertas del 2015 para confirmar lo que era de prever: que a pesar de que cada vez estamos más cerca de llevar computadoras cosidas a los dedos, el lejano año 15 del siglo XXI es en realidad tan cercano, pedestre, oxidado, gastado, berreta, improvisado, y tan viejo como el siglo XX. “¿Caminos? Adonde vamos no necesitamos caminos”, decía famosamente el Doc Emmet Brown, el científico chiflado de la saga Volver al futuro al final de la primera película, y la escena se reiteraba al comienzo de Volver al futuro. Parte II, que se estrenó en los cines de Argentina hace exactamente 25 años y tres días. Y entonces el también recordado De Lorean –el auto-máquina del tiempo–, ahora alimentado no con peligroso y radiactivo y terrorista plutonio, sino con basura y cáscaras de banana, a través del sofisticado Mr. Fusion, un aparato militante del reciclaje y de las energías no contaminantes, levantaba vuelo y surcaba el cielo y los tiempos.

Pero, acá estamos: 2015 y los autos no vuelan. Los skates tampoco. La ropa inteligente todavía es una promesa y un golpe de marketing de los fabricantes. Los pronósticos meteorológicos la pifian como siempre (mientras que Doc prevé al segundo cuándo dejará de llover). No hay Tiburón 19 en los cines promocionado por un holograma, aunque el cine de Hollywood sí terminó de ser colonizado por secuelas de éxitos millonarios y en 3D. Casi ninguna de las cosas que Volver al futuro. Parte II (VaF2 de acá en adelante) predijo un cuarto de siglo atrás se hizo realidad del todo, e incluso en una, la más realista digamos, hasta se quedó corta: podría decirse que la nostalgia por los años ’80 ya pasó, ya hay quienes tratan de vender eso de que es hora de extrañar los ’90. Veinticinco años no es nada y es todo.

Lo cierto es que el imaginario científico-tecnológico de VaF2 no es otra cosa que un chiste, un comentario intergeneracional de los guionistas Bob Gale y (el también director) Robert Zemeckis, que no pretende otra cosa que proyectar hacia adelante la misma absurda idea de progreso a la que los personajes de la primera película parecen haberse entregado en los años ’50. Volver al futuro (1985) era el retrato del falso sueño de una generación entera; la idea de un mundo que sólo podía ir hacia adelante después de la guerra, y una parodia de la berretada moralista que esa misma generación, la de los baby boomers, convertidos en frustrados padres 25, 30 años después, pretendieron venderles a sus hijos: el sermón de que en sus tiempos la gente era más decente, noble y trabajadora.

Son sólo treinta años, los que van del rockabilly a mediados de los ’80, pero para Doc Brown “seguramente en 1985 el plutonio se venderá en cada esquina”. La gran broma de la primera parte de VaF2, la que transcurre en 2015, consiste en decirnos que, aunque los autos vuelen y los televisores se hayan vuelto grandes como pantallas de cine, el mundo es el mismo, la gente es la misma; nos advierte con todo el sentido del humor posible que en el futuro vamos a ser igual de idiotas y miserables que ahora mismo (y que treinta años atrás), pero con zapatillas que ajustan automáticamente sus cordones.

LLEGAR AL FUTURO

La literatura y el cine futuristas pueden optar por transcurrir en una época suficientemente lejana como para que quienes estaban en la Tierra en el momento de la primera edición o estreno no vayan a tener oportunidad de cotejar sus “predicciones” con el paso real del tiempo. Digamos, el siglo XXX. O pasar por futuro pero transcurrir en una indefinida época “hace mucho mucho tiempo” y en una geografía muy muy lejana. Los que eligen mostrar el futuro cercano se juegan entre hacer futurología conceptual, o quedarse en el retrato un poco nerd de los cachivaches tecnológicos, pero siempre corren el riesgo de quedar atrasados hasta el ridículo. Un término medio serían los cien años hacia adelante que ofrece la Metrópolis de Fritz Lang (1926), que aunque se haya quedado en un mundo proverbialmente analógico –la revolución digital era más bien difícil de prever– hecho icónico en la imagen de un hombre intentando detener por la fuerza un par de agujas, pintó una cantidad de ideas sobre el universo, la sociedad capitalista y, con perdón, el alma humana, que la han convertido en la más pionera y la más vigente de todas. El mundo de Metrópolis es aun muy físico, pero podemos apostar a que en 2026 todavía vamos a necesitar de nuestros cuerpos. Más envejeció Matrix (1999), que da una vuelta más larga para decirnos esencialmente lo mismo: que aunque nos dominen las máquinas y vivamos nuestras vidas vicarias en entornos virtuales, la única liberación posible es la de nuestros cuerpos, es física y es química. Casi 90 años atrás, Fritz Lang nos mostró rascacielos como los de Nueva York y Blade Runner, no con autos voladores pero sí con aeroplanos circulando entre las torres, nos mostró una humanoida fatale capaz de confundirse perfectamente con un ser vivo, nos comentó la opresión del mundo del trabajo, la dominación de una clase social sobre otra, el imperio natural de las máquinas sobre nuestros cuerpos y mentes; nada que, de una forma u otra, no siga siendo uno de los temas de discusión y preocupación más vivos, desde los tiempos de la Revolución Industrial (y antes) hasta hoy.

Lo mismo ocurre con 1984, que George Orwell terminó de delinear en 1949 modelándolo sobre las sombras más reales y terroríficas que proyectaban las dictaduras de su presente sobre el porvenir inmediato. Quizás el mundo (o el mundo occidental, al menos) se haya terminado pareciendo más a Un mundo feliz, al Brave New World de Huxley, al incorporar la manipulación genética y retratar menos el disciplinamiento forzoso que el conformismo fabricado; pero ambos en todo caso plantearon cuestiones que no pierden vigencia, tales como la de los sistemas de vigilancia totales –que tomaron otras formas tecnológicas pero parecen completarse hoy mismo, delante de nuestros ojos–, la posibilidad de reescribir la historia a conveniencia, y Orwell además tuvo la infinita gracia de crear la imagen de un mundo dominado por pantallas, una idea más moderna que todo el resto de la ciencia ficción junta. Lo que no vieron venir estos films de los primeros dos tercios del siglo XX (las primeras, polémicas versiones audiovisuales de 1984 son de 1954 en la televisión inglesa y 1956 en el cine) fue la idea de conectividad total que proveería Internet, pero sus usos, efectos, consecuencias sociales y políticas están conceptualmente anticipadas desde mucho antes de VaF2 y todo el cine futurista que produjeron los años ’70, ’80 y ’90.

EL POEMA DE LOS DRONES

Ahora bien, la generación de los que vimos cada Volver al futuro en cine en sus respectivos estrenos nos sentimos autorizados a quedarnos esperando a ver qué quedaba de las profecías de VaF2 cuando el destino, inexorable, nos alcanzara, y aun a riesgo de sentirse un poco nerds (por decirlo en términos de mercado) o sencillamente bobos, hasta confeccionar un listado de item cumplidos e incumplidos. Internet, que no aparece en el 2015 de VaF2, es una fuente inagotable de este tipo de trivia inútil pero irresistible, y cruzando listas con una revisión de la película en sí –que por razones obvias se sostiene mucho menos bien que la ochentosa primera– podemos consensuar más o menos lo que viene a continuación.

Apenas unos meses atrás, urgido por estas mismas ansiedades, el periodista californiano especializado en cultura popular y colaborador de medios influyentes como Deadline, LAWeekly y MovieMaker, David Konow, elaboró un archivo con las “predicciones” de Volver al futuro para este venturoso 2015, y hasta habló con algunos de sus responsables. “Estoy bastante sorprendido de que algunas de las cosas que imaginamos para la película se hayan vuelto realidad”, le dijo el coguionista de la saga, Bob Gale. “Hay muchas cosas para las que hicimos cierto trabajo de investigación, como la idea de usar tu pulgar para hacer una transacción monetaria, cómo se vería el dinero el futuro y todo ese tipo de cosas sobre las que se teorizaba mucho en aquellos tiempos, a fines de los ’80. Hicimos este arreglo con Nike para hacer unas zapatillas futuristas, y luego en Nike pensaron: tal vez podamos fabricar de verdad estas cosas. De modo que algunas de las cosas que predijimos finalmente ocurrieron, porque alguna gente que las vio en la segunda película se inspiró y pensó: en una de ésas hay una manera de hacerlas realidad. La gente del fabricante juguetero Mattel que trabajó en el diseño del skate volador quedó realmente excitada con su idea, y tenían ganas de hacer una tabla flotante (hoverboard) verdadera, como todo el mundo.”

Lamentablemente, la obsesión de muchos fans con la patineta voladora dio lugar a un episodio un poco psicótico que augura pocas cosas buenas para el futuro de la humanidad. Cuando el año pasado, el skater profesional Tony Hawk publicó un video promocionado como “la prueba de la primera hoverboard real”, como si se tratara de un prototipo a punto de lanzarse al mercado, con la participación de Christopher Lloyd (el actor que interpreta a Doc Brown en la saga), el músico Moby y otros famosos, la cosa se viralizó enseguida y hubo quienes lo creyeron real, desencadenando luego una masiva serie de protestas. Otro video (ambos pueden verse en YouTube) muestran a Hawk pidiendo disculpas por lo que él creyó que era demasiado obvio que no podía ser verdadero, a pesar de los efectos digitales fotorrealistas que lo hacían todo tan creíble. Antes, en el sitio de sketches Funny or Die, Robert Zemeckis daba una entrevista en la que decía que el skate volador existía desde hace años, pero que varios grupos de padres se las habían ingeniado para mantenerlo fuera del mercado porque temían que los chicos se lastimaran. El problema fue que, al igual que con el video de Hawk, muchos se tomaron el chiste de Zemeckis en serio. “En Mattel –cuenta Gale– se enojaron con nosotros durante como un año, porque la gente había empezado a llamar a la compañía para reclamarles que les vendieran el skate prohibido. ‘No pueden prohibírselo al mercado’, les decían indignados. Jamás se nos ocurrió que iban a creérselo.”

Por otro lado, le confiesa Gale a Konow, lo que ni se les cruzó por la cabeza a quienes se involucraron en el diseño del 2015 fue algo remotamente parecido a un smartphone. “Esa nos la perdimos por completo”, dice el guionista.

¿Y el tema de los autos que vuelan, que es la primera impresión visual del porvenir que nos enrostra la película? “La verdad es que también estábamos bastante seguros de que para 2015 no iba a haber autos que volaran –dice Gale–, y creo que ese concepto es una fuente permanente de decepciones para la gente. Habría una manera de hacer autos voladores, en el mundo real, pero ¿qué tan práctico sería eso, y qué otros problemas sociales tendríamos si los autos volaran? La gente ya se está rascando la cabeza ante la perspectiva de los autos que se manejan solos, que ya existen, así que ¿autos que vuelen? No creo que vayamos a tener de ésos.”

Finalmente, lo que vemos en VaF2 es un mundo que es más de lo mismo, con cachivaches tecnológicos vistosos pero que conceptualmente no mejoran nuestras existencias ni un poco. El que refiere es un mundo de consumo, de crimen, de embobamientos culturales, de opresión laboral: el rockstar frustrado del futuro Marty McFly es amedrentado y luego despedido por su jefe japonés a través de la pantalla de su televisor, que funciona como videoconferencia o, claro, una suerte de skype (mientras recibe ¡un fax!). Un universo lleno de frustraciones iguales que las de las generaciones anteriores, pero apenas distinto; más optimista que 1984 o Metrópolis, porque surge de tiempos de guerra, pero fría. Las preocupaciones son más bien económicas, después de una década de brutal neoliberalismo. Y los “avances” son meramente producto de la comercialización de cachivaches hi-tech para uso doméstico. Una lista de esas que abundan en Internet propone que, entre las cosas que no vamos a tener aun en 2015 pero que eventualmente podrían ser, están:

1. El scanner biométrico: según VaF2, en 2015 deberíamos poder pagar consumos prescindiendo de tarjetas y sucios billetes, simplemente apoyando el pulgar sobre algún tipo de lector. También serviría para abrir la puerta de casa sin llaves, y ser identificados automáticamente por la policía. De algún modo, ya estamos ahí.

2. La clínica de rejuvenecimiento. Lo único que anticipó la película en este sentido es la creciente tendencia a pasar por el bisturí para tratar de volver la edad atrás, pero la cirugía plástica sigue viéndose en las estrellas de Hollywood tan horrible y artificial como siempre. Algunos futuristas dicen que para el 2040 por ahí podemos clonar o cultivar copias artificiales de nuestros órganos vitales.

3. La ropa inteligente de Marty McFly. Lo de las zapatillas de cordones automáticos podría ser, pero todavía ni noticias de que alguien esté produciendo camperas y pantalones de talles autoajustables o que se sequen solos. La idea de ropa inteligente –smart clothes o e-clothing– viene por ahora ligada a la conexión a Internet, que podría monitorear la información vital de quien lleva la ropa puesta, adaptarse a la temperatura ambiente (ya existe una cosa llamada Exmobaby, un pijama que mide la temperatura corporal de los bebés), pero por ahora los desarrollos más importantes vienen por el lado de la tecnología textil militar.

4. Cine Holomax. Todos recuerdan el escualo holográfico que promociona Tiburón 19, pero, más que el renacer digital del 3D, esto parece anticipar el reinado de los blockbusters caros y las secuelas interminables. En cuanto a la cartelería electrónica gigante, hay que decir que eso se hizo realidad poco después, pero la fe de VaF2 es predigital: los carteles tiran rayas y errores analógicos, que los LED de altísima definición han corregido totalmente hace rato.

5. El café de los ’80 ha dado mucho que discutir a los espectadores de The Big Bang Theory: el barcito tiene bicicletas para hacer ejercicio mientras se consume chatarra (una obsesión con el fitness que, con distintas caras, es tan de los ‘80 como actual), videojuegos retro que los más pequeños menosprecian porque “hay que usar las manos para jugarlos” (aunque estamos en camino hacia otra cosa, siguen siendo así) y muchos de los personajes icónicos de la época, retratados en caricaturas torpes a lo Max Headroom han desaparecido: Michael Jackson, Ronald Reagan... el ayatola Jomeini.

6. Las placas con códigos de barras en los autos. No hay, pero sí parecen indicativos de otra cosa que será efectiva, inevitablemente, en algunos años: un sistema que mantenga a todos los vehículos conectados por Internet todo el tiempo. Y no, los autos, como ya dijimos, no vuelan, pero sí parece que podría haber de acá a unos quince años –y al parecer ya hay experimentos en Tel Aviv y Japón– vehículos que se mueven por sistemas de levitación magnética, como en la remake reciente de El vengador del futuro. Por ahora, a donde sea que vayamos, seguimos necesitando caminos.

7. Y tampoco: ni Lady Di es la reina de Inglaterra (ni lo sería de haber seguido con vida), ni hay cestos de basura que se muevan solos por la calle (¿para qué?), ni hay jaulas de animación suspendida para mascotas (ideales para que no se estresen durante nuestras vacaciones), ni hidratadores de comida (los McFly cenan minipizzetas que rehidratan al tamaño normal en sus máquinas marca Black & Decker) ni generadores de sueño alfa capaces de dormir automáticamente y sin anestesia a un individuo, ni papel antipolvo, ni los Cubs (el equipo de béisbol de Chicago) ganaron la serie Mundial –un chiste localista– pero los diarios sí se siguen leyendo en papel a pesar de que existen alternativas, y esa cámara que llega como de la nada para tomar una foto de la última noticia local para la primera plana del periódico nos recuerda mucho un invento cada vez más popular que hace poco era un cacharro sci-fi y hoy, en estas mismas navidades de 2014, varias casas de electrodomésticos de Argentina ofrecían como el último gran regalo para el hogar: drones.

El MAÑANA NUNCA MUERE

Y así como 1984 y Metrópolis nos dieron un vistazo al mañana bastante interesante, la lista de películas que nos mostraron un futuro que ya pertenece a nuestro pasado y que no se concretó es infinita. La revisión de VaF2 convocada por la llegada del 2015 también multiplicó las listas disponibles, y en un vistazo podemos comprobar que relatos como Lo que vendrá (Things to Come, 1936), la pionerísima película de William Cameron Menzies (director) y Alexander Korda (productor) basada en una historia de H. G. Wells que abarca desde 1940 hasta el hoy cercano 2036, atravesando nuestro presente, supo anticipar la Segunda Guerra Mundial, pero esencialmente se propuso como, en palabras del propio Wells, “una discusión” acerca de “las fuerzas y posibilidades sociales y políticas”. Sobre este relato de Wells, Orwell diría hacia los años de su 1984 que “mucho de lo que imaginó The Shape of Things to Come ya era una realidad en la Alemania nazi: el orden, el planeamiento, el Estado alentando la ciencia, el acero, el concreto, los aviones, todo estaba ya allí, pero al servicio de ideas apropiadas para la edad de piedra”.

La lista de anticipaciones y pifies del cine futurista que ya quedó en el pasado es inabarcable, pero entre los hitos mayores están por supuesto 2001, odisea del espacio, que previó creíblemente el turismo espacial (que aún hoy no es una realidad pero sí un proyecto bastante concreto), ciertas formas de tecnología artificial (aunque aún no hay computadoras arteras y maléficas como HAL) y comunicación, y en muchos aspectos la tablet como computadora personal, en particular en su diseño y estilo, a tal punto que en una demanda de Samsung a Apple que tuvo lugar tres años atrás se la consideró un antecedente “artístico” que relativiza la originalidad del iPad. Aunque no especifica el año en que transcurre, la primera RoboCop (1987) anticipó la bancarrota de Detroit, y aunque en la vida real aún no se haya vendido la ciudad entera a una corporación, ni se haya privatizado ni robotizado su policía, la idea del Estado totalmente policíaco es más bien un cuadro de plena actualidad.

1980 no tuvo aviones personales como los de la superurbe de Fantasías de 1980 (Just Imagine, David Butler, 1930). Año lleno de augurios fallidos, 1997 no fue exactamente como lo describió la serie Perdidos en el espacio en los ’60, ni tuvo una catástrofe como en los Crímenes del futuro (1971) de Cronenberg; ni Manhattan fue para el caso la cárcel gigante e inaccesible que imaginó John Carpenter en Fuga de Nueva York en 1981, inspirado por el Watergate y las crecientes tasas de criminalidad de la ciudad que nunca duerme. Ni en el año 2000 el gobierno bipartisano de Estados Unidos empezó a organizar carreras automovilísticas televisadas en las que los corredores suman puntos matando peatones, como las de la brutal sátira exploitation filmada por Corman y Paul Bartel en Año 2000. Carrera mortal (1975); ni para el 2009 los multimegamillonarios podían comprar su inmortalidad mediante un complicado truco tecnológico, como en la pésima Freejack (Geoff Murphy, 1992). Ni en 2006 salió –hasta donde nos informa la NASA– la nave con Charlton Heston, que habrá de perderse en el tiempo para despertar en El planeta de los simios dentro de cientos de años. En medio de esta marea de profecías incumplidas (en general, por suerte), vale destacar una algo olvidada: un artefacto de 1979 llamado Americathon, de Neil Israel, una comedia impulsada, como muchas distopías de la época, por la Guerra Fría y la crisis del petróleo (¡ver Mad Max!) imaginaba a los EE.UU. veinte años en el futuro, convertido en un Estado en quiebra, en el que la gente duerme en sus autos abandonados, y debe realizar un teletón –una suerte de reality televisivo gigante y perverso– para juntar el dinero para evitar que el país sea comprado en remate por un magnate que se los devolverá a los indígenas. Con tono delirante, la película predijo la caída de la Unión Soviética y un incremento impar de la cantidad de homeless del país, que se vería tristemente realizada en los primeros años del primer gobierno de Reagan.

Ahora bien, hay otros futuros cinematográficos a los que aún no llegamos pero que de algún modo ya alcanzamos: en el 2032, según El demoledor (de 1993, con Sylvester Stallone y una aún desconocida Sandra Bullock) no habrá crimen (detalle más bien dudoso) y el sexo será virtual y contractual, un comentario por lo menos interesante sobre la mediatización de las relaciones personales, cuando aún no existían las redes sociales. Para el 2054 –según Philip K. Dick según Spielberg (Minority Report, 2002)– las tecnologías de reconocimientos facial y circulación de información personal aplicadas en publicidades personalizadas será aún más invasiva de lo que ya lo es la publicidad comercial en nuestros servicios de correo electrónico gratuito en la televisión y el teléfono, y la mera, polémica idea de la predicción y prevención de crímenes –y el encierro de criminales antes de que se conviertan efectivamente en tales– ya existe, de algún modo, en los sistemas de vigilancia y espionaje, legales e ilegales, con los que Estados Unidos y otros gobiernos han comprometido la privacidad de ciudadanos propios y ajenos bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo post 11-S. Para el crítico J. Hoberman, Minority Report “visualiza (a la vez que demuestra) un futuro en el que el inconsciente ha sido totalmente colonizado”.

Y está también, por supuesto, Terminator. Los futuros de esta saga que este año pasado acaba de cumplir treinta años (los cumplirá en el 2015 sin consideramos la fecha de estreno argentina) se dieron en varias etapas y se fueron corriendo conforme los protagonistas fueron alterando la historia. Primero, el apocalipsis cibernético por el cual el sistema de defensa Skynet iba a desatar el desastre nuclear y las máquinas dominarían a la humanidad, sería en 1997. Esto es lo que decía no el film original (1984) sino el segundo (1991), para luego asegurarnos que el futuro había sido cambiado. Pero luego vino T3 (2003) para asegurarnos ominosamente que el levantamiento de las máquinas no fue anulado, sólo pospuesto hasta 2004. Finalmente, la serie televisiva Las crónicas de Sarah Connor (que cuenta los eventos ocurridos entre films) corrige esa fecha hasta el 2011, cuando el caos sí ocurre. La fecha del futuro desde la cual empiezan a mandarnos robots asesinos a nuestros sucesivos presentes es el 2029, y hacia allí volverá la saga en la nueva película con Schwarzenegger que se estrenará este año (2015); sin embargo, para James Cameron, guionista y director y autor integral de todo el asunto, la cuestión ya está dirimida hace rato, más allá de las fechas, “puede ser que los protagonistas de sus películas hayan torcido el rumbo de los acontecimientos lo suficiente para que el futuro que describen T1 y T2 no sea el nuestro, pero ahora, en lugar de una guerra nuclear tenemos que preocuparnos por el cambio del clima global”, dice, mientras sigue currando con sus saga eco-futurista interplanetaria Avatar.

EL FUTURO LLEGO HACE RATO

¿Seguiremos viendo Volver al futuro. Parte II ahora que el futuro ya pasó? Puede ser, por morbo, como tratar de recordar los ’80 viendo la primera película y entender, finalmente, que esa época que las publicidades y la televisión estuvieron tratando de explotar hasta el hartazgo durante los últimos años es fuente de una amargura infinita y que no se merece nuestra nostalgia. Las únicas películas sobre el futuro que realmente lolo anticiparon fueron aquellas que se jugaron a predecir no la arquitectura, ni la ingeniería del transporte, ni el diseño de nuestros iAparatejos del día, sino el estado hacia el cual se encamina la humanidad. En ese sentido, hay una película inmerecidamente muy poco vista –muy poco vista porque la Fox decidió, después de financiarla, prácticamente escondérsela al público– titulada elocuentemente La idiocracia (Idiocracy, 2006), concebida por Mike Judge, es decir, el creador de esos dos adolescentes idiotas llamados Beavis & Butthead, y que se imagina, prevé, ¡teme!, que si las cosas siguen como van, en quinientos años la humanidad será como un montón de adolescentes estúpidos, incultos, poco higiénicos, ignorantes, ajenos a un manejo mínimamente correcto del lenguaje, aplastados por el consumo de cosas inútiles y la publicidad. Sí, quinientos años: como parte de un experimento, Luke Wilson, un tipo absolutamente común y corriente, despierta de un largo sueño criogénico en el 2505 para descubrir que es ahora el tipo más inteligente del planeta. Judge narra con humor, sin cinismo, tenía un antecedente en un cuento de 1951 de Cyril Kornbluth, “The Marching Morons” (“Los idiotas marchantes”), pero está muy claro que para él es el estado de cosas al que nos conduce el proceso actual de degradación cultural, que arrasa en todos los frentes, que no faltan 500 años, ni siquiera, tal vez, 50, que la Idiocracia está a la vuelta de la esquina.

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