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Domingo, 8 de febrero de 2015
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UN MOMENTO, JEFE

Por Claudio Zeiger

En estos tiempos de operaciones y súper agentes encubiertos, vale la pena echar un vistazo a Undercover Boss, un reality que arrancó en Channel 4 allá por 2009 y que en estos años tuvo versión norteamericana, canadiense, australiana, entre otras, y que puede verse por Fox Life. Propuesta: infiltrar al patrón en el proletariado. ¿La revolución patas para arriba? ¿Jefes del mundo uníos? Tranquilos, no es para tanto, aunque la operación encubierta también tiene sus bemoles.

Jefe encubierto gira alrededor de la fábula del millonario de incógnito en el mundo prosaico. El de arriba es el Jefe, el de abajo, sus remotos trabajadores. Lo que nos acerca un poco a los actuales delirios de lo real, es la forma quijotesca en la que se produce el encubrimiento de la identidad patronal. Apenas un bigote, una tintura, un cambio de look, no mucho más que eso, convierten al capo de una empresa constructora en un aprendiz de albañil, o al dueño de una famosa marca de ropa en aspirante a vendedor de sucursal. El objetivo es palpar en forma directa la verdad del ámbito laboral, ser sudor y lágrimas, tomar contacto con ese universo que luego va siendo mediado por administrativos, celulares, mails, asesores, técnicos y secretarias; mejorar el rendimiento de la empresa a posteriori de tomar contacto con los trabajadores de carne y hueso. ¡Un aplauso para recursos humanos! Como puede apreciarse, el objetivo es loable y los sindicatos brillan por su ausencia. Los jefes toman el toro por las astas y lo que suele pasar es que los empleados y trabajadores manuales pronto los pondrán ante la evidencia de cuánto se han alejado de la materia viva y creadora de aquello que los llevó al negocio original. Cuánto se han alejado de su vocación. ¿Se han olvidado de cómo se dobla una camisa o de cortar una madera en forma regular y simétrica? Volver a las fuentes redundará en una toma de conciencia de la (perdón) patronal. Los trabajadores también tendrán recompensa: si suelen quedar muy expuestos al comienzo, luego el jefe encubierto sucumbirá a las historias de vida dura donde no suele faltar una esposa con enfermedad terminal o un pasado familiar que lleva a un joven repositor a fumar marihuana, podrá entender que tener una vida difícil es también parte de la historia de la empresa.

Hay, al respecto, dos momentos sublimes en Jefe encubierto. Uno pasa desapercibido al espectador, pero es la prueba de la verosimilitud que podría hacer tambalear los cimientos del show. Porque ¿cómo justificar que toda esta aventura encubierta sea filmada en forma abierta, ya que sería horrible que el jefe, además de infiltrarse, anduviera haciendo cámaras ocultas a sus empleados? Ahí, las distintas franquicias optan por utilizar dos argumentos: la filmación se justifica porque el material formaría parte de un documental acerca del ingreso de un trabajador a determinada rama laboral (“estamos haciendo un documental de cómo ingresa un aspirante a la construcción”) o, apelación a la metaficción, se explica que es un reality en el que los participantes compiten por obtener un puesto de trabajo. En cualquier caso, resulta tan extraño como conmovedor ver cómo los empleados suelen abrir su corazón al visitante (supuesto aspirante a trabajador o participante de un reality que no es ése que están viviendo) y confesarle sus miserias laborales y familiares, aunque esos desbordes emocionales no deberían sorprendernos justamente después de años de ver realities.

Una vez que el jefe encubierto termina la dura faena de hacerse de abajo –lo que le lleva entre una y dos semanas– vuelve el rico a su riqueza y entonces el Jefe convoca a los empleados con los que tomó contacto a su Oficina, los sienta en una silla frente a su Silla, y cuando lo miran a la Cara y el Jefe sonríe, los trabajadores empiezan a reconocer en ese rostro ligeramente cambiado al “aprendiz” del documental o al “participante” del reality. Ahí el Jefe da a conocer sus veredictos: lo útil que ha sido para la empresa tomar contacto con los trabajadores y las modificaciones que se implementarán de ahí en más. Luego, préstamos y créditos blandos para aquellos empleados que le dieron a conocer, en esas horas compartidas en el almuerzo o mientras trabajaban juntos, situaciones personales complicadas. Y la conclusión más íntima: generalmente, el jefe relata su experiencia como un verdadero volver a vivir, volver a sentir profundo como un niño frente a Dios, palpitar otra vez las emociones del primer trabajo y también sentirse existencialmente renovado. Nadie se queja por haber sido víctima de la infiltración, lo cual, tratándose de débiles empleados de la corporación, es una actitud harto prudente.

La capacidad de chantaje emotivo de Jefe encubierto obnubila el pensamiento por un rato. Pero uno puede hacer la prueba de intentar trasladarlo mentalmente a nuestro ámbito, y pronto se dará cuenta de que por motivos sociales, culturales e históricos, es muy difícil imaginar un jefe encubierto argento.

En definitiva: ¿Qué es un patrón? ¿Qué es un obrero? ¿Dos personas que apenas se distinguen por un casco en la cabeza o un bigote de color marrón? El trazo es grueso. Del lado del consuelo, hay que reconocerle el mérito de ser uno de los pocos programas que en tanto reality, reconoce que el mundo del trabajo es el mundo real y que todo lo demás –querer ser famoso, tener una casa regalada, querer ser niño artista, hacerse tatuajes o volverse cocinero top top– es, simplemente, tener pajaritos en la cabeza.

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