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Domingo, 3 de mayo de 2015
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Personajes. Monina Bonelli, la mujer detrás de La Casona Iluminada y Teatro Bombón

DELICADO TORBELLINO

Por Mercedes Halfon
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“Ser actor es lo peor del mundo –dice Monina Bonelli–. Pero actuar ¡es lo mejor del mundo! Es una de las cosas más geniales que existen para hacer. Estar jugando, divirtiéndote, creando una ficción de la nada. Y si podes vivir de eso, sos realmente un privilegiado. Pero la profesión del actor es terrible, todo lo que te afecta psicológicamente, la importancia de la mirada de los otros, la inestabilidad: es muy difícil de sobrellevar.” Uno podría creerle, imaginando tan solo el tiempo que le llevó partir de su Lanús natal, a estar a media cuadra de Corrientes y Callao, dirigiendo La Casona Iluminada, uno de los reductos teatrales más bellos y vitales en este momento. Por allí cada fin de semana pasan cientos de personas, mirando espectáculos, subiendo y bajando por las escaleras de mármol de ese petite hotel convertido en vanguardia y retaguardia de la escena independiente.

Actriz devenida a la gestión cultural quizá por exceso de inquietud, por un nervio que la impulsó a no depender exclusivamente de las propuestas ajenas, hoy Monina Bonelli hace coincidir en un mismo tiempo y lugar las dos facetas. La mezcla es Teatro Bombón, el ciclo de ILU (apócope de La Casona Iluminada) que ya va por su IV edición y donde además de haber creado y producido –junto a su socio y compañero de aventuras Cristian Scotton– actúa y dirige dos piezas diferentes.

Para entender el por qué de su rareza, de ese torbellino mezcla de Anna Magnani y Chucky que es Monina Bonelli, hay que conocer de donde partió. Y eso fue en su casa natal, en el barrio de Lanús, donde pasó los primeros años de su vida. Allí, en esa misma casa funcionaba el negocio familiar que era una cochería. Es hija de generaciones y generaciones dedicadas al entierro de los muertos. Monina recuerda que su cuarto de adolescente era el mismo que había funcionado apenas unos años atrás como showroom de ataúdes.

Pero nada de eso lograba perturbarla del todo a ella, ahora más bien se ríe y disfruta en recordar cómo en esa casa también se festejaban fiestas y cumpleaños con bebidas y mariachis. Hasta el divorcio de sus padres, la muerte de su abuela y el cierre de la cochería. Durante un tiempo, ella fue a vivir con su papá. Y ahí vino otra parte de su educación sentimental. El, empleado y luego secretario general del gremio de los empleados administrativos del puerto, le aportó una visión política del mundo. “Mi viejo integra Sutap, un gremio que aparece con la democracia. Ellos apoyaron la primera campaña de Menem en el ’89, me acuerdo de haber ido a un acto en Boca toda vestida de niña peronista. Pero ni bien asume como presidente, los rajó. Me acuerdo que en ese momento yo estaba muy impactada y quise armar un centro de estudiantes en mi escuela y me terminaron rajando a mí también. Terminé en una escuela pública mucho mejor, más exigente y donde me sentía más cómoda.”

Así pasó las primeras décadas de su vida: “La política me viene de mi papá y lo artístico de mi mamá, mí tía cantaba, había una sensibilidad”. Por eso no tardó en llegar el teatro, como una mezcla de esas dos inclinaciones. “En la CGT mi papá había conocido a Paulino Andrada, un actor líder de la Asociación Argentina de Actores. Como yo decía todo el tiempo que quería actuar y mi papá ya no sabía qué hacer conmigo, medio harto le dijo a Paulino ‘A ver, mirá, la nena’. Y ahí Paulino se convirtió en mi mentor. Me invitó a ver Los invertidos, de Alberto Ure, que fue la primera obra que vi en el teatro San Martín y me volví loca. Paulino hacía de criado y actuaba la emblemática escena en que Cristina Banegas lo quiere hacer confesar a punta de pistola. Yo no podía creer cómo actuaba esta gente.” Fue también Paulino quien la mandó a estudiar con Lorenzo Quinteros. Si bien al terminar el secundario se anotó en la carrera de Sociología, a los pocos meses cayó en un casting para una obra de Molière que se iba a hacer gira por el sur argentino. Entre montañas y viajes en micros de dos pisos, se dio cuenta que quería hacer eso para siempre. Volvió, dio el ingreso a la EMAD y las obras empezaron a sucederse.

Lo primero que hizo fueron las dos primeras y recordadas piezas de José María Muscari: Mujeres de carne podrida y Pornografía emocional. “En Mujeres había una especie de Dream team de actrices: Paola Barrientos, Moro Anghileri, Lola Berthet, Mariana Chaud...”, recuerda. Luego siguió 3 Ex, de Moro Anghileri, una de las primeras obras que se hicieron en la fábrica recuperada IMPA. Ahí mismo, en 2003 debutó como directora en Roja, con Vanesa Maja. En ese momento llegó la oportunidad de trabajar en el teatro oficial, “la primera vez que me pagaron por actuar”, se ríe. Fue con Los Macocos en Androcles y el león.

Durante cinco años relegó la actuación para dedicarse gestar proyectos teatrales. Fue programadora de El cubo, donde realizó, entre otros ciclos recordados, el primer Festival de la Escena Queer en 2005 y el Festival 2 Fridas. De ese período adoptó dos amigos entrañables. Scotton, con quien formó una dupla de producción que continúa hasta hoy en ILU, y el trabajo de ambos como asesores escénicos y productores en la Bienal Arte Joven Buenos Aires. El otro dúo dinámico fue con Maruja Bustamante. De quien, además, se convirtió en una especie de mezcla de mejor amiga y alter ego. Para muchos Monina apareció como actriz como Adela, la protagonista de la primera obra de Maruja llamada precisamente Adela está cazando patos. Era una versión casi irreconocible de Hamlet, en la que el príncipe era una chica vestida de negro –nihilista y eléctrica actuación de Monina– que salía a cazar con una escopeta. El clima era una ciénaga en el norte argentino, donde la familia se recomponía cruelmente luego de la muerte del padre y la chica veía su futuro tan negro, que no le quedaba otra que volverse punk. El clima sonoro cambió rotundamente con la obra siguiente de la dupla, Paraná Porá en 2010. Dos mujeres recorrían una Argentina inundada, caníbal, en un tiempo futurista y retro a la vez. Ellas eran Polaca y La gringa –Monina y Valeia Lois–, que con un hablar poético con toques guaraníes construían ese mundo extrañado y entrañable.

Además de producir todo el evento, Monina hoy dirige en Teatro bombón Perras, sobre un cuento de Cristina Civale. Y protagoniza Usted está actuando, adaptación de un relato chejoviano junto a Lorena Vega. Viéndolas actuar de tan cerca en ese espacio reducidísimo que propone el ciclo, dos potentísimas mujeres –rubia y morocha– nos damos cuenta de que el juego del título no hace más que anticipar que veremos a dos actrices en pleno dominio de la forma. Dos sacándose chispas. Un shot de la actuación más pura. Y el público aplaude a rabiar, porque sabe que es extraño semejante choque de planetas. Ellas saludan y Monina, con el rostro todavía enrojecido de haber llorado mares, sale corriendo escaleras abajo de esa hermosa casona art nouveau, para dirigir a sus actrices en Perras. Un nuevo inicio, una nueva vuelta del torbellino Monina Bonelli.

Teatro Bombón arranca a las 17 en La Casona Iluminada, Av. Corrientes 1979, y se pueden ver sus piezas hasta las 21.

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