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Domingo, 11 de octubre de 2015
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Arte > Carlos Bissolino

EN CADA CAOS HAY UN COSMOS

El sello editorial de la galería de arte Big Sur acaba de publicar Bioland, el flamante libro del influyente Carlos Bissolino –maestro de artistas, docente de diseño, amigo y alumno de Luis Felipe Noé– que da cuenta de la nueva etapa del artista: imágenes con reminiscencias tanto microscópicas como cosmológicas que surgen de un plan de trabajo marcado por la acumulación de materiales. Con algo de alquimista –por eso de volver los elementos a su origen–, Bissolino se reinventa con un libro exquisito, expansivo e incluso moderno.

Por Santiago Rial Ungaro
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En 1838, Matias Jakob Schleiden descubrió que el crecimiento de las plantas se produce debido a la generación de células nuevas que, según sus investigaciones, se propagaban a partir de los núcleos de sus propias células viejas. Bioland, flamante y colorido libro de Carlos Bissolino editado por la editorial de la galería de arte Big Sur da cuenta de su capacidad para fagocitar sus propios hallazgos plásticos haciendo mutar su obra: si en los últimos años Bissolino (1952) había decantado en una serie inconfundible de paisajes metafísicos e incandescentes, el año pasado, en su última muestra (realizada el año pasado justamente en la galería Big Sur) su producción empezó a mostrar imágenes que parecen ilustrar las ideas de Schleiden, padre de la embriología moderna: el indispensable papel desempeñado por la célula en cuanto unidad fundamental de la estructura de todos los seres vivos parece palpitar en estas obras con reminiscencias tanto microscópicas como cosmológicas. La palabra clave para esta mutación es acumulación: “Yo en un momento acumulé materiales, sin ningún tipo de criterio, solo por el hecho de acumular. Junté cajas y cajas de pinturas, así que ahora los estuve usando a manos llenas. Los materiales, como me pasa con las herramientas, me gustan por sí mismas: yo me compro un frasco de tinta y me alcanza con eso, no pienso en lo que voy a hacer. Siempre hice cosas que no seguían quizá la línea de las obras que en general yo expongo y de algún modo me representan en el mercado”. Más que de una idea abstracta, el plan de trabajo y el diseño de este proyecto, surgió del trabajo mismo, entre lo lúdico y lo cosmogónico: “Siempre hay una tendencia a producir algo similar a lo que el mercado percibe y pide de un artista ya conocido, pero uno puede tener otro trabajo y eso mismo puede permitirte después poder divertirte haciendo algo que querés hacer y que no sabés a donde te va a llevar”. Ese trabajo es la docencia: Bissolino es titular en el UNA en la materias Medios Expresivos & Diseño y Comunicación Visual dentro de la carrera de Diseño Gráfico. “Quizá sea por eso estoy dando estas materias que tiendo a pensar en el Diseño como algo autónomo”, dice este pintor que entre 1982 y 1988 vivió en Roma, a donde viajó becado y estudió pintura en la Scuola di Arti Ornamentalli di San Giacomo: “Me encanta el diseño industrial, soy sensible a cómo elementos de orden topológico, que quizá tienen su origen en algo puramente técnico, industrial o de matricería, también tienen un correlato estético. Mi teoría es medio idealista: yo creo que si algo es bello va a tener más posibilidades de funcionar bien; y a veces se comprueba. Hay constructores de electrónica como Accuphase que si uno saca la tapa de un aparato ves que los circuitos estéticamente tienen una belleza”.

Fue en Roma donde se interesó por el diseño de muebles de autor, algo que a su regreso al país abandonó porque el contexto local no era propicio. Expuesta este mismo año en la muestra colectiva Post Post curada por Christina Schiavi, una pintura-objeto realizada en acrílico y tinta sobre tela en bastidores y caballetes que parece una mesa abstracta intervenida mediante el action painting demandaba ya una especial disposición corporal del espectador. Uno de los hallazgos de estas nuevas obras es que alientan la reducción de la distancia contemplativa, como en caso de las pequeñas maderas chorreadas intervenidas pictóricamente, desperdicios que Bissolino encuentra tirados en la calle y convierte mágicamente en objetos suntuosos que tienen algo de talismanes, proponiendo una experiencia receptiva diferenciada, activa e inmersiva. Editado por el propio artista, el video (que también se llama Bioland) se vale estéticamente de los fueras de foco y los pixelados así como de las modificaciones del movimiento, acelerando y desacelerando: “Registrar esos procesos se acercaba más a la realidad que si hubiera puesto una cámara frente a la obra y la hubiera dejado fija durante horas, además que hubiera sido tedioso”.

En el libro hay una cita a Gustav Jung (“En cada caos hay un cosmos, en cada desorden un orden secreto”) y por cierto hay algo de alquimista en su manera de generar una materia prima caótica y primordial: así como en la obra alquímica, según Fulcanelli, existe la técnica hermética del “Reincrudare” (o reincrudar), que significa volver a poner los elementos en un estado crudo, anterior al que caracteriza a la madurez y retrogradar hacia el origen y el principio, usando acuarelas, témperas, acrílicos sobre maderas y telas preparadas Bissolino se ha logrado reinventar y dar forma a un libro exquisito, expansivo e incluso moderno. “Big Sur participa mucho en ferias, hace poco fueron a San Pablo y ahora van a ir México. Entiendo que de las galerías locales ellos (el libro fue editado por Alvaro Cifuentes y Celina Eceiza) son los que más buscan especializarse en eso, incluso en el último Arte BA ellos tenían un stand de obras y otro de libros”. Aunque la vasta obra de Carlos Bissolino merecería un catálogo de toda su obra, realizado con un criterio editorial buscando que sea visualmente atractivo, incluye obras que están viradas a un color, y detalles que ayudan a dar la sensación de cómo es su obra actual: “El detalle y el acercamiento emulan un poco el proceso de cómo estaba trabajando: mis obras están hechas fundamentalmente en un plano horizontal entonces la distancia de observación que yo tengo es muy cercana, siempre estoy inclinado hacia la obra y la toma fotográfica es un ojo que está lejos de la obra. Y se me ocurrió que había dos lapsos de tiempo entre que yo hacía una acción y la siguiente, y ahí surgió la idea de hacer el video y mostrar ese tiempo cinematográfico dentro de la pintura. Y empecé a usar el concepto de error y de lo aleatorio: yo veía que cada material tenía comportamientos diferentes, en relación a cómo registraban y también en cuanto a cómo se mezclaban y reaccionaban entre sí: si yo tenía una superficie húmeda blanca y tiraba una gota negra capaz que en una marca quedaba la gota neta, en otra se expandía, en otra marca quedaba gris y tomaba una formita; y ahí yo ya tenía tres registros de paleta. Eso me generaba una técnica; toda esa actividad empírica un poco aleatoria me iba descubriendo un montón de procedimientos y después yo ya los podía aplicar según lo que buscaba. El único límite que me puse fue no mezclar materiales al agua con materiales solventes, porque vi que se generaban ciertas reacciones, ciertos granos que no me gustaban”. En un texto incluido en la edición, Bissolino distingue entre la idea tradicional de la obra de arte concebida como un objeto fijo, limitado y circunscripto por un conjunto infinito de relaciones que nacen de un impulso estético personal y generan una estructura cerrada y los que ven en la obra de arte no un mundo limitado sino más bien un proceso, como una estructura abierta. Carlos Bissolino reconoce su conexión con esta última idea, así como con aquellos artistas que propusieron un lenguaje de puro proceso, en el que la obra y el acto creativo son indistinguibles. En el libro cita al estructuralista Jean Piaget (“En una primera aproximación, una estructura es un sistema de transformaciones”), poniendo el foco en las condiciones de variabilidad y proponiendo una belleza celular, como si estas nuevas obras sólo fueran un zoom de sus clásicos paisajes abstractos. Bissolino habla de las ideas de John Cage y cuando surge el tema de la música se dispersa como si fuera una de sus pinturas: pone discos de Johnny Guitar Watson, Elvis Jones, Art Farmer o el bajista Bob Brozman y se hace evidente que su melomanía también es una influencia decisiva; lo mismo se puede decir de su amigo y maestro, Luis Felipe Noé, a quien es más fácil nombrar que a sus propios alumnos y discípulos: hay varias decenas de buenos artistas dando vueltas que reconocen su deuda con este eterno explorador de universos; lo que nos lleva de nuevo a sus célebres cátedras: “Claro que también me influencia el contexto, porque como estoy haciendo trabajo de investigación siempre estoy leyendo y viendo cosas. Incluso puedo llegar a decir que estoy investigando, pero en general lo que hay es el interés de hacer algo que aún no haya hecho antes; yo no me baso en la idea, sino en los materiales”. Lo que nos lleva, de nuevo, a la acumulación compulsiva de células plásticas: “Son los materiales los que me dan la idea y me sugieren determinadas acciones: ahora por ejemplo, hace mucho que no dibujo, pero compré un montón de papeles. Siempre que pude compré papeles: tengo cientos de pliegos, hace poco hice una prueba en la imprenta y ahora que sé cómo quedó creo que voy a pensar algo específico para producir con ese papel, que no existe más porque esa marca ya no existe más. Yo en una época dibujaba todo el tiempo, pero ahora casi no dibujo. Pero estuve comprando muchísimas cajas de lápices de colores, de todo tipo de marcas; así que es muy probable que en algún momento eso también me lleve a ponerme a dibujar”.

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