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Domingo, 6 de diciembre de 2015
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Fernando Samalea

EL LIBRO DE LA FRESCA MEMORIA

Compositor, baterista, bandoneonista, jazzero y rockero, Fernando Samalea es una de las presencias más notables de la escena musical de las últimas décadas. Tocó con casi todos los grandes músicos del rock nacional y con todos tiene anécdotas memorables e historias increíbles que recuerda por haber sido uno de los más sobrios en medio de tanta fiesta, y que finalmente decidió volcar por escrito. El resultado es el primer volumen de sus memorias, Qué es un long play (Sudamericana). En esta entrevista, Samalea recuerda sus comienzos en grupos como Clap, Metrópoli y Fricción y el ingreso a la elite del rock local de la mano de Andrés Calamaro, Gustavo Cerati y, especialmente, Charly García. La historia no se detiene allí, ya que los nombres se multiplican y se entrecruzan, aunque el libro llega hasta 1997, luego de su segunda juventud junto a los Illya Kuryaki, dejando para un segundo volumen sus recuerdos como parte de la banda solista de Cerati. A continuación Radar comparte algunas de sus mejores historias junto al siempre excesivo y magistral Charly.

Por Santiago Rial Ungaro
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“He vivido muchos años en ese lugarcito de 30 metros cuadrados, atravesando la puerta desvencijada que se cae a pedazos desde siempre, más allá de un largo corredor, en el altillo del fondo, en Consti. Ahora, otro hogar espera y me iré a gusto, con unas pocas pertenencias, a empezar de cero. El resto de ellas, quisiera dejarlo al alcance de quienes se interesen: algunos objetos, libros, DVD’s y CD’s que cobrarán nuevas vidas con nuevos dueños temporarios. Una ofrenda agradecida”. Con esa nota publicada en abril del año pasado en una red social, Fernando Samalea se despidió pacíficamente de su vieja casa (ubicada en San José y Caseros, una zona bastante picante, inquietantemente tumbera) y de la mayoría de sus pertenencias. A Sama no le interesó ver las caras de los afortunados fans al encontrarse con esos inesperados regalos, pero el desprendimiento y la capacidad para sintonizar con el signo de los tiempos parecen ser la clave en la vida del músico, que acaba de editar por Sudamericana Qué es un Long Play, primera entrega de sus imperdibles memorias. Inspirado en una pregunta que alguna vez le hicieron, el libro no busca descifrar quién es Fernando Samalea, músico a la vez omnipresente y oculto en la escena musical de las últimas décadas, baterista exquisito, compositor, bandoneonista y mucho más que un comodín rítmico con veleidades arrabaleras. Hace unos años a Sama se le dio por recordar y poner por escrito su vida. Parar la moto para escribir, literalmente. “Me pareció lógico escribir ahora estas crónicas, en medio de la actividad frenética que mantengo desde hace décadas, mientras sigo hacia adelante con varios proyectos nuevos... Y no cuando esté retirado con la vista perdida en el mar, si es que llega ese momento”. Desde la terraza de su casa en Villa Ortúzar Fernando ahora se alegra de tener casi enfrente a Daniel Melingo, uno de sus compinches musicales preferidos desde siempre. Varias de las aventuras que recuerda Sama en este primer volumen (que abarca desde su infancia hasta 1997) transcurrieron por esta zona, así que invita a salir a mostrarnos su nuevo barrio. Eso mismo es lo que hace en su libro: recorre su debut en la grabación de Vida Cruel, de Andrés Calamaro, con Spinetta y Charly García de invitados; las innumerables giras y discos con García (desde Parte de la Religión a La Hija de la Lágrima); su descubrimiento del mundo del tango de la mano del poeta Horacio Ferrer, que lo llevó a estudiar apasionadamente el bandoneón; cientos de shows y grabaciones con Man Ray, Daniel Melingo, Willy Crook & Funky Torinos, Draco Rosa, Pablo Sbaraglia, el Montecarlo Jazz Ensamble (junto a María Gabriela Epumer) o el advenimiento del hip hop y el rap en los 90 con Illya Kuryaki & The Valderramas. Fernando cuenta que la premisa era lograr “contexto histórico” y veracidad, a pesar de que algunas situaciones resulten “tan extrañas que parezcan inverosímiles”, como el caso de varias de sus aventuras junto a García. “El primer volumen abarca desde mi infancia hasta 1997, e incluye mi descubrimiento de la batería de niño, el apoyo incondicional de mis viejos, mi paso futbolístico por las inferiores de Platense, el colegio, mis primeros trabajos musicales surrealistas en barcos, hoteles y cabarets suburbanos, el auge de Seru y Spinetta Jade, las primeras marchas contra el gobierno militar y el destape musical post-dictadura de la mano de Los Twist, Los Abuelos de la Nada, Sumo, Virus y Soda”.

SAMALEA EL MEMORIOSO

Como en el Funes borgeano, el problema de Fernando es la imposibilidad del olvido: “El problema es que casi no tomé drogas ni alcohol, así que me acuerdo de todo. Salió una catarsis memoriosa, pero pude ordenar el pasado sin nostalgias ni añoranza. La palabra escrita me interesa desde chico, mi papá escribía un poco, y a los 13 me atreví a llamarlo por teléfono a Ernesto Sabato y me encontré con él, algo que también cuento en el libro. Ordené recuerdos, busqué viejos recortes de periódicos y encontré cuadernos olvidados con datos claves hasta que la cantidad de páginas acumuladas fue tal que me vi obligado a dividirlo en diferentes entregas de más de 500 cada una”. En esta primera entrega están sus amistades adolescentes con Fabi Cantilo y Melingo, su rol en los grupos “modernos” como Metrópoli, Clap y Fricción, junto a Richard Coleman y Cerati, sus inicios en el mundillo del jazz que descubrió junto a Christian Basso y Javier Malosetti así como sus periplos norteamericanos, latinoamericanos, caribeños, europeos y marroquíes. Mientras pasea, Sama señala una esquina en donde vivía Fabiana Cantilo con Fito Páez: “En un nivel fantasioso, puedo imaginarme a mis amigos de esa época con la edad que teníamos en ese momento: yo acá la veo a Fabi asomándose con todo su esplendor por el balcón, o a Fito con esos anteojos en plan Calculín que usaba entonces. Incluso el primer viaje que hice con Charly a New York, pude reconstruirlo en viajes posteriores a la ciudad”, comenta mientras bordeamos un inmenso paredón de la casa en donde vivió Norah Lange, frecuentada por Borges, Xul Solar, Bioy y Girondo. A Fernando le encanta esta zona, que conoce de cuando iba a la casa de Lilian, la mamá de Gustavo Cerati, en la época pre-Soda: “El libro es también una forma de hacerle un guiño a mi pasado” dice sobre esa cartografía inevitablemente mítica que recorre la primera parte de su vida y que termina en 1997, justo antes de la edición del Jardín Suspendido, su primer disco solista que dará el inicio de la segunda entrega. “Lo más emocionante de haber escrito estas crónicas es que en su gran mayoría lo hice en los lugares precisos donde transcurrieron los hechos: si tenía que reavivar la época en la que nos encontrábamos con la Cantilo, por ejemplo, regresaba ahora con la moto al lugar, la estacionaba, sacaba la computadora y me sentaba en el cordón de la vereda a escribir. Como soy muy de visualizar, empezaban a aparecer los recuerdos desde ese lugar misterioso del tiempo. Mi gran anhelo, más que generar algo mitológico, fue intentar captar la estela mágica de las personas que inevitablemente ha guardado esos lugares”.

Desde Madrid, Andrés Calamaro rescata la prodigiosa memoria de su amigo: “Fernando no se quedó detrás de los parches de la batería, sino que salió para construir su propio universo musical. Es un auténtico ‘explorador celeste’: hizo del instrumento una plataforma para recorrer el mundo, construyendo una obra y una peculiar historia personal. Desde sus notables comienzos rítmicos a la Academia del Tango con el bandoneón. Si la música merece ser escuchada, la historia merece ser contada y escrita”.

UN PAR DE VUELTAS POR EL MUNDO

El texto (que cuenta con prólogo y visto bueno de Sandro Romero Rey y corrección de Rodolfo Palacios) da cuenta de la elegancia de Sama para narrar los hechos más extravagantes e insólitos, sin caer nunca en lo frívolo o vulgar: “Tampoco es un libro 100 % de humor. No quise que fuera como el de Nick Mason, que en mi opinión es demasiado sarcástico con la historia de Pink Floyd. Y abordé situaciones menos alegres, aunque me sienta bastante afortunado. Si hubo algunos golpes sentimentales en mi vida, creo que estuvieron dentro de lo normal. Lo inevitablemente triste es la ausencia de algunos seres queridos, compañeros de la música que desencarnaron y ahora forman parte del misterio de la vida¨. Un actor esencial en estas minuciosas reconstrucciones que hizo Samalea (que recurrió a viejos y memoriosos amigos, GoogleMaps, periódicos y revistas de la época) fue su moto, una BMW de 650 cc que él llama ‘La Idílica’ y que se compró en el 2011, un año traumático para Fernando por cuestiones obvias. “Yo había vuelto a Buenos Aires desde Venezuela, luego de haber terminado la gira de Gustavo de forma tan extrañamente dolorosa, y no sabía bien que hacer. De repente, se me ocurrió comprar la motocicleta y realizar algunos viajes estimulantes. En poco tiempo, recorrí la Patagonia y el norte argentino, así como las costas de Brasil y Uruguay”.

Desde entonces Samalea hizo 95.000 kilómetros, así que se puede considerar que dio un par de vueltas al mundo montado en La Idílica: “Quizá suene cursi, pero salgo a la carretera simplemente por cariño a la vida: ahí arriba es todo muy zen, se disfruta del camino por el camino en sí, se da un contacto visceral con el asfalto, con la naturaleza que parece venirse encima, con los cielos cambiantes, arcoiris, atardeceres, pájaros, vacas, caballos, cabras, chanchos, mariposas, ovejas, gauchos, montañas, selvas, deltas o mares y girasoles al estilo Van Gogh”, enumera el baterista y decide entrar a un bar de tomar un licuado. Aunque a Sama la edición de su libro le acapare mucha energía (al punto que por ahora ni piensa en su próximo disco solista, el sucesor del exquisito A todas partes, del 2013) su presente sigue manteniendo una fertilidad prodigiosa: con la ecuanimidad que lo caracteriza Sama nombra a los Ortega (ya grabó y tocó con Rosario, con Palito y con Luis), a el genial Alejandro Terán (“ser parte de la Orquesta Hypnofon es como un sueño”), a Kabusacki y sus recientes colaboraciones con Juanse, el francés Benjamin Biolay y las Cocorosie, pero su reencuentro musical con Charly García acapara toda la atención: en paralelo a los clásicos rumores que rodean siempre al ídolo, Samalea viene compartiendo sesiones (generalmente trasnochadas) en un pequeño estudio de la calle Combatientes de Malvinas, llamado Cathedral: “Ya tiene una veintena de flamantes creaciones, originalmente demeadas en IPADs. Informalmente, le da rienda suelta a su ‘máquina de ser feliz’, grabando teclados, guitarras y bajos y armonizando melodías vocales con Rosario Ortega”. Samalea señala una coincidencia increíble: “en el estudio está montada la batería Premier color champagne que perteneciera a Willy Iturri, la misma usada en discos como Yendo de la cama al living o Piano bar”. García es también el protagonista de algunas de las páginas más desopilantes del libro: “A Charly le aceptamos cualquier capricho y puede sacarnos una sonrisa aun destilando el más puro humor negro. Nos ha mostrado el encanto de lo incorrecto, transgrediendo leyes como ningún otro ciudadano libre. Hasta policías y jueces, antes que detenerlo, prefieren su autógrafo o una foto con él. Es refinado como Gershwin y más pesado que todos los punks y heavys juntos: tiene con qué para ser la gran estrella del rock argentina por excelencia. Sabemos que en el futuro habrá avenidas o estaciones de subte que lleven su nombre. Y quizá, en el inconsciente colectivo, su imagen tendrá más peso que la de Gardel”, dice y pasa a otra de sus pasiones: Rosario Ortega, también cantante de García: “La verdad que me parece la mejor artista de la nueva generación. Conocerla es como atravesar el cristal en la novela de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas. Soy el baterista de su banda desde hace cinco años. Rosario escribe, compone, toca y tiene dentro un imaginario divino, entre neoyorquino y de la Pachamama. Ahora está grabando su segundo disco, con producción de Nico Kalwill, y se va a ganar un lugar, muy merecidamente”. Ya de vuelta en la terraza, Sama intenta en vano que Asia, la gatita de Rosario, deje de caminar por la cornisa y vuelve a hablar sobre su obra: “Cuando yo tenía 22 años y ya estaba embarcado en las giras internacionales con Charly, me acuerdo de que con Richard Coleman y Gustavo fantaseábamos con cómo iba a ser la música después del año 2000. Y siempre nos imaginábamos una música rarísima y muy novedosa, interpretada con instrumentos intergalácticos. Pero luego, cuando nos reencontramos los tres en el siguiente milenio, siendo cuarentones y durante la gira de Ahí vamos, comprendimos que muchos chicos de las nuevas camadas se sentían ávidos de conocer cuánto detalle pudieran de los 80’s y los 90’s, aunque también existan muchas cosas nuevas interesantísimas. Creo que este libro intenta mostrar un tipo de bohemia a la vieja usanza, en donde ciertos mundos disímiles se conectaban y conocías a Fernando Noy, a Alejandro Kuropatwa o a Horacio Ferrer; encuentros que fueron muy importantes en mi vida, aunque no haya compartido proyectos con ellos. A mí me sigue interesando estar bien activo y curioso en el momento presente, aprendiendo todo lo que pueda de las nuevas generaciones. Como hice siempre”.

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