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Domingo, 20 de diciembre de 2015
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Música > Los Espíritus

LOS ORILLEROS

Sus canciones recorren el blues, la psicodelia, el sonido eléctrico de los 60 y los 70. Pero en Los Espíritus también pueden encontrarse rastros que van desde el bolero, los aires caribeños y el spaghetti western hasta el tango; siempre a bordo de un dúo de voces rasposas cantando y contando historias suburbanas, sucias y desprolijas. Todo ese borde se potencia en Gratitud, su nuevo disco, una de las grandes sorpresas del año.

Por Ignacio Babino
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Son poco más de las ocho de la noche y en este rincón de Barracas los integrantes de Los Espíritus coinciden en pensar una misma cosa: que es lo más rápido que puede llegar a salir en la parrilla ubicada a la vuelta del bar donde, en un rato, tienen que ensayar: un bife, una bondiola o qué. Eso y la fiebre de Santiago, que dice: “Yo me la agarré de ustedes” replicando lo que acaba de decirle Maxi: “¿Volvimos medio hechos mierda de Córdoba, no?”. Y algo de todo este universo es lo que define su música: los barrios bajos en las orillas de la ciudad, el humo en los bares venidos a menos, aquellos hombres perdiéndose en la noche.

Todos los que forman Los Espíritus (Martín Fernández Batmalle en bajo, Felipe Correa en batería, Fernando Barrey en percusiones y coros, Miguel Mactas en guitarra eléctrica, Santiago Moraes en guitarra acústica y voz, y Maxi Prietto en guitarras y voz) concuerdan en remarcar que no le encuentran un modo y una fecha de comienzo a todo pero sí que fue a partir de 2010 que empezaron a grabar algunas cosas: ensayos, zapadas. Así, de todo eso, fueron editando algunos EPs hasta que en 2013 juntaron ese material más algunas canciones nuevas y editaron el homónimo primer disco, que ya definía el sonido de la banda: el pulso blusero, la psicodelia y el rock de los 60 y 70, las guitarras eléctricas con mucho pedal y por momentos tan funkies, y el dueto de voces aguardentosas y rasposas de Moraes y Prietto. “Son todas músicas que nos gustan a todos. No es que dijimos ‘vamos a armar una banda que va a ser esa mixtura de blues y psicodelia y bla bla’. En todo caso, el planteo musical y artístico que tiene la banda es una música hecha por los seis, donde todos aportamos lo mismo y donde no hay un liderazgo estético sino que lo vamos formando entre todos” dice Santiago. Maxi agrega: “Hay canciones que quizás las tenemos grabadas previamente, como demos, y después de escuchar la versión que quedó, no tienen absolutamente nada que ver”. “Claro, Los Espíritus –comenta Felipe y deja su acento colombiano en el aire- es cotidiano y son ejercicios involuntarios. Llegamos a tocar al ensayo y cada uno no es que tenga fijado ‘voy a hacer este blues’ sino que es involuntario. Maxi y Santi son los que traen las ideas de letras y ahí nos vamos, nos sujetamos y vamos por ese camino.” Aquel disco –además de Lo echaron del bar que fue escucha obligada en el under y más allá- tiene canciones como “El blus” que, en clave mid tempo y en sus siete minutos, no dice más que “en la noche éramos sombras pero al despertar éramos luz”, la funkeada “Jesús rima con cruz”, el aire a rockabilly de “Las Sirenas” con su historia densa, la spaghetti western “Aunque nos vayamos” –su letra entera es “traerá el sol más luz aunque nos vayamos”– y la bolerística “Puerto escondido”. Todo eso, dicho así, puede parecer un menjunje pero cada una de esas cosas tiene aquí su lugar y toma su cauce desde la sonoridad tan propia de Los Espíritus. Lo de los boleros, por ejemplo, tiene que ver no sólo con el gusto personal de Prietto –acaba de editar La última Noche, disco casero donde re versiona clásicos de ese tinte- sino también con el personal aporte de Felipe desde la batería –“cuando toco un tambor no puedo tocar de una forma tan diferente a otra persona de Costa Rica, es como que eso, el color, se impregna. Eso está, no se pierde”– y Fernando en las percusiones; aportando, entre ambos, la cosa latina y centroamericana.

Hay que volver a decirlo: otro de los rasgos marcantes en el sonido de Los Espíritus son esas dos voces rasposas y fumonas y esa manera de decir que encuentra cierto eco en el tango. Maxi, aunque reconociendo las distancias, dice: “Es muy difícil saber lo que te influencia y lo que no. Sí me encanta, por ejemplo, de Goyeneche, la voz áspera y cómo resalta las palabras, pero no tengo ni idea si eso después se traslada a la banda. Son cosas muy distintas. Me gusta variar los fraseos pero es muy distinto el rock del tango. Me encanta el decir que hay en el tango. El rock a veces es más melodioso y justo Goyeneche es más un hablador, subraya las palabras; y los temas de Santi tienen un poco eso: con melodía pero también son medio hablados. Se trabaja para que la palabra llegue. También Chavela Vargas tiene esa cosa de voz aguardentosa: la banda va funcionando como un relojito y ella se pasea por donde se le canta el orto”. Y Santi: “Cuando hago una canción y escribo una letra siempre lo hago desde lo que conozco, no tanto desde la imaginación sino de lo que tengo como experiencia. La vida real. Y yo tengo cierta obsesión con los trenes, hice muchas canciones de trenes. La mayor parte de las veces, las ideas que se me ocurren, en ese estado de fluir mental donde empiezan a saltar las ideas, a mí me pasa cuando estoy en la calle, en el bondi, caminando o arriba de un tren”. Y como ejemplo de ambas cosas vaya, de su flamante disco Gratitud, un pasaje de ese rock blues que es “Perro viejo”: “Hay olor a humo, hay olor a tren, hay olor a lluvia y a pobre también/ Cruza un rayo el cielo de La Paternal y me suena como el grito de un perro con bozal/ Que igual sigue chumbando ladrando echado como perro viejo”.

Gratitud es su nuevo trabajo y ellos encuentran algunas diferencias respecto de su primer disco. “Este es un ‘disco’, está pensado así. Fue buscado como una obra entera a diferencia del otro, que fueron algunos EPs más algunas otras canciones. Y siento que en este disco nosotros ya buscamos hacer algo tribal. Ahora ya es algo que es natural y es parte de nuestro lenguaje” dice Santiago. Y Miguel agrega: “Hay una organización, un enfoque percutivo. Y eso tiene que ver con lo tribal también”. Vuelven sí, esas largas historias suburbanas narradas –ejemplo de ello son “Negro Chico”: “Juntando las monedas Negro Chico así aprendió a contar/ Sí, juntando moneditas Negro Chico así aprendió a contar/ no podés contar billetes, de afuera la vas a mirar”, y “La crecida”, y también esos pequeños pasajes textuales donde la letra no son más que dos o tres líneas, y el motivo es el trance instrumental “esa flor el amor, esa luz gratitud” en “Gratitud”, “remen ya, vamos a la luna” en “Vamos a la luna” y “A mi modo de ver las cosas, todos estaríamos mejor si miráramos en los ojos de esos mares” en “Mares”, donde hay que detener y escuchar ese arreglo gospel de los coros.

En “Últimos atardeceres en la tierra” Roberto Bolaño narra la recorrida de dos personajes –B y su padre– por México. Hacia el final de la historia ambos se disponen a pelear en una taberna de mala muerte. “Y comenzaron a pelear” cuenta Bolaño. Y allí, justo allí, es que vale imaginar a Los Espíritus empezar a tocar, suave y cadenciosamente, hasta convertir el lugar en un torbellino blusero y psicodélico.

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