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Domingo, 10 de enero de 2016
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Entrevista > John Grant

PESADILLA DE LA MEDIANA EDAD

Durante muchos años fue el líder de la hermosa banda The Czars que, cuando se desintegró, dejó a John Grant a la deriva. El mismo confiesa: necesitó hacerse cargo de sus adicciones y el desprecio de su padre para poder continuar con su carrera, sus canciones, su obra. Así llegó el fabuloso disco solista Queen of Denmark, (2010), un homenaje a la música de los ’70 con sensibilidad queer y las letras más poderosas, cáusticas y sinceras que se pudieron escuchar en los últimos años. Después de discos como Pale Green Ghosts (2013) y una aventura con la filarmónica de la BBC, Grant vuelve con Grey Tickles, Black Pressure y en esta entrevista desde su casa en Islandia, donde vive, habla sobre cómo la música de Cocteau Twins y Nina Hagen le salvó la vida, sobre cómo ser gay en el todavía muy machista mundo del rock, sobre su nuevo y ácido disco, sobre su fascinación con los idiomas e, insólitamente, con la Argentina.

Por Martín Pérez
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Alguna vez le preguntaron a John Grant si su creciente fascinación por los idiomas –habla una decena, y sumando– podría estar relacionada con su personalidad adictiva, que desde hace años confiesa tener y revela en detalle tanto en sus discos solistas como en las entrevistas. El cantautor y pianista norteamericano contestó que era posible que fuese así, pero que los idiomas nunca le habían generado los mismos problemas que el alcohol y las drogas. “No me generaron ningún problema a mí, al menos”, agregó. “Estoy seguro de que en algún momento de mi adolescencia mi familia terminó un tanto harta de mi obsesión con la gramática alemana.”

Al teléfono desde su hogar en Islandia, donde se instaló unos cuatro años atrás, Grant confirma esa obsesión cuando –en medio de algún tartamudeo desde este lado de la línea propiciado por un inglés fuera de práctica– ofrece una suerte de disculpa en un castellano claro, aunque aún titubeante y con un acento casi de doblaje televisivo. “Yo tengo que decirle que algun día voy a hacer mi entrevista en español”, promete. Y, luego de una mínima pausa, agrega: “Vas a ver”.

Lleno de humor, simpático y con ganas de hablar, Grant sigue presentando su tercer disco solista, que editó recién a fines del año pasado: Grey Tickles, Black Pressure, un título en dos partes, con el que también homenajea su amor por los idiomas. “La primera parte quiere decir cosquillas grises, y es una traducción de una frase islandesa que se usa para referirse a la crisis de la mediana edad”, explica. “Y la segunda parte, presión negra, es una frase turca, que significa pesadilla.” Pesadilla de la crisis de la mediana edad, entonces. “Sí, mitad bromeando y mitad en serio, es una descripción de lo que ahora mismo es mi vida.”

Aunque cuando se le señala que, en realidad, esa crisis parecía haber comenzado con su consagratorio primer disco solista, Queen of Denmark, con el que regresó al mundo de la musica después de media década de ausencia, Grant acepta que tal vez haya sido así. “En realidad, se podría decir que mi crisis de la mediana edad empezó cuando tenía, no se... ¿16 años?”, agrega el cantante, y lanza una carcajada. “En realidad, creo que una descripcion más acertada sería la de una crisis existencial, más que de mediana edad. Definitivamente, hay mucho existencialismo y ansiedad en mi vida, y eso se refleja en la música.”

PROFUNDO Y MELANCOLICO

La musica de John Grant se puede dividir en dos partes. Por un lado, está la que hizo al frente de The Czars, un grupo de rock alternativo del que formó parte durante una década, desde la primera mitad de los noventa hasta la segunda mitad de la década siguiente. Amparados por el sello británico Bella Union, propiedad del ex bajista de Cocteau Twins, Simon Raymonde, su sonido profundo y melancólico, mitad shoegaze y mitad alt-country, les valió en su momento el respeto de la crítica, aunque nunca alcanzaron niveles significativos de ventas. Honrando el nombre bajo el cual inicialmente se reunieron, Titanic, el grupo de Denver se fue hundiendo lentamente, hasta que después del apropiadamente titulado Goodbye, todos sus integrantes desertaron. Grant siguió adelante con el nombre durante un breve lapso, el suficiente para sacar un disco de rarezas que intentó ser un nuevo comienzo y terminó como canto del cisne, titulado –otra vez, apropiadamente– Sorry I Made You Cry. Perdón por haberte hecho llorar, o sea. Aprovechando el reciente éxito solista de Grant, Bella Union editó hace poco un hermoso Best of de The Czars, apropiado rescate de un repertorio que por momentos –por ejemplo, en el cover de “Song To The Siren”, de Tim Buckley– no suena tan alejado de lo que está haciendo actualmente su cantante como solista.

“Sinceramente, no me gusta escuchar la música que hice con The Czars”, confiesa Grant cuando se le pregunta por el compilado. “Pero hay canciones de las que aún estoy orgulloso”, agrega. Recién luego de la disolución de The Czars, John Grant pudo reescribir no sólo su carrera musical, sino también su propia vida. “Es que recién pude recobrar el mando cuando pude aceptar que era un alcohólico y un adicto, y que necesitaba ayuda”, dice sin anestesia, desde el otro lado del teléfono. Fue entonces cuando se instaló en Nueva York, y empezó a buscar trabajo fuera del negocio musical, ya sea como mozo, empleado en una disquería o traductor profesional. Cuenta la leyenda que los integrantes del grupo Midlake, que comenzaron su carrera en Texas cuando The Czars ya estaban en retirada, se lo cruzaron en la ciudad y se pusieron a su servicio para grabar un disco. El resultado fue el extraordinario Queen of Denmark, un ejercicio de nostalgia por el rock de los 70 y en el que Grant hizo las paces con su homosexualidad y se vengó de un padre autoritario con la canción “Jesus Hates Faggots”.

Cuando te instalaste en Nueva York y abandonaste los vicios, ¿de verdad pensaste que no ibas a hacer música nunca más?

–No estaba seguro, no sabía qué hacer. Pero estaba muy inseguro, sentía que había fracasado con la música, y pensaba que estaba actuando como un chico, negándome a crecer y conseguir de una vez un trabajo de verdad, que es lo que siempre quiso mi padre para mi. Los Midlake me convencieron de insistir con la música, y eso fue algo muy importante.

El rock siempre funcionó como un refugio para los diferentes, y más aún en las épocas previas a Internet. ¿Por qué lo abandonaste?

–Porque me estaba faltando una conexión conmigo mismo. Necesitaba contar la verdad de mí mismo, sentir que que no importaba si era un loco o era gay, o si tenía problemas con las drogas o el alcohol. Necesitaba saber que era igual de importante, o igual de poco importante, que cualquier otro. Pero también es verdad que el rock, o la música en general, fue algo que me salvó la vida. Antes de ser músico, las canciones de Cocteau Twins, Cabaret Voltaire o Nina Hagen ciertamente me salvaron la vida.

UN INVIERNO ISLANDES

Cuando John Grant se entera de que Nina Hagen tocó en Buenos Aires, quiere saberlo todo sobre esa visita. “Mmm, debe ser la época que tenía el pelo teñido de rojo”, dice al escuchar los primeros datos. “Si, y también el crucifijo”. Grant larga una carcajada. Para él, asegura, no hay un disco como NunSexMonkRock, el primer disco solista de la alemana, que se editó por estos pagos a mediados de los 80, acompañando su visita para tocar en el Festival Rock & Pop que se realizó en Vélez, recordado por el piedrazo en el rostro de Miguel Abuelo, el primer Charly García desatado y también, por supuesto, Nina y su crucifijo. “Nunca escuché algo como ese disco: ni antes, ni después”, insiste. “Creo que es el acto de autoexpresión mas increíble y loco, la obra de alguien dejando salir todo. Hay gente que piensa que esta mal grabado, pero yo amo el sonido de su voz, cantando al azar en diferentes idiomas, y también esa música extraña y única”, recuerda Grant, que se obsesionó con el alemán desde entonces, el primero de la larga serie de idiomas que hoy habla de manera fluida. Y el último de esa larga lista tal vez sea el islandés, el país donde se instaló desde antes de la grabacion de su segundo disco, Pale Green Ghosts, con el que incursionó en la electrónica con la ayuda de Birgir Porarinsson, ex Gus Gus. Desde entonces Grant vive ahí, en Reykjavik. “Toda mi vida tuve problemas de ansiedad y me sentí inseguro, pero acá me siento seguro y en casa”, explica. “Es como una especie de Hawaii, pero con hielo en vez de palmeras”. Cerca de los 50 años, Grant parece haber encontrado su lugar, algo que se refleja en la música: si volvió a los 70 en su primer disco solista, e incursionó en los 80 con el siguiente, el tercero es una ajustada mezcla de ambos mundos, con una libertad total a la hora de las letras, en las que le puede recomendar con odio a un antiguo amor juntarse a tejer pullóveres con Hitler y en otro tema enumerar sus problemas para después decirse: “Hay chicos que mueren de cáncer/ no podés competir con eso”. Hay un extraño humor cruel y sincero que flota durante todo un disco admirable, de doce canciones que abren y cierran con el recitado en varios idiomas de una cita bíblica sobre el amor. “Crecí en un ambiente muy religioso, y ese era un verso de la Biblia que se repetía mucho en casa, sobre cómo tenía que ser el amor. Pero cuando crecí y lo experimenté, descubrí que no era tan así, que tenía también muchas cosas negativas. Así que la frase es lo que me dijeron que era el amor, y el resto del disco es lo que yo viví. Me parece que así se completa la idea”, explica Grant, que a pesar de vivir en Islandia, para grabarlo regresó a Denver, esta vez a ponerse al servicio de John Congleton, productor de St. Vincent, Franz Ferdinand y Swans, entre otros. “Tuve un mes del sol de Texas después de un brutal invierno islandés. Así que hubo muchas risas en el estudio”, asegura Grant, que explica que las extrañas fotos de tapa obedecen a su amor por las películas de terror vintage. “La del martillo y la sangre refleja lo que me gustaría hacer cada vez que alguien me dice maricón. Como Michael Douglas en Un día de furia”, bromea el cantante, que en su nuevo disco sigue profundizando su veta electrónica, aunque sin dejar de lado la parte mas melancólica de su música. “Cuando empecé no me dediqué a la electrónica porque todavía no sabía como hacerlo”, explica. “Aunque tampoco tenía el equipamiento necesario, porque me pasé toda la vida bebiendo y tratando de escapar de mí mismo, asi que gastaba todo mi dinero en alcohol y drogas, y nada en equipos. Por eso es que me tomó tanto tiempo llegar a un lugar donde poder hacer esa clase de música. Y creo que no llegué todavía: quiero ir todavía más lejos dentro de la electrónica.”

Antes de despedirse, en rigor de verdad en medio de una respuesta, John Grant necesita confesar que está desesperado por venir a la Argentina. ¿Por qué? “Porque me encanta el idioma, amo su cine y sé que tienen una ciudad muy bella”, enumera el cantante, que asegura estar fascinado por La mujer sin cabeza, la película de Lucrecia Martel. “Pienso todo el tiempo en el afiche”, cuenta. Y recuerda: “La primera vez que escuché hablar de Argentina aun estaba viviendo en Colorado, veinticinco años atrás. Una pareja argentina se quedó en mi casa, venían manejando desde Buenos Aires y tenían el plan de llegar hasta Alaska. Yo estaba aprendiendo castellano y fue la primera vez que escuché el acento porteño, decían plasha, shoviendo. Para mi oído era una mezcla de italiano y español, estaba fascinado. Siento una conexión con Argentina y Sudamérica, por eso estoy intentando ir a tocar por allá para este año. Ojalá suceda. Tengo ideas románticas acerca del tango y yo, caminando por las calles de Buenos Aires”.

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