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Domingo, 15 de mayo de 2016
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Paul Verhoeven y David Cronenberg

EL ÉXTASIS Y LA AGONÍA

Paul Verhoeven y David Cronenberg son dos de los cineastas más importantes de la segunda mitad del siglo XX y, sin duda, de los más arriesgados. Notables tanto en sus grandes éxitos como Bajos instintos y El vengador del futuro de Verhoeven o La mosca y La zona muerta de Cronenberg; y desafiantes y visionarios en sus proyectos más personales, como Crash o El libro negro. De todas las obsesiones recorridas por sus filmografías la más evidente resulta una que comparten: la sexual, la fijación con las posibilidades, los límites y los desórdenes del deseo. Ahora ambos debutan en literatura con dos libros muy distintos pero que, extrañamente, se rozan: Paul Verhoeven publica el inesperado Jesús de Nazaret (Edhasa), un ensayo ameno y exhaustivo sobre el Mesías cristiano, cuya vida quiso y nunca pudo filmar. Y David Cronenberg acaba de editar Consumidos (Anagrama) su debut como novelista a los 70 años, un texto radical como los de sus admirados Ballard y Burroughs, que se interna en la relación de cuerpo, enfermedad y tecnología. Ambos realizadores parecen estar buscando, detrás de sus explosiones de violencia y erotismo, cierta forma de trascendencia, una “nueva carne” que, como cyborg o como espíritu encarnado, pueda llevarnos hacia el futuro.

Por Diego Brodersen
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¿Quién lo hubiera dicho? Y, sin embargo… ahí está el cartel luminoso en Showgirls, “Jesus is coming soon”, escrito en luces de neón rojas que bien podrían confundirse con el cartel de un telo en la ruta. Y, sin embargo… ahí está la historia de Robocop, a quien en una entrevista su director bautizó como “el Jesús americano, crucificado después de cincuenta minutos, resucitado en los siguientes cincuenta, caminando sobre el agua cerca del final”. Y, sin embargo… ahí está el libro Jesús de Nazaret, publicado originalmente en neerlandés en 2008 y recién ahora traducido al español y editado en la Argentina por Edhasa. Que Paul Verhoeven anda con ganas, desde hace décadas, de hacer una película sobre el fundador espiritual del cristianismo es algo que todo seguidor de su obra sabe. Que ese film eliminaría de cuajo cualquier elemento sobrenatural y se centraría en los elementos más humanos y carnales del relato de los evangelios –materialismo a ultranza que haría sonrojar a un ateo consuetudinario como Pasolini– lo ha dicho el director de El cuarto hombre (1984) a cuanto entrevistador le interesara el tema. Que nadie produciría hoy un largometraje con esas características puede inferirse sin demasiado esfuerzo. Por esa razón, dice el holandés errante en las líneas introductorias, escribió el libro: “Quizás yo sea la persona indicada para hacer este tipo de película, ningún guionista o director ha estado tan loco como para estudiar la materia de manera tan exhaustiva. Pero no sé si alguna vez la haré; por lo pronto, este libro es un buen sustituto”.

Jesús de Nazaret es, en esencia, un libro de teología aplicada que baja a tierra algunos de los temas que, en otras manos, serían transfigurados en un ensayo académico de escaso interés general. A pesar de ello, Verhoeven y su colaborador Rob van Scheers (autor de la biografía oficial del realizador) no caen en la tentación de la “divulgación popular”, y cada capítulo viene acompañado de varias decenas de extensas notas, agrupadas hacia el final por su corpulencia, una bibliografía que ocupa doce páginas y un registro de citas bíblicas de similar profusión. A lo largo de los once capítulos, apéndices y un epílogo se hace recurrente la discusión sobre las distintas traducciones de los originales en hebreo, arameo y griego y las versiones actuales del Nuevo Testamento, punto de partida para varias de las teorías originales del autor (se sabe: traduttore, traditore). En suma: no se trata de un libro para leer en la playa, cerveza en mano, a menos que el interés del lector por el tema supere el desafío, pero tampoco es un texto farragoso o exclusivo para eruditos en la materia. Y no está exento de algo de humor, confirmación a su vez de la esencia de muchas de sus películas: la ironía. “Hace mucho tiempo me gradué en matemáticas y física, y siempre que leo los evangelios tiendo a preguntarme: ¿es eso posible? Me pregunto si se puede caminar sobre el agua y resucitar a alguien que lleva cuatro días muerto, si una mujer puede quedar embarazada sin esperma (en ese caso, desde el punto de vista biológico, el bebé sería una suerte de clon, y por ende, Jesús sería una mujer)”, se afirma jugueteando en el primer capítulo. Se parte así de una tesis de base clara y concreta: Jesucristo fue, sencillamente, un hombre común y silvestre, hijo de mujer y de hombre, nunca resucitado y absolutamente alejado de santas trinidades y mesianismos que no tuvieran características terrenales.

DE MILAGROS, PARABOLAS Y REESCRITURAS

En las primeras líneas de Jesús de Nazaret, Verhoeven confiesa el interés que le despertaban, durante su adolescencia, los temas ocultos (ovnis, magia negra, hipnosis, la Biblia), y como más tarde, finalizados sus estudios universitarios y a punto de iniciar una carrera como cineasta –a mediados de los años 60–, su novia y futura esposa quedó embarazada “debido a la rotura de un preservativo”. Convencido de que era el peor de los momentos posibles para transformarse en padre, casi desesperado por lo que intuía era el principio del fin de una vida que imaginaba un poco más ordenada, asistió al encuentro de un grupo pentecostal en busca de una solución, y durante el mismo sintió que su corazón ardía en llamas. Pero “la resistencia de mi razón venció por un pelo al éxtasis (...). El padre de un amigo de la infancia era médico en el hospital de La Haya y nos derivó a un especialista para un aborto. ¡Era una solución tan sencilla! Ni magos, ni medicina sobrenatural, ni esas horribles agujas de tejer. Simplemente, un hospital. La solución no fue rezar, sino hacer algo uno mismo, y eso de a poco me trajo de vuelta a la realidad”. Ese “desencanto”, según sus palabras, fue el origen de una escena de su largometraje Spetters (1980), en la cual un joven queda hemipléjico luego de un accidente en moto y es llevado por su novia creyente a un encuentro religioso, con la esperanza de ser curado. Nada de eso sirve, desde luego, y el único que es “convertido” en la película es uno de sus amigos, que luego de ser violado por una pandilla acepta abiertamente su condición de homosexual, en una de las escenas más polémicas de toda su filmografía.

Sin embargo, el interés de Verhoeven por la figura de Jesús no sólo no desapareció, sino que se vio potenciado. Luego de su etapa holandesa, que incluye además a la magnífica Delicias turcas (1973), el director se mudó a Los Ángeles, donde inició una carrera que le depararía las exitosas Bajos instintos, El vengador del futuro y la mencionada Robocop, además de las absolutamente incomprendidas Starship Troopers y Showgirls, dos films que el tiempo terminó emplazando en el lugar que merecían. Durante todos esos años, antes de su regreso a los Países Bajos, P.W. formó parte —primero como oyente, luego como participante activo, a pesar de no tener un grado en estudios bíblicos– del Jesus Seminar, un grupo de más de un centenar de estudiosos de la Biblia. Esa experiencia es, en parte, la que lo impulsó a escribir finalmente el libro. A pesar de que, como afirma en sus páginas, muchos de sus ex compañeros no estarían de acuerdo con algunas de sus ideas. Luego de repasar someramente los cuatro evangelios canónicos (Marcos, Mateo, Lucas y Juan), las epístolas de Pablo y la treintena de evangelios apócrifos que fueron escribiéndose y descubriéndose durante los últimos dos milenios, Verhoeven describe el posible origen biológico del hombre más famoso nacido en Belén. ¿O fue en Nazaret? ¿Era el niñito Jesús un “bastardo”, resultado de un amorío pre nupcial o de una aventura extramatrimonial? ¿O, como sostienen algunos otros estudiosos, fue el resultado de un acto de violencia? Escribe Verhoeven sobre una posible escena de ese film nunca producido: “Nos trasladamos al centro de Séforis. Vemos soldados romanos haciendo estragos. Una muchacha judía, de no más de diecisiete años, cuya familia ya fue asesinada brutalmente, se oculta en la casa. Un soldado la descubre y la viola. La muchacha se llama María”. En una nota, el autor señala que “lo más desagradable” de esa teoría “es que el dirigente de las SS, Heinrich Himmler, se esforzó por ‘demostrar’ justamente ese hecho porque quería que Jesús fuera ‘sólo’ medio judío”. Según su propia confesión, otra de las obsesiones de Verhoeven es la figura de Hitler y el nazismo en general, y su extraordinaria Black Book- El libro negro, con la cual regresó al cine holandés en el año 2006, no hace más que confirmarlo.

En los siguientes capítulos, el libro analiza la relación de Jesús con Juan el Bautista, la denigración del concepto de “Reino de Dios” con el correr de los años, los exorcismos realizados en templos y campos abiertos, y la inequívoca obligación de los evangelistas (los autores de los evangelios) de ocultar lo mejor posible el hecho de que Jesús era un rebelde que, por necesidad, debía huir y esconderse de sus enemigos más encumbrados: la casta sacerdotal judía y los romanos. Por otro lado, siguiendo una lógica ampliamente documentada y, por ello mismo, difícil de refutar, enuncia que durante la redacción de los evangelios (su favorito es el de Marcos, el primero en ser escrito, a pesar de que admite su admiración por el de Juan, “un relato muy místico, de una poesía maravillosa y una teología muy evolucionada”) sus autores optaron por esconder o eliminar los trazos de ciertos hechos posiblemente reales con milagros “imposibles”: la casi coronación de Jesús como Rey de los judíos con la multiplicación de panes y peces, seguida de la caminata sobre el agua; la obvia negativa del Reino de Dios a tener lugar sobre la Tierra con la Transfiguración; las dudas sobre si entregarse o no ante las autoridades, que ya lo tenían en la mira, con la resurrección de Lázaro. Con especial énfasis, el libro se dedica a detallar las incongruencias y flagrantes contradicciones entre los cuatro textos canónicos (e incluso dentro de un mismo evangelio), además de destacar las múltiples reescrituras y “correcciones” que sufrieron a través de las infinitas traducciones y reediciones. No lo dice Verhoeven explícitamente, pero queda claro que, en su opinión, el Nuevo Testamento es, esencialmente, un palimpsesto compuesto por tantas capas que resulta imposible, en la mayoría de los casos, encontrar las palabras originales. El Verbo. Asimismo, deja en claro que muchos de sus pasajes, incluidas algunas de las más famosas parábolas, son simples adaptaciones o reconstrucciones, en otro contexto, de momentos selectos del Viejo Testamento.

MI PROPIO JESUS PRIVADO

¿Y qué dice Paul Verhoeven sobre las representaciones de Jesús en el cine? La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese: “me parece más un cuento de hadas. Lo que el escritor Nikos Kazantzakis y también Scorsese han recogido bien, en mi opinión, es que Pablo no tenía ningún interés en la vida de Jesús. Para poder difundir la fe, al apóstol le servía mucho más un Jesús muerto”. La pasión de Cristo, de Mel Gibson: “En su visión, Dios es un psicótico(...). Esta película se convirtió, pues, en una manifestación de un catolicismo enfermo”. El evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini: “Llevó al cine el Evangelio de Mateo casi de manera literal, pero con la visión de un marxista. Ese punto de vista le dio una nueva dimensión al relato. Es bastante notorio que no lo haya desmitologizado, aunque como marxista tampoco tiene un mensaje para la fe cristiana”. La vida de Brian, de Terry Jones: “Si se trata de la conciencia histórica, irónicamente, es un ejemplo muy logrado. Aunque se trate de una comedia, el guión utiliza mucha información de los libros de Flavio Josefo”. Según él, además, “todavía no se ha filmado una película realista sobre la vida de Jesús. (...). Una película que dé cuenta cabal de la situación política de Palestina a comienzos de nuestra era, una ocupación cruel. Y que describa a ese Jesús como un hombre que ha ido cambiando mucho a lo largo de sus años de predicación. Que fue obligado, por éxitos y adversidades, a adaptar su visión, y no es el monolito en el que lo convirtieron los evangelistas”.

El análisis de la eucaristía y el convencimiento de que su origen se basa en un equívoco o, al menos, en una lectura anacrónica del momento en el cual ocurrió, es otro de los pasajes más destacados de Jesús de Nazaret, al igual que los interrogantes acerca del semblante pacifista con el cual los evangelios (del griego “buena noticia”) describen al Hijo del Hombre. Si era un ser esencialmente contrario al uso de la fuerza, ¿por qué razón, entonces, se encuentra en Mateo la frase “No vine a traer la paz, sino la espada”, que parece colisionar de frente con la más famosa cita de la mejilla derecha y su compañera? La figura y el accionar de Judas Iscariote –punto de discusión de teólogos y estudiosos en general desde hace siglos– es otro de los temas de interés que el volumen intenta iluminar bajo una nueva luz. Si el plan divino se cumple únicamente luego de la muerte y resurrección de Jesús, ¿por qué se lo sigue acusando de traidor, siendo como es, dentro de esa lógica, un simple instrumento? El dogma, desde luego, no admite dudas. Tampoco la fe. Pero, para Verhoeven, “Jesus está muerto. Su espíritu ha sido destruido, al igual que el de Einstein y Mozart. Nunca ocurrió el renacimiento del cuerpo. Y con ello regresamos al comienzo de este libro y a la pregunta: ¿Qué queda del cristianismo? ¿Tiene razón Pablo cuando dice que ‘Si Cristo no ha resucitado (…) tu fe no tiene sentido’? No lo creo”. Lo que sigue, y que el lector deberá descubrir por su cuenta, demuestra que Paul Verhoeven, el autor de la carne y la sangre, el artista del sexo y la violencia, uno de los “provocadores” más creativos y talentosos del cine contemporáneo, es, en el fondo, dueño de un profundo humanismo. Que no es, ni por asomo, propiedad exclusiva de aquellos que se dicen cristianos.

Ilustración de tapa: La incredulidad de Santo Tomás. Caravaggio, 1601

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