Imprimir|Regresar a la nota
Domingo, 22 de mayo de 2016
logo radar
Teatro > Kid

ENTRE HOMBRES

En su tercera puesta teatral, Alejandro Lingenti elige otra vez un universo masculino cerrado que empieza a agrietarse. Y nada mejor para representarlo que el siempre poderoso, física y metafóricamente, mundo del box. Ahí transcurre Kid, con los actores Adrián Fondari y Facundo Aquinos como un púgil en retirada y su sucesor, que también es su hijo. Lo inesperado es que la pieza, cuyo texto es del escritor Alejandro Caravario, es la adaptación de Carta al padre, de Franz Kafka: el resultado es una obra que tematiza la paternidad acentuando el ascenso social argentino de modo que evita todos los lugares comunes de lo “kafkiano”.

Por Mercedes Halfon

Foto: Juan Casas

Dos hombres de distintas edades entran a un gimnasio de box y comienzan a exaltarse por los olores – el salitroso de las lonas, la traspiración adherida a las paredes, el desodorante masculino– que los circundan. La charla es distendida y el deporte de guantes ocupa el centro de sus preocupaciones. El mayor peleó años atrás y estuvo a punto de convertirse en profesional; el menor está en plena etapa de fascinación y se viene entrenando duramente. Nada de todo esto podría indicarnos que estamos ante la adaptación de una pieza literaria de Franz Kafka, pero así es: el texto en cuestión es nada menos que Carta al padre, la célebre esquela en la que el escritor checo se desquitó con el varón que le dio la vida y con el que tenía unas cuantas cuentas pendientes, parece ser.

Así es que los que se enfrentan en la contienda son progenitor y sucesor: los actores Adrián Fondari y Facundo Aquinos respectivamente, dos morochos argentinos que hace años trajinan la escena teatral independiente que, como es fácil de suponer, tiene más de un punto de contacto con un ring. Fondari viene de haber hecho, entre otras obras notables, El box, de Ricardo Bartis, la última vez que el director y maestro de actores tocó el universo pugilístico. Facundo Aquinos por su parte es un actor muy joven, que hizo un papel entrañable en Sudado, de Jorge Eiro, en cartel hasta hace poco.

La pieza es la tercer incursión de Alejandro Lingenti en la dirección teatral, después de Japón y Debés haber perdido la cabeza. Periodista cultural que hizo su debut en el lado opuesto de la mirada con la versión cinematográfica de Ocio, de Fabián Casas, en esta pieza retoma algunas cuestiones iniciadas ahí. Si algo en común tiene aquella película con esta puesta teatral es la insistencia en universos masculinos cerrados que manifiestan signos de desgaste, como filtraciones de aire por donde lo viciado sale y a su vez algo entra del afuera, un recambio inesperado, extraño o violento, pero que se percibe urgente.

El director dice: “En todas las ficciones que hice el de la paternidad es un asunto presente. Después de Ocio y las obras anteriores me dediqué durante un buen tiempo a buscar literatura dedicada al tema. Leí cosas de Bukowski, Fante, Tobías Wolff, Auster. Lo tomé como un entrenamiento previo a la escritura de algo que no sabía qué iba a ser. En algún momento apareció la Carta al padre y me enteré de todo lo que la rodeaba. Max Brod dijo alguna vez que Kafka le dio la carta a su madre para que se la hiciera llegar a su padre. Ella no la entregó, después se la devolvió a su hijo y Kafka finalmente nunca se la dio al padre. Me pregunté qué hubiese ocurrido si lo hubiera hecho. Después leí que Oscar Masotta le dio la Carta de Kafka a su propio padre, un empleado bancario, con el objetivo de que entienda que debería liberarlo de la obligación de trabajar en algo que no sea leer y escribir. Masotta esperaba que su padre valorara la obra que todavía no tenía, que se sacrificara por él como prueba de que su obra era posible. El sacrificio del padre por la obra del hijo es uno de los mitos fundadores de la clase media. Desde ese punto de vista, la Carta me empezó a interesar mucho más aún. Es un texto tan visceral y estimulante que hasta puede servir como disparador de una narración política.”

El texto de la obra, a cargo de Alejandro Caravario, construye un universo en si mismo, alejado iconográficamente de cualquier referencia al escritor checo. No hay nada netamente kafkiano en la pieza aunque quizá sí algo que se le parece: si ese adjetivo ha sido utilizado en el acervo cultural más extendido para referirse a una tortura psicológica absurda, ilógica e inevitable, hay algo ahí encriptado que podría relacionarse con el box. Porque ¿qué absurdo verosímil justifica que dos personas permanezcan en un cuadrado mínimo donde el que tienen enfrente intenta molerlos a golpes? El box -–podríamos decir– es una tortura absurda amparada por alguna clase de reglamento indiscutible. Igual a los intrincados vericuetos que deben atravesar los personajes del escritor mencionado. En ese anclaje concreto y su desarrollo está la argucia de la dramaturgia de Caravario y de Lingenti como puestista. Lograr exteriorizar esa clase de padecimiento y volverlo materia visual tal y como lo necesita el teatro.

Hay que decir que el boxeo tiene toda una tradición en el teatro argentino. Está Hamlet (o la guerra de los teatros) de Ricardo Bartis en el Teatro San Martín y Otelo de Alberto Ajaka. La idea de dar pelea es muy presente para los teatristas locales, que están de algún modo entrenados en el desgaste físico y la adversidad permanente que propone imaginariamente este deporte. Lingenti cuenta: “Lo elegí porque mis recuerdos de la infancia y la adolescencia con mi padre, que murió cuando yo tenía 15 años, están muy asociados a ese mundo: íbamos al Luna Park, escuchábamos las peleas que relataba Caffarelli y comentaba García Blanco los sábados a la noche por radio Rivadavia. Son cosas que me gustaban mucho, que marcaron esa época de mi vida. El boxeo era un nexo entre los dos y fue inevitable que aparezca al hacer una obra que tematiza la paternidad.” A la razón biográfica se le suma otra de tipo estético: “Venía viendo una serie de obras de danza que me habían impresionado por la destreza y la entrega física. Me gusta mucho ver eso en escena y me gustó la idea de proponerles a Facundo y a Adrián trabajar con esa carga extra, la del agotamiento físico, que siempre tiene un componente dramático.”

Todo lo que tiene de retórico y abstracto el texto literario encuentra un canal escénico en la voz/cuerpo de estos personajes en pugna. La obra dibuja en el arco de este vínculo iniciático un germen de ciertas ideas de masculinidad: los padecimientos del hijo –estigmatizado como el débil, sensible, enfermizo, finalmente el escritor– y la acentuada hombría del padre. La identidad varonil como construcción cultural es discutida hasta políticamente. Lingenti dice: “La Carta fue el disparador de un planteo acerca de la ambigüedad y la tensión que caracteriza este vínculo. La oscilación entre la admiración y el recelo, las variantes del pacto masculino, la conciencia de poder que implica la paternidad, la índole misma del lazo entre varones siempre asimétrico, la necesidad del hijo de rebelarse política y éticamente.” Pero ¿cómo ejecutar esta rebeldía? ¿de qué modo romper?

La principal invención de Kid es darle voz a este hombre que en el original de Kafka no hablaba y construir a partir de esto un mito de padre argentino: un pequeñoburgués de origen humilde que, tras padecer privaciones, se eleva con esfuerzo sobre su condición inicial, para poder darle a su hijo lo que él no tuvo. De ese modo la obra da lugar a un diálogo complejo, ambiguo, esmerilado, donde las palabras no alcanzan y se abren a una dimensión imaginaria, donde el hijo finalmente encarna y expresa su propia sensibilidad. Es en esa otra dimensión donde la impotencia se escenifica y cambia de signo, se convierte en la potencia literaria. Allí sucederá la verdadera revancha para este round.

Kid se puede ver los viernes a las 21.30 en Espacio Sísimico, Lavalleja 960.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.