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Domingo, 12 de junio de 2016
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Arte > Marcos López

FUERA DE CAMPO

Desde hace algunos años, Marcos López, uno de los fotógrafos argentinos más reconocibles e importantes, quiere salir de la fotografía y avanzar sobre el terreno del arte contemporáneo. En esta dirección va la muestra Lugares comunes, en la Alianza Francesa, que no es una retrospectiva, sino un intento de mudar sus temas a otros espacios: López convierte el motivo del pop latino en el puntapié para pasar de la fotografía al objeto encontrado, el dibujo y la pintura.

Por Claudio Iglesias
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Isabelle Huppert (cantante de tango)

Un día Isabelle Huppert vino de visita a Buenos Aires. Y sus anfitriones se prometieron homenajearla como correspondía: buscaron el mejor hotel y al mejor fotógrafo para hacerle un retrato. El resultado es Isabelle Huppert (cantante de tango), la última obra conocida de Marcos López. Como pasa en todas las fotos de López, lo que menos importa es Huppert: la atención fuga de la figura al fondo: el estudio musical derruido, con bandoneón y piano, en el que la actriz mira por la ventana, sin gracia y cansada por el trajín al que la someten los organizadores de un festival de cine. Sin un rato siquiera para ir de compras.

El encuentro de López con Huppert fue casual. Pero hubo otro encuentro que en su producción fotográfica se venía rumiando: el choque con la obra de Antonio Berni, y especialmente con lo que Berni encontró en el expresionismo mexicano: la posibilidad de sacar la pintura del cuadro, en la forma del retablo. Esos Berni (que le gustaban especialmente a Amalia Lacroze de Fortabat) son el camino que le permitió a López salir de la fotografía. La fotografía es un saber técnico muy riguroso y pautado, de un tipo que se diría que en el siglo XXI todavía no existe. Salir de la fotografía para ocupar el espacio, la remera, la bikini, la instalación, etc., es salir de un saber reconcentrado al reino inefable en el que no existen otras reglas más que el blanco de la pared y la vacuidad semántica: el reino del arte contemporáneo como industria y entendido a lo grande, con todo un estudio y un enjambre de asesores que conceptualicen, diseñen y ejecuten pequeñas maniobras. La suerte de Marcos López como artista contemporáneo es como la de un monje trapense que decidiera un buen día cambiar de oficio y dedicarse a las relaciones públicas. El salto hacia fuera de la fotografía es, para él, un salto hacia la lógica de la industria y las artes aplicadas, con mucho de franquicia y de trabajo colaborativo. Y franquicias literalmente hablando: los textos y dibujos realizados prolijamente a lápiz en las paredes recuerdan mucho a las cafeterías del centro que así publicitan sus tartas y promociones, casi siempre con algún dibujito.

Hay, como en casi todo, dos escuelas en la fotografía argentina. Son las de Marcos López y Alberto Goldenstein. Están las cuestiones de clase, de olor social: López construye ficcionalmente al negro, al parroquiano de las parrillas que bordean las estaciones ferroviarias, al rufián de barrio y a la prostituta que come tallarines de una bandeja de plástico. Cuando fotografía a las clases altas, lo hace con conciencia de estar mirándolas desde abajo. Las señoras bien, por eso, le salen un poco vampirescas y terriblemente esquematizadas, como en una caricatura. Alberto Goldenstein en cambio fotografía siempre a sus iguales: ya sea cuando hace retratos de sus artistas amigos, de Mar del Plata o de Nueva York, se mantiene dentro de un idiolecto que le resulta propio, el de las clases medias urbanas.

Pero hay un contraste más grande entre ambos: la necesidad de superarse y cierto narcisismo desenfrenado de Marcos López, que Goldenstein no tiene, con su apuesta por el formato medio y el respeto al silencio. En López hay solo superficialmente costumbrismo y kitsch; subliminalmente, es un artista de las fuerzas sin dominar y la energía expansiva que se desenvuelve en un rapto sobre el exterior. Goldenstein y López por eso son el Apolo y el Dioniso de la fotografía argentina. Y así tan simétricos, es entendible que los aqueje el mismo problema: el de sobrevivir a su oficio en una época que niega que la fotografía sea un oficio, más que un hábito o un reflejo. ¿Quién hoy en día puede aspirar a la fotografía como forma sin reconocerse al mismo tiempo un obsoleto, un vencido por el vendaval tecnológico y social de la época? Dos hombres formados en la escuela de hierro de la fotografía analógica encontraron para el tema soluciones dispares. Goldenstein, para su última muestra en Buenos Aires en 2013, desenterró negativos nunca antes revelados de su paso por Nueva York treinta años antes. Las copias nóveles daban un acceso intacto a ese momento en que la fotografía era una especie dominante en el sistema artístico: eran imágenes cargadas de una magia ya perdida y también eran un autorretrato del mismo Goldenstein como joven en la ciudad donde la fotografía llegó a ser lo que fue. El artista apolíneo decidía rendirle a su medio una especie de canto de despedida, una elegía, ateniéndose a su clímax formal y emocional.

El proceso de Marcos López es inverso: en la sede de Córdoba de la Alianza Francesa no vemos exactamente una retrospectiva de su trabajo como fotógrafo, sino al fotógrafo que trata de mudarse, emulando parcialmente a Jean-Luc Godard, y salvar su universo y sus temas del desbarranco del medio. Por eso es esperable que ahora López convierta al motivo del pop latino (que él asocia con los íconos del barrio de Constitución) en el puntapié para pasar de la fotografía al objeto encontrado, el dibujo y la pintura.

Ya en 2012 López había planteado su salto fuera de la fotografía. Debut y despedida, título tomado de San Martín Vampire, fue una mezcla de sus obras ya clásicas desde la década de 1990 y una exploración de medios como la pintura y la instalación. Lugares comunes repone el motivo y machaca con la extracción del significado de la fotografía hacia sus propios referentes. López se autocita abundantemente, en fotos de fotos. Y como parte central de su muestra, propone la observación en directo de aquellos elementos de vestuario y utilería de sus composiciones más clásicas. (Ansel Adams, un fotógrafo de la época de oro de la fotografía, también aparece con copiosidad en la muestra, pero como la representación de algo cadavérico.) López, a diferencia de Goldenstein, le hace sus homenajes al medio moribundo de forma barroca y virulenta, mientras trata de salvar lo que queda en la bodega del barco que se hunde: bikinis, toallas, vestidos y encendedores cuelgan de la pared como en una venta de garage. En el colapso, los recursos se destruyen; derrumbado el teatro de la fotografía, el vestuario y la utilería salen a luz y se presentan solos. Más que una retrospectiva, Marcos López presentó su cocina.

Además de un sobreviviente de la fotografía, López es una figura él mismo, con visos de celebridad, con una marca y un contenido reconocible: eso que se ha referido incontables veces como pop latino. Por la recurrencia que tiene este universo semántico y visual en su trabajo, es inevitable pensar en la cultura chicha del Perú (fuente de numerosos artistas de ese país) y en nuestros Javier Barilaro y Washington Cucurto, los intérpretes vanguardistas de la cumbia. Pero Marcos López, para ser más precisos, es como Cucurto realizando el sueño de ser Jaime Bayly, atravesando el plano en el que lo pop le gana a lo vanguardista y se impone sin vergüenza. Porque solo Jaime Bayly hubiera hecho lo que hizo Marcos López, lo que no hubieran hecho Barilaro, ni Cucurto, ni Berni: un retrato de Isabelle Huppert como cantante de tangos.

Lugares comunes, de Marcos López, se puede visitar en la galería del arte del 1er piso de la Alianza Francesa, Córdoba 936, de lunes a viernes de 9 a 20 y sábados de 9 a 12.

El viernes 17 y el sábado 18 de junio, Marcos López dará una masterclass de 6 horas.

Sobre inscripción, horarios e información: [email protected]. La muestra dura hasta el 23 de junio.

CUATRO VISTAS DE LA MUESTRA LUGARES COMUNES

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