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Domingo, 7 de agosto de 2016
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EL RITUAL DEL CÍRCULO

Desde hace varios años, el vinilo, formato que se había dado por muerto, está en plena resurrección aunque, claro, en esta encarnación es un artículo de lujo. Y quizá la banda más apta para encabezar esta segunda venida sea la siempre exquisita Pink Floyd. El mes pasado se anunció que serían relanzados y remasterizados en 180 gramos los 15 discos oficiales del grupo. Por ahora se pueden conseguir los primeros cuatro: The Piper At The Gates Of Dawn, A Saucerful Of Secrets, More (soundtrack) y el doble Ummagumma. Y en noviembre, los fans más acaudalados podrán encontrarse con un bestial box set de 27 discos llamado Pink Floyd: The Early Years 1965-1972 que incluye todo tipo de rarezas y hasta el mítico concierto en Pompeya restaurado.

Por Sergio Marchi
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2011 fue el año en que el vinilo pegó la vuelta. La historia es más o menos conocida; el formato digital en CD hirió de muerte al vinilo que fue perdiendo su hálito vital de a poco. Pero mientras hay agonía, quiere decir que queda algo de vida (aunque no se la pueda llamar realmente así). Y el vinilo aguantó, moribundo, casi dos décadas, mantenido con respirador artificial por fetichistas, nostálgicos, DJs de hip-hop, techno-house, y otros simpatizantes de la causa.

Durante los últimos cinco años, las ventas de vinilos han subido en forma sostenida y a medida que el milagro se producía, la industria se iba reacomodando a los nuevos tiempos. La reimpresión de viejos títulos en vinilos de 180 gramos comenzó a dar cuenta de un negocio que se había revitalizado: la compra de usados. Quedaron obsoletos porque no pueden competir en calidad con el nuevo producto, no obstante también se resisten a la extinción. En Buenos Aires se observó claramente el funcionamiento del fenómeno de la resurrección vinílica, aunque con la particularidad de que fue un único vinilo el protagonista de la epopeya: Artaud, de Pescado Rabioso. Luego vinieron Canción animal de Soda Stereo y todos los demás.

¿Existirá algo equivalente en el resto del mundo? La respuesta es obvia: Dark Side Of The Moon de Pink Floyd, el título que agrupó a millones y millones de escuchantes repetitivos u ocasionales, en torno al rito que hoy el mundo quiere revivir: la ceremonia del disco. Los viejos rituales no se apagan; son como los restos del fuego de un asado que quedan brillando en la oscuridad por mucho tiempo, como viejos diamantes locos que se resisten a la extinción. Y el ritual de los tiempos del vinilo era escuchar, sobrio o intoxicado, El lado oscuro de la luna. Charly García y María Rosa Yorio, por citar un ejemplo, eran tan pobres que lo escuchaban juntos a través de una doble conexión de auriculares, porque en la pensión de Palermo que habitaban no podían utilizar parlantes.

Dark Side Of The Moon era un disco diseñado sonoramente para auriculares, que en ese momento, 1973, eran un implemento algo novedoso para el uso hogareño; se utilizaban en los estudios de grabación y en la radio pero no en las casas. Con la llegada del rock y su ruido estentóreo, los padres clamaron por el volumen y los auriculares fueron la rama de olivo que devolvió la tranquilidad a los hogares. Pero la aparición del sonido estéreo hizo que hubiera un plus adicional para aquellas almas felices (y pudientes) que se animaran a la experiencia de los auriculares. La idea de poner los dos parlantes al lado de los oídos funcionaba igual de bien, pero se probó impráctica por dos razones: el mueble combinado (con los parlantes incrustados), que era casi una norma en hogares melómanos, y el peso de los parlantes, más la incomodidad de moverlos con sus correspondientes cables.

En 2016 están dadas las condiciones para que aquel viejo rito pueda repetirse en todas sus formas. Pink Floyd anunció la reedición en vinilo de 180 gramos de toda su colección. Hubo dudas al respecto porque algunos títulos habían sido reeditados en vinilo no hace mucho, entre ellos Dark Side Of The Moon. Pero esas fueron brazadas de desesperación ante la resurrección del vinilo, ahora se hará con todas las de la ley. Esto es: discos remasterizados por James Guthrie, el hombre de confianza de Pink Floyd en lo que a sonido concierne, a quienes se le suman los ingenieros Joel Plante y Bernie Grundman. Los vinilos de 180 gramos serán remasterizados especialmente para ese formato y se pondrá especial cuidado en que las portadas respeten (y en algunos casos mejoren) todos los detalles de las originales.

Esto es muy importante porque si hay un grupo que ha puesto cuidado en las imágenes, ese es Pink Floyd. Cada tapa era algo tan esperado como el disco en sí; esto comenzó a suceder cuando apareció Ummagumma en 1969. Se trataba de un disco difícil (quizás el más flojo de la carrera de Floyd), pero cuando se advirtió que la foto de tapa se replicaba en un cuadro en la pared del ambiente donde se tomó la imagen, que a su vez observaba diferencias con la primera foto, y así sucesivamente hasta donde la lupa (y los ojos) alcanzaban a mostrar, los fanáticos fumones fliparon. Cabe consignar que en CD, el efecto es mínimo por cuestiones de tamaño y proporción.

El disco siguiente no los defraudó. Atom Heart Mother es conocido más que por su música, por su portada: es el disco de la vaca. Una sorpresa total en 1970. Storm Thorgersson, el genio que junto a Aubrey Powell creó la firma Hipgnosis, realizadora de las mejores tapas de la historia de la música, harto de las discusiones sobre el concepto gráfico del disco (recordemos que Pink Floyd era una banda donde había tres ex estudiantes de arquitectura), se fue al campo y fotografió la primera vaca que encontró. El bovino fue identificado como Lulubelle III y alegró el final de la grabación ya que bajo su influjo fueron rebautizadas algunas secciones de la prolongada suite “Atom Heart Mother”: “Breasty Milk” (Leche pechosa), “Mother Fore” (Frente materno) y “Funky Dung” (Estiércol oloroso).

Por razones como éstas, se pondrá especial cuidado en todas las impresiones de las tapas de los vinilos de Floyd. Y por otro motivo adicional: Storm Thorgersson, amigo personal de los miembros de la banda desde los tiempos de Cambridge, murió el 18 de abril de 2013 y es tenido en alta estima por todos los fans de Pink Floyd y del rock en general, como un prócer del diseño, que ayudó a que la imaginación cobrara alas en tiempos del vinilo, donde toda la información que un oyente podía recolectar figuraba en la portada.

El desembarco de Pink Floyd en vinilo comenzó el 4 de junio pasado cuando Pink Floyd Records, distribuido a nivel mundial por Warner Brothers, editó los cuatro primeros álbumes de la banda: The Piper At The Gates Of Dawn, A Saucerful Of Secrets, More (soundtrack) y el doble Ummagumma. Estos lanzamientos abarcan el primer período de la carrera de Pink Floyd, y sin dudas el lanzamiento más interesante es el de The Piper At The Gates Of Dawn, porque constituye el legado de Syd Barrett, cuyo mito no para de crecer. La edición de ese primer álbum, sin embargo, deja afuera a dos de las mejores canciones de su autoría: “Arnold Layne” y “See Emily Play”, que además constituyen los hits más conocidos del Pink Floyd psicodélico.

Esto abre un interrogante serio. ¿Cómo se hará para que el consumidor pueda tener todo Pink Floyd remasterizado y en vinilo? No es una pregunta de fácil respuesta, ya que los estudiosos todavía discuten que es lo que constituye la “totalidad” de la discografía de Pink Floyd debido a que hubo lados B que no llegaron a figurar en álbumes ni en compilaciones. Seguramente, aunque no forme parte del listado de “los 15 de buena fe”, una oportuna reedición en vinilo del compilado Relics, aparezca como solución. El anuncio oficial se limita a esos quince álbumes que constituyen el núcleo del átomo floydeano. Y no dice más. Ni siquiera la fecha de lanzamiento de los álbumes siguientes.

Está claro que se trata de una estrategia de marketing; se hace el anuncio y ante el impacto se opta por la frialdad de la cronología para subir la temperatura en foros y espacios de discusión virtuales, donde los fanáticos de Pink Floyd se tiran de las mechas. Ese es el público que va a consumir los vinilos y no la gran masa del pueblo, que probablemente no tenga recursos ni interés en comprar un LP, formato que hoy se ha convertido en un artículo de lujo. Los fanáticos reciben de buen agrado la ortodoxia de la edición cronológica, y Pink Floyd Records mantiene el suspenso sobre cuáles serán los próximos cuatro discos en aparecer. Se corrió la voz de una edición sorpresa de todos los títulos el 29 de julio, pero eso no sucedió.

En cambio, Pink Floyd sorprendió con otro producto: un box-set de dimensiones transatlánticas. Pink Floyd: The Early Years 1965-1972 fue anunciado el lunes pasado con un link a un tráiler en You Tube que dejó a los fanáticos babeando como perros. Son 27 discos, algunos de ellos vinilos de 7 pulgadas, con temas raros, con fotos inéditas, memorabilia y un packaging especial. Se ve un video de excelente calidad con “It Would Be So Nice”, una canción rarísima de Pink Floyd que originalmente apareció en un simple (con “Julia” en el lado B), previa a la edición del segundo álbum. La voz cantante en ese tema la lleva el fallecido Rick Wright.

En uno de los videos se produce un diálogo inusual entre Roger Waters y un periodista:

¿Ustedes hacen música comercial o música no comercial?

–No lo sé, decime vos. Si vendemos discos nuestra música es comercial –responde Waters.

Para mí, hacen música no-comercial.

–Ah, entonces veo que el disco no se está vendiendo.

Otra cosa que agrega interés al elefantiásico box-set, es la restauración de la imagen y el sonido de Pink Floyd Live At Pompeii; es increíble ver como un documental bastante aburrido de la banda tocando en las ruinas de Pompeya en el transcurso de 1972, gana en interés con un audio mejorado y un video cristalino. Y hay algo más, considerado como el Santo Grial de la Congregación Lisérgica: ocho temas que ni siquiera aparecieron en ediciones piratas, que estaban bajo siete candados en el archivo del cineasta John Latham, que grabó a Pink Floyd (con Barrett a bordo) para su película Speak el 20 de octubre de 1967. El arcón también incluye la primera edición oficial de otros tres temas de Syd Barrett, “Vegetable Man” y “Scream Thy Last Scream”, más “In The Beechwoods”, un inédito muy pirateado descartado de A Saucerful Of Secrets. La fecha de edición está prevista para el 11 de noviembre de este año.

Como si esto fuera poco, hay otras ediciones que van por carriles no oficiales. Una de ellas es Pink Floyd: London 1966/1967, grabado originalmente como un documental sobre el “swinging London”: Tonite Let’s All Make Love in London, de Peter Whitehead. Valdrá la pena estar atento y no ensartarse, ya que el vinilo tiene solo un tema por lado: “Interstellar Overdrive” en vivo y “Nick’s Boogie” en el otro. Son grabaciones en estudio, y de las primeras de Pink Floyd, pero solo serán disfrutadas por coleccionistas obsesivos y arqueólogos melómanos.

Hay muchas trampas en todo este asunto: el website de Pink Floyd anuncia la edición de la colección completa en vinilo, pero usa la palabra “together” (junta), sin decir cuándo terminará de suceder este fenómeno paranormal. Otra más: se da por editado The Endless River, que apareció en 2014, y esto acorta las tandas de lanzamientos. Se estima que Dark Side Of The Moon será la joya atesorada que la maquinaria escupirá a último momento. También es probable que la próxima tanda de vinilos a editar sea de tres álbumes: Atom Heart Mother (1970), Meddle (1971), y Obscured By Clouds (1972)

Todo está por verse y gran parte por editarse. La industria ha encontrado en el catálogo la compensación que le permite equilibrarse luego del sacudón que le propinó internet, la venta de música digital y el streaming. Y la vuelta del vinilo arroja un abrigado manto de dudas sobre aquellos que vaticinaron la supremacía final de lo digital por sobre el producto físico. Pero hay sorpresas en el camino, y el caso de Pink Floyd es pródigo en esos imponderables. Una vez más: el sol es eclipsado por la luna.

El nuevo Box set de Pink Floyd que se edita en noviembre.

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