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Domingo, 30 de octubre de 2016
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Entrevista > Tom Zé

APETITO CANÍBAL

Figura genial y original de la música de Brasil, a los ochenta años Tom Zé sigue siendo un universo sonoro en sí mismo. Multiinstrumentista, compositor, arreglador, miembro fundador del Tropicalismo y, además, jardinero. Antes de presentarse en Buenos Aires, una década después de su última visita, en esta entrevista recuerda serenatas en la madrugada de su pueblo natal de Irará, evoca una obra clave en su discografía como Estudando o samba, cuenta sobre su trabajo con David Byrne y se pregunta si, de una vez por todas, podrá hacerse de los discos de Eduardo Mateo y Martín Buscaglia.

Por Juan Ignacio Babino
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Los ojos. Esos ojos. O, en realidad, no eso, sino otra cosa: la mirada. Loca, chiflada, una que adora la vitalidad. Porque –si se mira con cierta atención alguna foto más o menos actual– esa sensación es la que da la de Tom Zé, que cuenta que ahora, desde la ventana de su casa, mira: el jardín, el suyo, ese que cuida desde los años setenta; allí, en pleno San Pablo.

Antônio José Santana Martins nació hace ochenta años –para ser exactos, apenas un poco más, su fecha de nacimiento es el 11 de octubre– en Irará, estado de Bahía. Tuvo una infancia ciertamente acomodada gracias a un boleto de lotería que ganó la familia y su padre tenía una gran tienda de telas –sino la única– en la ciudad; y esa fue, de alguna manera, la primera educación sentimental: el registro oral, las formas antiguas y tan propias del lugar en que hablaban los viajeros ocasionales, los clientes. “Mi padre era un comerciante y nosotros, especialmente yo, que soy el hijo mayor, estaba dedicado a trabajar en la tienda. Y el lenguaje de la gente del campo era otro y los niños aprenden idiomas con facilidad. Luego, cuando leí a Guimaraes Rosa vi que el lenguaje utilizado por él era igual a lo que yo había aprendido en el mostrador de la tienda. Sólo había escuela primaria en Irará, así que la secundaria la llevé a cabo en Salvador”.

Sin electricidad, sin televisión, con poca radio –su familia era una de las pocas en el pueblo que contaban con una–. Así cuenta que fueron aquellos primeros años en los que construyó una relación vital, física con ese ambiente. “Recuerdo que al menos una vez al mes, cuando la luna estaba llena, yo, Agnaldo, Ze Maia, Padre Quincas esperábamos medianoche para empezar una serenata. Hacíamos esto y cantábamos cerca de las ventanas de las chicas de Irará”. Y agrega: “En las vísperas de la fiesta de la Patrona, Nuestra Señora de la Concepción de Campos de Irará, la banda de música de la ciudad hacía una cosa, un recorrido que ellos llaman ‘matinata’: iban pasando por la calle tocando piezas bien suaves y la gente se despertaba, mirando como si estuvieran en el cielo”.

Hizo la escuela secundaria en Salvador y allí siguió estudiando música: “Me interesé en el estudio de la guitarra, y como yo era un muy mal músico, un pésimo cantante y pésimo compositor de cosas convencionales, simplemente terminé haciendo una especie de ‘periodismo cantado’ con los personajes y eventos y cosas de la ciudad”.

¿Podría explicar que es ese “periodismo cantado” –la “imprensa cantada”— con que caracteriza varias de sus canciones?

–El canto puede ser para lo contemplativo o para lo cognitivo. Como yo no tenía pathos de cantor, de cantante dramático, acabé especializándome en mantener al oyente atento con historias que se referían a sus vecinos, su ciudad, sus conocidos. Para mí, el canto es eso. Esas canciones-reportajes quedaron durante cierto tiempo bajo el techo del tropicalismo. Después Caetano insistió para que yo me mudara para São Paulo y aquí, en esta ciudad, yo hice un primer disco narrando hechos y acontecimientos de la metrópolis, que en aquel tiempo salía de la Edad Media hacia la época moderna.

Entiendo que le gustan las palabras de por sí, el texto, sus sonidos. ¿Tiene algunas palabras brasileras que sean de su preferencia, que le gustan sólo por cómo suenan?

–Los indios aquí en Sao Paulo tenían nombres que luego también fueron adoptados por los parques públicos: Anhangabaú, Itaquaquecetuba, Pindorama. Es curioso cómo ellos, los indios, tenían ese gusto por los sonidos.

Hacia comienzos de 1960 empezó a estudiar en la Universidad de Música de Bahía y pasó largo tiempo dedicado al conocimiento de la música clásica y erudita –tuvo como profesores a algunos de los nombres más importantes de la música de vanguardia de Brasil de esa época; entre otros, los suizos Ernst Widmer y Walter Smetak–. Y es allí que puede encontrarse una punta desde la cual empezar a entender a Tom Zé: un músico híper formado en las formas y rigurosidades clásicas y maravillado con las tonadas nordestinas y las conversaciones que podía orejear acodado en la tienda de su padre.

TROPICALISMO Y DESPUÉS

Hacia 1968 –junto a Caetano Veloso, Gilberto Gil, Nara Leão, Os Mutantes, Gal Costa, Rogério Duprat, el poeta Torquato Neto– fue miembro fundante del Tropicalismo y participó, claro, de su disco-manifiesto colectivo: Ou panis et circencis. Y si bien en su rol dentro de aquel movimiento, la historia lo ubica un tanto al costado, tal como aparece en la portada del disco, cierto es que a la distancia y después de casi un treintena de discos oficiales –sin contar las ediciones extranjeras y varios compilados– Tom Zé resultó el más tropicalista de todos ellos. Por caso, el propio Veloso ha dicho: “Sus discos experimentales de los años 70 son mejores que cualquier otro disco del tropicalismo. Zé es una de las mentes más brillantes de la música popular brasileña”. Hacia fines del año pasado O Globo publicó una larga y riquísima entrevista que el propio Zé les hace a Caetano Veloso y Gilberto Gil. Allí, por ejemplo, confiesa a ambos que buena parte del histórico show Barra 69 –el último recital antes de que Veloso y Gil se exiliaran– no lo vio porque estaba fuera del teatro mirando la llegada del hombre a la luna.

Aquel año, además, editó su primer disco solista Grande Liquidação. En las notas del disco –costumbre que sigue llevando a cabo: parrafadas largas que acompañan canciones, conceptos de sus discos– escribió: “la alternativa es falsa para quien no acepta la juventud contrapuesta a la brasilidad (No interesa la connotación que prestan a la primera palabra), (...) aquí, en esta sobremesa de negro pastel relleno con versos musicados y venenosos, yo les devuelvo la imagen (...) la sociedad va a tener un dolor de barriga moral.”

A partir de allí su discografía arborece, puebla mil rincones. Hay algo en la música, en las composiciones de Tom Zé que resultan inasibles: como si, al momento justo de aprehenderlas, se escurrieran como agua entre los dedos y todo volviera a empezar: psicodélico, folclórico, ciertamente rockero –y beatle–, nordestino, acústico, contemporáneo, ruidoso, con formas y sin ellas. Irónico, humorístico, oscuro. Por eso, el más tropicalista de todos: porque absorbió con apetito caníbal cada una de las cosas y construyó una obra única. En definitiva: una música brasilera en diálogo universal. Todo ello de manera oblicua, como él mismo tituló de manera para nada inocente ese gran disco de 1998 Con defeito de fabricação (Con defecto de fabricación), donde encara la cuestión primer/tercer mundo: “aquí revelamos algunos defectos como crear, pensar, bailar, soñar; defectos muy peligroso para el Patrono Primer Mundo. A sus ojos, cuando nosotros practicamos esas cosas somos androides con defectos de fabricación”. Quizás una pista, una manera de rastrear definiciones y modos de acercamiento a su obra sea a través de algunos de los títulos de sus discos: Gran Liquidación (1968), Tropicália Residuo Lógico (2012), Perro abandonado en la vía láctea (2014) y el reciente Canciones de cuna eróticas, aún inédito en Argentina.

MODELO PARA (DES)ARMAR

Volver sobre varios de esos discos puede ser una tarea tan fascinante como abrumadora, siempre gozosa. Y allí encontrarse con sonidos nordestinos como “O Abacaxi de Irará” y la exquisita “Xique Xique” (de alguna manera, mascarón de proa de su vínculo con el sello de David Byrne, Luaka Bop), una preciosura como “Iracema” –con esos modos en la guitarra tan lindante a Eduardo Mateo–, las deformidades de “Cademar” y “Um oh e um ah!” (con su video más deforme aún, estrenado veinte años después) y también con un disco como Vira lata na vía látea donde se carga participaciones como las de Milton Nascimiento, Caetano, el rapero Criolo, la súper orquesta Trupe Chá de Boldo, el genial guitarrista Kiko Dinucci: puntas históricas y actuales de la música popular brasilera. De alguna manera su trazo siempre fue, al mismo tiempo, en paralelo y en lejanía a Caetano y Gil, por citar los dos faros de la música brasileña, al menos desde la década del ‘60 en adelante.

En “Complexo de épico”, del disco Todos os olhos (1973), canta: “todo compositor brasilero es un acomplejado, ¿por qué entonces esta maldita manía/ esta preocupación/ de hablar tan serio, de parecer tan serio/ sonreír tan serio, de llorar tan serio/ de jugar tan serio, de amar tan serio/ ¡Oh Dios mío, vas a ser tan serio en el infierno!”

Aún hoy sigue siendo una figura de culto dentro y fuera de Brasil y se adelantó años luz a lo que hoy se conoce como world music. Pero no fue sino hasta principios de los noventa que el resto del mundo empezó a conocer los discos de este hombre loco y genial. Eso hizo David Byrne: la historia cuenta que en 1986 el ex Talking Heads, buscando compilados de música brasilera en San Pablo, se hizo del disco Estudando o samba (1976) ignorando por completo a su autor. Y cuando, a su vuelta, en Nueva York lo escuchó, quedó deslumbrado. Y a través de su sello Luaka Bop comenzó a editarlo, no sólo fuera de Brasil sino desde Nueva York. “En un momento de la grabación, me di cuenta de que todas las canciones del disco eran sambas. Así que tuve la idea de hacer un primer disco temático. La palabra ‘estudiar’ en la música clásica es muy sofisticada; pero aquí, en Brasil, en la música popular pasó sin mucho estallido. Pero fue gracias a la portada de este disco, donde puse una especie de anzuelo –en realidad son sogas y alambres de púa– para ver si algún pescador desprevenido me atrapaba o fisgaba por casualidad. Y David Byrne, que sintió curiosidad al ver ese diseño y ese dibujo en el inferior de la tapa, se preguntó: ¿qué diablos es este álbum? ¿De qué trata? ¡Y me volvió pesca!”

De allí a Nueva York –donde vivió un buen tiempo– y de Nueva York al mundo. Pero antes, durante y después de toda la cuestión Zé siguió haciendo lo que mejor hizo y hace; dibujar para siempre, en el corazón de la noche bahiana o nordestina o paulistana, alguna melodía suya: primermundista, tercermundista, brasilera, tropical, latinoamericana, universal. Y la búsqueda permanente: ahora mismo pregunta si en Buenos Aires podrá conseguir discos de Eduardo Mateo y Martín Buscaglia a quienes “nunca escuchó, pero me han hablado mucho de ellos”.

¿Qué tan cierto es eso de que, al momento de la propuesta de David Byrne, estaba a punto de irse a trabajar a una estación de servicio?

–Bueno, eso era lo que estaba previsto. Neusa (su mujer y representante) que trabajaba en el Servicio Social de la Industria, SESI, iba a pasarse a la rama de Feira de Santana, que está muy cerca de Irará. Allí, me hubiera gustado estar en la estación de servicio de mi prima Deguinha.

Quizá no haya mejor definición de su obra que la que él mismo canta en “Tô”, de Estudando o samba: “Estoy bien abajo para poder subir, estoy bien arriba para poder caer, estoy estudiando para saber ignorar, estoy explicando para confundir, estoy confundiendo para poder aclarar, iluminando para poder cegar, me estoy quedando ciego para poder guiar.”

Tom Zé se presenta hoy, domingo 30, a las 20, en la Usina del Arte, Caffarena 1, CABA. Entradas gratuitas, se retiran desde 2 horas antes en la boletería del lugar.

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