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Domingo, 29 de febrero de 2004
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Música

Tango04

Desde ayer y hasta el 7 de marzo, se celebra en la Capital el sexto Festival Buenos Aires Tango. De nombres reconocidos como Leopoldo Federico, Gerardo Gandini y Rodolfo Mederos a otros injustamente poco conocidos como Gustavo Beytelmann y joyas como la presentación solista de José Colángelo, pasando por Daniel Melingo, Fernando Samalea, clases gratuitas y decenas de milongas en toda la ciudad, la oferta es enorme. A continuación, una guía para ubicarse entre caras conocidas, caras nuevas y caras extrañas.

Por Pablo Gianera

Más allá de la espectacularidad numérica que exhibe el sexto Festival Buenos Aires Tango (volumen de conciertos, cantidad de escenarios y músicos), hay una cifra que admite leerse en clave de síntoma o indicio: dos de cada tres músicos de esta edición no participaron en la anterior. En principio, el dato implica que dos tercios de los músicos que tocarán durante la semana que dura el Festival emergieron en un año. O bien que el número de intérpretes de tango es tan vasto que un festival no alcanza para dar cuenta de ellos. O tal vez las dos cosas. Cualquiera sea la respuesta, lo evidente es que si para algo sirven los festivales de música, independientemente de su grado de masividad, es para otorgarle mayor visibilidad a ciertos músicos que de lo contrario circularían de manera secreta o entre grupos de iniciados. El Festival convoca a figuras históricas del género y a nuevos compositores, intérpretes y letristas, inscriptos todos en el “tango para ser escuchado”, pero, como en las ediciones anteriores, vuelve a abrir –en una decisión que recupera tanto los orígenes del género como su función social en los carnavales y los bailes de los cuarenta– un espacio generoso a la milonga (habrá en total más de una decena, a lo que se agregan las clases gratuitas en casi todos los barrios y el II Campeonato Metropolitano de Tango Salón). Entre lo que se escucha y lo que se baila, el resultado, ajeno la cristalización turística de la postal for export, será una instantánea bastante precisa de lo que está pasando y, claro, de lo que vendrá.

La información completa sobre los horarios de las clases y las milongas puede consultarse en el sitio: www.festivaldetango.com.ar

El hombre del piano

José Colángelo, el hombre que ha acompañado al piano a Julio Sosa, Aníbal Troilo y Roberto Goyeneche, se presenta a solas.

Astor Pizzolla sospechaba que el sonido de Aníbal Troilo era un invento de Orlando Goñi y Kicho Díaz. Para hablar del pianista José Colángelo podría sustituirse uno de los términos y decir que es un derivado de Goñi y Horacio Salgán, conjunción a la que habría que agregar el antecedente, insoslayable, de la intervención en “Los solistas del Tango”, conjunto que dirigía Reinaldo Richele y que tenía como arreglador al tan postergado como brillante Eduardo Rovira. Como a muchos otros músicos de tango, la música de Colángelo empezó a jugarse en la función instrumental de las orquestas, hasta que llegó su incorporación, que iría de 1962 a 1964, al conjunto de Leopoldo Federico y Julio Sosa. La participación en la orquesta de Federico –y sobre todo el contacto con Osvaldo Montes y Juan José Mosalini– le permitió empezar a precipitar un estilo propio y reconocible. Desde ahí, Colángelo entró (en reemplazo de Osvaldo Berlingeri) a la orquesta de Aníbal Troilo, y fue su último pianista. Es imposible dar cuenta de los cantantes a los que, desde 1967 y con distintas formaciones, acompañó Colángelo, pero no pueden omitirse los nombres de Roberto Goyeneche, Alberto Marino, Mario Bustos, Héctor Maure, Carmen Duval y Susana Rinaldi. Hacia 1970 forma una de sus mejores agrupaciones: el cuarteto que completaban Néstor Marconi, Omar Murtagh y Aníbal Arias. Desprovisto del apoyo de una orquesta y sin la función servil de acompañar a un cantante, Colángelo tocará en el ciclo Solo Piano, en el que están programados también Lito Vitale, Emilio de la Peña, Sonia Possetti y Nicolás Ledesma.
Jueves a las 19 en la Fundación “La Casa del Tango”, Guardia Vieja 4049.

 

Solo y bien acompañado

Gustavo Beytelmann, uno de los secretos del tango que el mundo ya descubrió hace rato, pero Buenos Aires no.

Referente de la música argentina en Europa, pero mal conocido y poco transitado en Buenos Aires, Gustavo Beytelmann es el músico que le faltaba a la escena del tango. Pianista y compositor, Beytelmann nació en Venado Tuerto en 1945, estudió con Francisco Kröpfl y está radicado en París desde 1976, donde comenzó a trabajar el repertorio tanguístico con arreglos electroacústicos. Fue pianista de Astor Piazzolla durante su gira europea de 1977 y, entre 1981 y 1992, trabajó centralmente con el trío Mosalini-Beytelmann-Caratini. Además de ser director del departamento de Tango en la Universidad de Rotterdam, Beytelmann escribió la música de más de cuarenta películas (entre ellas la de Quebracho, de Ricardo Wullicher). Lejos de Tango, otra mirada –programa que presentó el año pasado en el Teatro San Martín y que articulaba la ejecución en vivo con arreglos de música electroacústica realizados en el Laboratorio de Investigación y Producción Musical del Centro Recoleta–, Beytelmann presentará mañana en el Teatro Colón su CD Bien compadre con la Orquesta Escuela de Tango dirigida por Emilio Balcarce y los cantantes Jesús Hidalgo y Noelia Moncada. El viernes, en cambio, se lo podrá escuchar, sin el amparo de la orquesta, en su rol de solista.
Lunes a las 20.30 en el Teatro Colón.
Viernes a las 19 en la Fundación “La Casa del Tango”, Guardia Vieja 4049.

 

Baila conmigo

Rodolfo Mederos estrena orquesta típica propia, y con dos invitados de lujo: Rubén Juárez y Luis Salinas.

Es posible que Rodolfo Mederos sea uno de los bandoneonistas más flexibles de la escena tanguística y, a la vez, sin incurrir en ninguna contradicción, uno de los más reconocibles y coherentes. Con un lenguaje propio y original trabajado entre la vanguardia y la tradición, Mederos usó el tango como base de operaciones para aventurarse en otras zonas de la música instrumental –aunque no solamente– de Buenos Aires: el rock y el jazz. En esa búsqueda, que lleva ya casi cuatro décadas, se inscriben su tarea como arreglador de la orquesta de Osvaldo Pugliese entre 1969 y 1974 y, más cerca, su grupo Generación 0 (del que participó también el bandoneonista Daniel Binelli), hasta la colaboración con el pianista y director Daniel Barenboim en sus incursiones laterales por el tango, pasando por su intervención en el primer disco del grupo Almendra de Luis Alberto Spinetta y la composición de la música para varias películas (Crecer de golpe, de Sergio Renán; Happy End, de Simón Feldman; Después de la tormenta, de Tristán Bauer; y, sobre todo, Las veredas de Saturno, de Hugo Santiago, donde también actuó). A esa búsqueda le faltaba un único eslabón: la orquesta típica propia. La ocasión y la novedad de descubrir a un Mederos “bailable” llegarán con el comienzo del cierre del Festival, cuando en la avenida Corrientes se instale una milonga en la que bailarán los campeones mundiales de tango de la edición anterior. La milonga tendrá además el atractivo extra de la presentación de Rubén Juárez con el guitarrista Luis Salinas. En el dúo con el bandoneonista y cantante, Salinas, hábil en vulnerar las fronteras de los géneros, desplegará ese virtuosismo técnico que le permite rodar, con la facilidad y felicidad de la improvisación, de la zamba al be-bop y de ahí a El día que me quieras.
Sábado a las 21, avenida Corrientes
entre Uruguay y Montevideo.

 

El cruce

Omar Mollo y Fernando Samalea: dos formas de hacer dialogar al tango con otros géneros.
Omar Mollo, creador del grupo M.A.M. y hermano del líder de Divididos, Ricardo Mollo, suele repetir que en los recitales de rock el público le pedía que cantara tangos. Más allá de los diálogos posibles entre diferentes géneros –y de los nuevos modos de circulación que este diálogo procrea–, el rock argentino y el tango parecen compartir en el imaginario del público una pertenencia común a la incierta zona de la música urbana y aun barrial. Es precisamente en esa zona donde se instala Mollo. Con un disco editado, Omar Mollo Tango (de fines del 2002), sus tentativas tienen menos que ver con la composición que con la recreación del repertorio clásico: La última curda, María, Yira, Yira, Naranjo en flor, Sur, Nada. Distinto es el caso del bandoneonista y baterista Fernando Samalea. Aunque la procedencia es similar (fue entre otras cosas baterista de Charly García), Samalea trabaja en la huidiza constelación de la fusión y trae al tango timbres y colores inesperados: jazz, rock, flamenco, música oriental y electrónica. Para darse una idea de la ductilidad con que Samalea se ajusta a distintos contextos, basta el censo de algunos de los músicos con los que tocó –como baterista o bandoneonista– durante las décadas del ochenta y del noventa: Charly García, Andrés Calamaro, Illya Kuryaki & The Valderramas, Metrópoli, Clap, Daniel Melingo, Man Ray, Willy Crook, además de su Samalea-Kabusacki-García trío, sin contar los dos volúmenes, en colaboración con María Gabriela Epumer, del Montecarlo Jazz Ensamble que, pensado como un homenaje a las comunidades aborígenes sudamericanas, reunió a figuras tan diversas como Fats Fernández, Jorge Navarro, Horacio Ferrer, Horacio Minicillo y Dante Spinetta. Hay músicos que parten de una tradición para producir, con mayor o menor éxito, aleaciones con otros géneros. Con las evidentes diferencias que los separan, Mollo y Samalea comparten un gesto común: la idea de transitar el camino inverso y concebir el tango como punto de llegada antes que como matriz.
Omar Mollo: el martes a las 22 en el Teatro Regio, Av. Córdoba 6056, y el viernes a las 22 en el Centro Cultural Torquato Tasso, Defensa 1575. Fernando Samalea: el lunes a las 21, en el Club del Vino, Cabrera 4737.

 

Siempre se vuelve al primer amor

Daniel Melingo o cómo volver de Los Twist a Gardel.

Por dónde pasa la diagonal que lleva de Los Twist a Enrique Cadícamo? ¿Y del funk a Carlos de la Púa? Más allá –o más acá– de las tentativas y experimentos de la fusión, esa línea pasa tal vez por la voz de Daniel Melingo. Después de haber formado parte, en la década del ochenta, de Los Abuelos de la Nada y del Miguel Abuelo Trío, después de haber compuesto Cleopatra, después de haber creado Lions in Love en Europa, Melingo desertó del rock y atisbó que su futuro musical apuntaba al tango. Pero en realidad la cronología es inversa: primero fue el tango y después llegó el rock, de modo que el giro de Melingo se parece menos a una ruptura que a un retorno. En el principio, un dato nada desdeñable: su padrastro –manager de Edmundo Rivero– le regaló un bandoneón. Por esa misma época, cuando tenía quince años, proliferaban en su discoteca, todavía iniciática, los discos de Carlos Gardel. Resulta natural entonces que los referentes musicales de Melingo dentro del género omitan el modelo orquestal de los cuarenta y abreven directamente en el tango-canción. Es decir: natural porque elige minuciosamente el repertorio en función de la letrística (esa línea marginal que une a Celedonio Flores y Julián Centeya), pero no porque cultive el dramatismo y la métrica gardelianas. Sus discos Tangos bajos y Ufa! muestran la marca inconfundible de Melingo: una preocupación por el fraseo y un modo indolente, casi desganado, de contar el episodio, la breve historia de cada tango.
Miércoles a las 21 en el Club del Vino, Cabrera 4737.

 

Música clásica

Víctor Hugo Morales programó un ciclo sobre música popular y tradición escrita. Inauguran: Gerardo Gandini, Sonia Ursini y el trío de Juan D’Argenton.

Animador de la escena musical a través de su tarea radial y oyente atento del tango y de esa música que por facilidad se llama clásica, Víctor Hugo Morales es el programador de un ciclo que, en días consecutivos, apunta a poner en primer plano el tráfico entre la música popular y cierto tratamiento propio de la tradición escrita. Con indudable acierto, la propuesta tiene menos que ver con la profusión sinfónica que con la intimidad de las formaciones camarísticas. En el primero de los encuentros, el pianista Gerardo Gandini recorrerá sus postangos. La primera incursión de Gandini en el tango se remonta a 1989, cuando integró el sexteto de Astor Piazzolla y realizó con esa formación, la última del bandoneonista, más de cien conciertos. Desde 1996, año de grabación del primer volumen de Postangos, hasta ahora, con la edición, el año pasado,del segundo registrado en vivo en Rosario, la apuesta de Gandini fue siempre fuerte: improvisaciones sobre tangos clásicos de Carlos Gardel, Juan Carlos Cobián, Angel Villoldo y Mariano Mores. Las improvisaciones de Gandini parten de elementos típicos y reconocibles del tango, pero los desmonta, los fragmenta con una rigurosa lógica que elude toda gestualidad. Menos extremo, el encuentro entre la cantante y pianista Sonia Ursini –colaboradora frecuente de Salgán y autora de una biografía del músico– y el trío del bandoneonista Juan D’Argenton tiene el atractivo de la interacción entre dos modos diversos de acercarse al género: de un lado, la formación clásica de Ursini (estudió en el Instituto Superior de Música de la Universidad del Litoral); del otro, la tendencia a la improvisación, herencia del paso por el Berklee College of Music de Boston, de D’Argenton, uno de los protagonistas de los nuevos aires jazzísticos de la generación que surgió en los años ochenta formada en el jazz-rock y en las renovaciones armónicas desarrolladas en los sesenta.
Martes y miércoles a las 18.30 en el Salón Dorado de la Casa de la Cultura, Av. de Mayo 575.

 

Federico el Grande

Leopoldo Federico en el Colón

El tango fue un género poco propenso a la renovación y las mutaciones. Por lo menos hasta 1955, cuando Astor Piazzolla creó, después de descubrir en París el octeto del saxofonista Gerry Mulligan, el Octeto Buenos Aires. Leopoldo Federico, que había pasado ya por las orquestas de Alfredo Gobbi y Osmar Maderna, fue uno de los integrantes de esa agrupación crucial en la música argentina del siglo pasado (los otros eran Enrique Mario Franchini, Hugo Baralis, José Bragato, Atilio Stamponi, Horacio Malvicino y Juan Vasallo), y transitó desde entonces una eficaz intersección entre el cambio y la tradición. Uno de los momentos centrales en la trayectoria de Federico llegaría sin embargo más tarde, en 1959, cuando formó su propia orquesta, grabó su primer disco, y conoció a Julio Sosa, con quien registró 64 canciones. Aunque menos profusa y contundente, su tarea como compositor es igualmente relevante. Temas como Bandola zurdo, Capricho otoñal, Cabulero (rebautizado por Piazzolla como Neotango), Éramos tan jóvenes y Sentimental y canyengue, que fue recuperado y grabado por las orquestas de Horacio Salgán y Osvaldo Pugliese, se inscriben en el repertorio del género y bordean esa categoría que en jazz se define como standard. Como Aníbal Troilo primero, y como Piazzolla después, Leopoldo Federico, en plena madurez musical, tocará ahora en el Teatro Colón con su orquesta –que cumple 45 años– y el cantante Carlos Gari. El repertorio repasará tangos propios y ajenos de distintas épocas: Milonguero viejo, El abrojito, La Beba, El Pollo Ricardo, Naranjo en flor, La última curda, Sueño de tango, Al galope, Hiroko en Buenos Aires, Retrato de Ahumada, Éramos tan jóvenes –estos últimos cuatro del propio Federico–, La cumparsita y Adiós Nonino, tema del que, según Piazzolla, Federico había dado, aparte de la propia, la versión más notable; probablemente por la misma afinidad que le hizo decir, a propósito de Pedro y Pedro (dedicado a Maffia y Laurenz, otros dos ejes en la evolución del bandoneón): “El tema éste es bastante difícil para tocarlo en el bandoneón. Se lo voy a mandar al gordo Federico que es el único que lo va a poder tocar”.
Sábado a las 19.30 en el Teatro Colón, Libertad 621.

 

 

 

 

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