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Domingo, 29 de febrero de 2004
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PUNCH > Volteando pesos pesados

Estoy verde

Académico célebre y autor de best sellers eruditos, Harold Bloom enfrenta ahora una inesperada fama de depredador sexual: una ex estudiante de Yale lo acusa de haberla manoseado una borrosa noche de 1983.

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El 24 de febrero, Naomi Wolf se pasó el día comentando por teléfono la nota de tapa de la última edición de la revista New York. Allí acusaba al profesor de literatura Harold Bloom de haberle apoyado una “mano pesada y sin huesos” en la cara interna de uno de sus muslos en 1983, cuando ella estudiaba en la universidad de Yale, y describía a Yale como un lugar donde la “presión” sexual es tolerada y los estudiantes siguen teniendo miedo de dar a conocer ese tipo de experiencias. En ese momento, Wolf no pensó ir mucho más lejos. “No con el profesor Bloom, por Dios”, dice con algún temblor en la voz. “Ahora hice lo que tenía que hacer por el bien de mi propia conciencia... El verdadero problema aquí es el modo en que en Yale se silencia a las mujeres víctimas de acoso o de abuso”.
La noche anterior, Wolf ya había sido entrevistada en la CNN, la misma pantalla en la que Harold Bloom apareció luego involuntariamente, cuando las cámaras de la cadena lo sorprendieron, visiblemente contrariado, mientras cerraba la puerta de su casa de New Haven. Bloom desistió de hacer declaraciones, pero fuentes de su entorno aseguran que está sumamente perturbado.
“Esto no es divertido”, dijo Wolf. “Me embarqué en un asunto como éste porque es mi deber para con las mujeres jóvenes”, argumentó, y añadió que muchas jóvenes suelen acercársele para contarle historias de acoso sexual, que esa misma mañana recibió un inquietante e-mail en el que una estudiante de Yale aseguraba haber sido drogada y violada por su consejero universitario y que esa alumna sabía de otra joven que había sido violada por un perpetrador –no por Bloom– que, tras recibir sólo “una reprimenda”, no tardó en volver a las andadas.
Confiado en que la celebridad de Wolf, así como la de su supuesto abusador sexual, distraerían a los lectores del hecho de que ni Wolf ni la revista New York hicieron el menor esfuerzo por rastrear otras fuentes que confirmaran el comportamiento sexualmente inapropiado de Bloom con alguna alumna, el artículo desplazó a Bloom de su lugar de autoridad en Shakespeare y de best seller y lo convirtió en un depredador sexual. La revista no le ofreció un espacio para responder a las acusaciones y, en vez de encargar una investigación imparcial, prefirió delegar la nota en la misma Wolf, en un estilo donde la evocación personal se mezcla con el registro periodístico.
En 1997, sin embargo, Wolf publicó una crónica autobiográfica, Promiscuidades, en la que daba una versión de los hechos que difiere de la que difundió la revista New York. Allí Bloom es el “doctor Johnson”, un profesor visitante neocelandés, especialista en literatura colonial y poscolonial, que va a comer a casa de Wolf “una vez que confirma que las dos compañeras con las que comparte la vivienda han salido”. Según la versión de New York, cenaron los cuatro juntos y recién después las compañeras se fueron. Luego Wolf le mostró un manuscrito con sus poemas. En Promiscuidades, Wolf dice que después de que su profesor le apoyó una mano en la pierna, se fue al baño a vomitar, “asqueada y borracha”. En el artículo de New York se limita a decir que “me encontré vomitando”. “Estoy segura de que la borrachera y el shock fueron igualmente responsables de la situación”, dijo Wolf. “He tratado de ser completamente sincera en cuanto a mis responsabilidades”. La afirmación no deja de sorprender, dado que Wolf, en el artículo de la revista, no dice una sola palabra de la borrachera.
Según fuentes cercanas a Bloom, Wolf pasó entonces al menos una vez por lo de su profesor y le dejó un poema erótico para que lo leyera. “Por Dios”, dijo Wolf: “En aquel entonces algunos de mis poemas eran picantes y eróticos. Otros eran sobre la Biblia y los mitos griegos. Estoy segura de que les di a leer mis poemas a todos los que por entonces eran mis mentores en el campo de la poesía. Le di el mismo manuscrito a John Hollander”, otro profesor de Yale que entonces era su consejero. (Consultado por la prensa, Hollander se limitó a decir que recordaba a Wolf “como una estudiante talentosa e interesante, pero no leí nada de lo que escribió después”.)
“Ciertamente no estuve en casa del señor Bloom varias veces”, dijo Wolf. “No lo conocía bien. Lo admiraba. En Yale yo era muy conocida por mi poesía; era lo que más en serio me tomaba”. Pero ¿dejó su manuscrito en casa de Bloom o no? “Recuerdo que dejé un manuscrito con poemas en la oficina del departamento de Inglés”, dijo Wolf. ¿Luego de la noche del acoso? “Sí”, dijo. “Es lo que recuerdo. Me cuesta pensar que pude habérselo dejado en su casa. Tengan en cuenta que todo esto sucedió hace 20 años”.
Fuentes que conocieron a Wolf y a Bloom a principios de los ‘80 afirman que Wolf disfrutaba mucho de su relación con el eminente profesor. “Era una relación muy cordial”, dijo Wolf. “Me regocijaba el interés que demostraba por mi trabajo. Estaba completamente entusiasmada. Yo era una poeta joven, y él era el hombre más brillante de Yale. Estaba encantada”. Tal vez ésa sea la clave de todo el asunto. En Promiscuidades, Wolf escribe que darle a Bloom el manuscrito con sus poemas fue “el regalo más importante que jamás le haya dado a un hombre”. Así, leyendo entre líneas el artículo de la revista New York, otra historia empieza a aparecer: la historia de una joven aspirante a poeta que piensa, veinte años después, que un desafortunado encuentro con un profesor al que reverenciaba bloqueó su camino hacia un brillante futuro literario.
“Es interesante que lo mencione”, dijo Wolf. “Después de eso nunca volví a escribir un poema”.

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