Imprimir|Regresar a la nota
Domingo, 27 de junio de 2004
logo radar
Cine

El agujero de Ozon

Después de Ocho mujeres, François Ozon vuelve a la escena del crimen: una casa en la campiña francesa, un crimen y –esta vez– sólo dos mujeres. Y sigue construyendo atmósferas perfectas, bajo las que desnuda a Charlotte Rampling y a su musa Ludivine Sagnier; sin embargo, hay algo que no cierra.

/fotos/radar/20040627/notas_r/ozono.jpg
POR MARIANO KAIRUZ

Hay una pequeña anécdota que François Ozon cuenta a veces, cuando le preguntan sobre la construcción de una de las dos protagonistas de su nueva película. Las personas sobre las que dio forma a Sarah Morton, escritora de novelas de misterio, son más bien evidentes: son las British Dames del género, Ruth Rendell, P.D. James, Agatha Christie. La novelista es presentada con absoluta precisión en una breve escena del comienzo, en la que Morton, casi sin inmutarse –aunque con un ligero gesto de fastidio–, le dice a la mujer que se encuentra sentada frente a ella en el vagón de un subte y que (libro con foto en mano) la reconoce, que no, que no es quien ella cree, que la está confundiendo con otra. Ozon cuenta su anécdota porque, dice, la historia le causa algo de gracia. Antes de empezar a filmar, había decidido enviarle su guión nada menos que a Rendell, pidiéndole que imaginara cómo debía ser el libro con el que la exitosa Morton superara su bloqueo. “¡Pero qué descaro!”, o algo así, le contestó por correo la Rendell, convencida de que el director le estaba proponiendo que hiciera una novelización de su guión. “Nunca necesité la ayuda de nadie para escribir”, le habría escrito también. Ozon le contó esto a Charlotte Rampling, a quien ya había filmado (a quien ya había desnudado) en Bajo la arena y a quien volvería a filmar entonces (y a quien volvería a desnudar) en la piel de Morton. A Rampling todo el asunto le resultó divertido y le dijo al director que así, exactamente, era como ella creía que Sarah Morton hubiera reaccionado ante semejante solicitud.
Ozon venía de tener su éxito más resonante con Ocho mujeres, el whodunnit colorido y musical todo-y-todas-en-una-sola-casa en el que revolcó a Fanny Ardant y Catherine Deneuve sobre el piso ante la mirada de otras “divas” menores del cine francés. Con Swimming Pool (coescrita por Emmanuéle Bernheim, colaborador en el guión de Bajo la arena), Ozon procedió a hacer algo más chico, más “serio”, más erótico, y cargó todo el peso en sólo dos mujeres. Lo cual no significó ir a menos. Porque una era la Rampling, cuya imagen desnuda, juvenil y lozanísima fue la que recorrió el mundo a la hora de promocionar Portero de noche, treinta años atrás, y ahora, a los casi sesenta años, se manda un desnudo frontal completo, una vez más. Y la otra era Ludivine Sagnier, su pequeña musa, su ninfa de veintitrés, la menuda e impactante bomba sexual con la que ya trabajó en Gotas que caen sobre rocas calientes y en Ocho mujeres, y a cuyo hipnótico topless junto a la swimming pool, junto a La piscina (el título con que esta semana se estrena por acá), convierte definitivamente en uno de los protagonistas de su película.
Y no es que la premisa argumental de La piscina no fuera suficientemente atractiva: Sarah es enviada por John, su editor (Charles Dance), a su notable chateâu en el sur de Francia, con la esperanza de que allí encuentre la tranquilidad y la inspiración necesarias para poder entregarle un nuevo tomo de la serie detectivesca que le dio cierta fama a ella y bastante dinero a ambos. A Sarah le gusta la idea y además resulta que funciona: ni bien se instala ya está tecleando fluidamente en su laptop. Pero es muy poco después que llega, sin aviso y en medio de la noche, Julie, anunciándose como la hija francesa de John, de la cual él nunca le había dicho palabra. A pesar de que pactan mutua e informalmente no entrometerse ni desordenar la vida de la otra mientras deban convivir, Julie lleva un amante distinto cada noche, tiene sexo del tipo más bien ruidoso y anda desnuda por la casa. La vida de la pequeña “perra francesa” pronto se vuelve irresistible para la escritora. Después habrá un asesinato y una resolución, una vuelta de tuerca final del guión que fue recibida por la crítica internacional (que la vio primero en la competencia oficial del Festival de Cannes, el año pasado) más como un acto de pereza, de facilismo, que como la apuesta al misterio y la ambigüedad con que la presentaron el director y sus actrices. Por supuestoque Ozon le contestó a cada periodista que intentó arrancarle una interpretación “oficial”, que la explicación que cada espectador encontrara para sí mismo sería la correcta. Pero La piscina no es un film de David Lynch y no tiene ese espesor que justifica cualquier delirio en sus películas, aunque su atmósfera sí es perfectamente sugestiva, y aunque incluye una escena, un poco aislada, un poco inexplicable y un poco siniestra, en la que una mujer enana de aspecto avejentado pronuncia un par de frases misteriosas para luego desaparecer de la historia.
Y sin embargo, lo cautivante de La piscina es que ese final puede ser perfectamente abstraído porque lo que de verdad importa es la relación entre esas dos personalidades enormes y la puesta en escena de esos desnudos contundentes. Para Ozon, el personaje de Rampling en Bajo la arena (la mujer que se refugia en una extraña fantasía cuando su marido desaparece misteriosamente en la playa) tenía mucho de ella, pero a Sarah Morton debía inventarla. Y en cuanto a Ludivine Sagnier (que inmediatamente después encarnaría a Campanita en el último Peter Pan de Hollywood), Ozon sintió que le debía este papel (aunque el personaje había sido concebido originalmente para un hombre) porque en Ocho mujeres “la había descuidado”, repartiendo su atención entre monstruos como la Deneuve, Ardant, Huppert y Béart. Dijo entonces que quería compensar a su actriz fetiche, convirtiéndola en una suerte de Marilyn Monroe de la campiña francesa. Pero Julie es otra cosa; su presencia es tan magnética y tan auténtica; no es el primer desnudo de Sagnier, pero esta vez lo convierte en algo demasiado personal, le pone todo el peso necesario para llenar la pantalla de una manera tal que ya no importa, de verdad, quién es realmente quién, ni quién asesina a quién, ni quién escribe una novela sobre quién. Cada vez que está Julie junto a la piscina, ya no importa nada más.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.