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Domingo, 18 de julio de 2004
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Danza

El pato salvaje

Después del éxito de Hermosura, el grupo El Descueve aprovechó un encargo de la fundación danesa Hans Christian Andersen -adaptar para la escena el más cándido de sus relatos, Patito feo– para llevar al límite la fórmula que lo hizo célebre: vitalidad, ironía pop y un altísimo voltaje erótico.

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Por Cecilia Sosa

¿Una fábula infantil convertida en un viaje por los recodos más erráticos y misteriosos del deseo? ¿El más naïf de los cuentos de Andersen inspirando las escenas más eróticas? Si dentro del circuito de la danza local hay un grupo que pueda jactarse de haber desafiado límites, ese grupo es El Descueve, que no por nada se pasó cinco años paseando por el mundo con De La Guarda y el espectáculo Período Villa-Villa. Integrada inicialmente por cinco bailarines (a los que se sumaron después dos actores), la compañía viene demostrando desde 1989 que, lejos de las cabriolas puras y el encanto casi aterrenal, la danza puede convertirse en el confesionario de las fantasías más turbias, los gritos más atávicos, las pulsiones más inconfesables.
Para su sexta creación, Patito Feo, El Descueve sorprende con una escenografía que recuerda las oscuras texturas de las películas de Hitchcock y deviene el marco ideal para desempolvar los secretos más recónditos. Aunque éstos sean armar y desarmar un instructivo de conquista, regresar al útero materno o caerse de pronto de cabeza dentro de un balde... ¡Sí: como un patito!
Escena 1: Juan Minujín arroja a Mayra Bonard sobre un sillón. Mientras ella yace (¿muerta? ¿apenas desmayada?), él se entrega a un confuso viaje de pasión narcisista donde la presa puede ser tanto ese cuerpo exánime como los brazos del sillón. “¿Te gusta así?”, susurra Minujín en un pasaje imposible, sosías del genial monólogo del italiano de Hermosura, la obra anterior de El Descueve. Y cuando el zarpazo del éxtasis cae finalmente sobre la dormida, lo único que consigue es el relato monocorde del sueño menos inspirador. Pero no importa: la mención de un “ojo de buey” alcanza para seguir alimentando el hechizo. ¿¡Ojo de buey!? Ojo de buey, ojo de buey, ojo de buey...
En el Teatro Sarmiento (donde la obra se estrenará el domingo 25 de julio), los ensayos están en su etapa más álgida. Desde las butacas, el elenco (el mismo de Hermosura) festeja las contorsiones onanistas de Minujín y pide más. “¿Una sonrisita, Juan?”, sugiere Ana Frenkel, que esta vez comparte la dirección con Bonard. Después de una nueva pasada de desnudos, vuelos y caídas, los siete se derrumban sobre el escenario a compartir bananas y torta de chocolate.

¿Y el patito feo?
–Y, sí -.dice Carlos Casella, bautizador oficial de los espectáculos del grupo–: es una lectura muy loca del cuento de Andersen. Pero completa su significado de una manera irónica, que a nosotros nos gusta. La obra habla de la verdad aparente de las cosas, los velos de la ilusión, y ésa es la historia del patito feo: dulzura y amargura, belleza y fealdad, todo junto.
Con la presentación de Patito Feo, El Descueve habrá quebrado un límite más: estrenar una obra dentro de un proyecto internacional antes de que el proyecto internacional haya terminado de delinearse. Tras el éxito de Hermosura, el grupo recibió la invitación de la Fundación Hans Christian Andersen, de Dinamarca, a sumarse a un festival que el año que viene conmemorará los cien años del nacimiento del escritor. Y aunque la participación del grupo todavía no está confirmada –falta el guiño del director del San Martín–, Patito Feo parece haber desplegado las mejores plumas de una búsqueda que ya lleva catorce años. Porque si hay algo que comparten las obras de El Descueve es el regodeo por esos momentos donde el erotismo, lejos del ritual perfecto, coquetea con el desencuentro, el bochorno o la vergüenza.
–Trabajamos con lo íntimo –dice Frenkel–, pero no desde un lugar complejo sino desde la vivencia, desde lo más cotidiano. Apuntamos al sentir antes que al pensar, a que el espectador tenga ganas de subirse alescenario, a que se impresione, se asuste, se erotice, sin juzgar ni bajar línea.
–Nos gusta eso –agrega María Ucedo–: desnudar la intimidad, mostrar esas cosas que te darían vergüenza ajena o propia.
Después de la provocación directa de Todos contentos (1998) y la sexualidad explícita de Hermosura (2000), El Descueve parece internarse ahora en terrenos más sutiles donde también reina el suspenso: un simple salto a la soga o el momento en que una lustradora de piso se larga a volar con el mayor atrevimiento demuestran que entre el éxtasis y la furia hay apenas un paso.
Si siempre se habló de la “energía femenina” que respiraban las obras de El Descueve (asuntito que dejó de ser una discusión teórica cuando el afiche de Todos contentos, el primer plano de una vagina, escandalizó a los funcionarios porteños), en Patito Feo son ellos, los varones, los que toman la palabra. Aunque con supervisión femenina, claro. Así, Daniel Cuparo (el otro actor propiamente dicho del elenco) encarna a una especie de chamán siempre listo para rescatar masculinos de problemas. Sólo que las instrucciones para triunfar en una conquista pueden encontrar al alumno aporreando con ganas a su objeto de amor: “Bien, ¡muy bien! ¿Viste qué amante fogoso podés ser?”
Tal vez sea esa capacidad de ironizar sobre el equívoco lo que permitió que El Descueve terminara por encandilar a públicos poco afines a la danza.
–Es rarísimo –dice Frenkel–: parece que Hermosura fue recontratop entre los odontólogos. Mi dentista me contó que todos sus alumnos la vieron y que en clase se cargaban imitando al personaje del italiano (Minujín).
Se suma Bonard:
–Una vez estaba en el consultorio de mi ginecólogo y, mientras me revisaba, me pregunta: “Así que sos bailarina... ¿Y en qué grupo bailás?” Y yo pensaba: “Para qué me pregunta si no va a tener ni idea”. “¿El Descueve? Vi Hermosura dos veces: ¡fantástico!”, me gritó mientras me hacía el tacto.
–Y... vamos acumulando años –explica Casella.
–Vamos a muchos médicos... –sugiere Ucedo.
–Más ahora, por el tema de las prótesis –remata el bailarín.
Cuando se gestó, el grupo promediaba los veinte años. Ahora que ronda los 35 –ya compartieron viajes, amores, peleas y cinco embarazos–, la compañía parece estar en ese momento en el que todo, sea una energía inspirada en Buñuel, una imagen de Kuitca o un nuevo hit electrónico de Diego Vainer (el músico de equipo), puede entrar en la maquinaria-descueve sin hacer ruido. O apenas con ese estremecimiento que provocan las fantasías más inconfesables cuando se animan a bailar sobre el escenario.

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