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Domingo, 12 de septiembre de 2004
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Teatro

Cosas de chicas

Andan por los veintipico, vienen de las escuelas de Julio Chávez, Ricardo Bartis o Pompeyo Audivert y lucen currículums incipientes, pero envidiables. Van de la ciencia-ficción a la comedia sentimental, del costumbrismo paródico al absurdo, pero su hábitat natural es el humor. Son Lola Arias, Ana Katz, Mariana Chaud y Laura Mantel: la avanzada Sub-30 del teatro de mujeres.

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POR CECILIA SOSA

Mujeres que se besan, dedos gordos que sufren, extraterrestres azules, niñas-soldado, polistas que matan caballos, canciones pegajosas, revoluciones pornográficas, bellas piromaníacas, cumpleaños desolados, dientes rotos, vacaciones que son una pesadilla, triángulos y hasta cuadriláteros de amor y odio, bailes sonámbulos, frases hechas y frases-revólveres... ¿El mundo fuera de quicio? No: cuatro chicas que escriben y dirigen sus obras de teatro. Tienen menos de 28 años; vienen del cine, la actuación o la academia. No reniegan de sus maestros, pero hace tiempo que se dejan llevar por sus propios paraguas. Surreales, pops o clásicas, Lola Arias, Ana Katz, Mariana Chaud y Laura Mantel muestran sus planetas extrañados y a la vez sorprendentemente familiares. ¿Obras femeninas? Quizá, pero ante todo ácidas y filosas cuando se trata de avanzar sobre tics generacionales y burlarse de rituales propios y ajenos. Cuatro obras que gritan jaque.

SUEÑOS DE BRUJA
Lola Arias tiene 27 años, un pelo que le pasa la cintura y un aire de hada moderna que acaba de conseguir su mayor embrujo: lograr que un público elegido salga del ensayo general de Poses para dormir con la sonrisa encendida, tarareando la melodía dulzona que bailan cuatro extraños seres de cara al fin del mundo: Tao, la niña-soldado, y Jota, su padre pornógrafo; Nadia, la bella piromaníaca, y su esposo Bruno, piloto de aviones. Las parejas viven en departamentos gemelos apenas dibujados, al estilo Dogville, en un país futurista al borde de la guerra civil. Todo listo para que una carta cruzada pervierta el destino de los cuatro.
Dueña de un encanto casi surreal, Poses para dormir logra inventar un vocabulario propio: el de las “frases-revólveres” y los “kindem”, especie de haikus pornográficos que recita hasta la nena de 16 y no sólo encienden a la piromaníaca. “Siempre me pareció que las frases hechas eran como extraños diamantes”, dice Lola, dejando de lado los ribetes porno del asunto, que van por cuenta de las Once mil vergas de Apollinaire y de lecturas de Bataille robadas a la carrera de Letras de la UBA que –lo jura– algún día terminará.
¿El amor es una pista de aterrizaje? ¿La pornografía es revolucionaria? ¿Los sueños hablan del futuro? En boca de sus personajes, las palabras surgen extrañadas porque se inventan, o porque adjetivos y sustantivos juegan a alterar el orden para sonar a traducción malograda. ¿El efecto? Algo parecido a esas películas de Hal Hartley (La verdad increíble y Confía en mí), que deslumbran a Lola y de las que ella misma parece haber salido. “Me gustan los personajes arquetípicos y a la vez totalmente extraños: el que arregla televisores es el que quiere cambiar el mundo, por ejemplo”, dice.
La actriz, escritora y dramaturga (que sorprendentemente prefiere las artes plásticas contemporáneas al teatro) jura que Poses para dormir es una obra escrita sobre la base de sueños que se repiten, y “esa doble vida que tenemos todos: la de los ojos abiertos y cerrados”. Arias se inició como actriz con Pompeyo Audivert y Ricardo Bartis. Pero se fue para escribir sus propias obras. Debutó como dramaturga con Escuálida familia (2001), siguió con Estudios de la memoria amorosa (en el Centro de Experimentación del Teatro Colón) y este año llevó a pasear Sueño con revólver por el Royal Court Theatre de Londres. En pocos días partirá a un nuevo encuentro de dramaturgos en la Casa de América de Madrid. Por suerte queda Poses para dormir: para aprender un kindem y regalárselo a alguien antes de que llegue el fin del mundo.

VAMOS A LA PLAYA, OH, OH
¿Quién no se puso alguna vez la mochila y se fue con sus amigos del alma a pasar unas vacaciones de ensueño? Ahí están Amanda, Samantha y Wanda: tres adolescentes cargadas de valijas, bolsos y reposeras, con la malla lista para enfrentar las infinitas alternativasque ofrecen diez días en la playa. Son hermosas, y a la vez son un horror: gritan “¡equipito!” cada vez que planean levantarse temprano, aprovechar las mejores horas del día y volver a almorzar cuando el sol se ponga “bravo”. Pero la casa de sus sueños parece estar ocupada (sí, siempre alguien llega antes) y el fantasma del “qué hacer” las toma por asalto.
Con fresca agudeza, la cineasta Ana Katz, 28 años (que debutó con El juego de la silla), recorre en Lucro cesante ese paso inexplicable en el que las vacaciones soñadas viran a la pesadilla y el tiempo suspendido se transforma en territorio de espanto. “No, no es cierto que en las vacaciones la pase como el orto. Juro que también disfruto”, se ríe Katz. “Pero es difícil que un paisaje de mar y rocas no me hagan ir lejos y plantearme todas las preguntas existenciales en un segundo.”
En su casa de Parque Centenario (que comparte con Daniel Hendler), y a horas de partir a un encuentro en España donde presentará Bienestar, su próxima película, Katz confiesa que parte del material tiene carácter biográfico: sus vacaciones en Arachania, una playa desierta de Uruguay. Veintiocho amigos del alma en una única casa: “Tanta gente y ningún punto de fuga. Parecíamos Gran Hermano, pero no nos pagaban. Algo de esa angustia funcionó como brújula en la obra”, dice la cineasta formada en la Universidad del Cine, donde ahora da clases de dirección.
Amplificación y parodia de los tics adolescentes y la compulsión clasemedista a disfrutar-a-toda-costa, Lucro cesante se apoya en el increíble poder escénico de Luciana Lifschitz (la hermana de Katz en El juego de la silla), Violeta Urtizberea (la hija de Mex, la misma de Locas de amor y Magazine For-Fai) y Julieta Zylberberg (brillante en La niña santa y la recién estrenada tira Sangre fría), de sólo 27, 19 y 21 años, respectivamente. “A ese espíritu adolescente contribuyó mucho mi Daniel, de 21 años, que se ocupó de la asistencia y la dirección artística”, dice la hermana-directora.
Mientras Rodrigo de la Serna recita en off (en un estilo que recuerda a Balnearios de Mariano Llinás) las máximas obligadas de toda vacación (no importa si son España, Cuba o el Riachuelo), las chicas posan para las fotos, cantan a grito pelado “Vivo y respiro” (el tema perfecto creado por Nicolás Villamil), se depilan con pincita, desesperan ante la presencia de “hombres”, corren al locutorio a hablar con mamá y se zambullen en el mar en una escena memorable que muestra que la cámara lenta sí es posible en teatro.
Katz se formó como actriz con Julio Chávez, pero no volvió al teatro hasta que El juego de la silla, además de ganar doce premios internacionales, fuera elegida como coproducción por el Teatro San Martín. Y asegura que sufre las mismas fobias que suelen alegar los detractores: “Me da miedo esa exigencia de participación. Todo el tiempo pienso qué pasa si me ven, si me quiero ir, si a un actor le pasa algo”. Tal vez por eso las luces nunca terminan de apagarse en el Espacio Callejón. Y desde dos tribunas enfrentadas, los espectadores pueden espiarse y confesarse en silencio que también se quisieron morir cuando su mejor amiga se fue acompañada del baile.

QUE NO FALTE NINGUNO A MI CUMPLEAÑOS
Un final de fiesta, pero no uno cualquiera: el final de un cumpleaños de treinta. Vasos de plástico por el piso, botellas de cerveza tiradas por cualquier lado, hasta un invitado borracho que ronca en una silla (¡y con la panza peluda al aire!). ¿Se puede imaginar un escenario más patético? En Sigo mintiendo, Mariana Chaud, 27 años, se las arregla para mostrar que sí. Porque su ópera prima interroga esa escena semivacía, al modo de Memento, para descubrir un escenario aún más desolador: un festejo donde a la cumpleañera sólo la secundan un novio-oso, una hermana en jogging y una amiga en tutú. Pero... ¿la necesidad produce alucinaciones o hay alguien vestido de ananá? Porquede pronto llega el invitado de lujo: ¡un extraterrestre! Que para colmo mide como dos metros, es íntegramente azul, usa pollera y hasta parece un poquitín afeminado. Pero no importa: él recitará sus rituales alienígenas, se embadurnará de desodorante de ambiente y se las arreglará para deslumbrar a todas. ¿Será porque baila como el más moderno DJ alemán?
Sigo mintiendo es la primera obra escrita íntegramente por Mariana Chaud. Junto a Mariana Anghileri ya había escrito Puentes y Alicia murió de un susto (estrenada en Casa de América de Madrid), y La fotito con Laura López Moyano. Pero el verdadero antecedente fueron los monólogos que escribió y autodirigió para el Varieté del CCC, que se vio el año pasado en el IV Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires. Allí, Chaud brilla como una Juana Molina deforme y feroz, interpretando a una brasileña desconsolada porque se murió su pajarito y a una paraguaya sordomuda que cumple 15 años pero nadie se entera, porque mucho que digamos no se le entiende. ¿Otra vez un cumpleaños? “Ah, no me había dado cuenta”, dice Chaud. Pero lo cierto es que, por aquella actuación, Chaud recibió el premio S y un subsidio de Proteatro que le permitió montar su primera obra.
Los brillos de chica Almodóvar, Chaud los adquirió con Nora Moseinco, Ricardo Bartis, Guillermo Angelelli y Pompeyo Audivert. Pero ahora todas sus luces apuntan al taller de dramaturgia de Javier Daulte donde escribe su próxima obra: un sacerdote, una monja, una santa, un gigante y una planta. Sí, una planta. ¿La más extraña fusión entre Boris Vian, Copi y Proust, autores preferidos de la directora? Tal vez. Por lo pronto, a no dejar pasar el hit de la noche: el baile del extraterrestre (Marcos Ferrante) con la petisita (Verónica Asan). Imperdible.

PELOPINCHO, HANDICAPS Y J&B
Como La ciénaga pero en pequeño, y teatral. Aunque en Jockey Club –la obra de Laura Mantel– no hay enormes piscinas custodiando una casa en decadencia y sí una pelopincho abandonada en el fondo de un club de polo. Y también un sol espléndido, bajo el cual un matrimonio de la high class argentina (Sebastián Polito y Marina Filoc) se dispone a pasar una tarde ¿relajada?, festejando un nuevo triunfo del marido polista, suerte de Roviralta más pusilánime y narcisista. Pero pronto se suma una tercera (Mariana Punta), y entre bikinis de breteles finos, J&B on the rocks, bronceadores y ensaladas de tomates cherry y rúcula se va delineando un inquietante triángulo amoroso.
Si hay algo que sorprende en la puesta de Mantel, de 27 años, es la ausencia de retórica, y el modo risueño en que el trío va cargando tintas entre diálogos frívolos, levemente paródicos. Todo pasa como si nada pasara; son esos vasos que no tardan en volver a cargarse o esa insistencia sobre algunos pequeños desajustes cotidianos: una protección solar demasiado aceitosa, un piropo malogrado... Pero la tarde bucólica empieza a enrarecerse y esa música, al comienzo tan suave y armónica, parece ponerse a chirriar, mientras los besos y caricias se entrecruzan (no siempre en las direcciones convenientes) y el marido ausente se confiesa ¡terror de la clase!, asesino de potrillos.
Con una puesta mínima, la obra de Mantel explora un sentido de las simultaneidades casi cinematográfico: mientras alguien discute en primer plano, otro personaje se deja espiar cuando nada –sí: ¡nada!– en la pelopincho. Al igual que su elenco, Mantel se formó con Ricardo Bartis, y durante un año se lució como actriz en La movilidad de las cosas, adaptada y dirigida por Analía Couceyro, y en Parásitos, de Ricardo Holcer, en el Goethe Institut. Su debut como dramaturga y directora fue con Infortunados ojos; luego fue convocada por las actrices de Jockey Club para hacerse cargo de la dirección. Apelando a la estética de Leopoldo Torre Nilsson y la de John Cassavetes, Mantel logró lo que quería: “No tanto parodiar a la clase alta como mostrar esas pequeñas obsesiones y rispideces de la vidacotidiana que pueden llegar a ser insoportables”. Sí, la actriz y directora está entrenada: en Tan de repente, la pequeña y luminosa película de Diego Lerman, Mantel brilló como empleada del mes de McDonald’s. Para ver (en lo posible) con un vaso de J&B en la mano.

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