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Domingo, 28 de abril de 2002
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Polémicas

Vamos las bandas

Si la iniciativa que nuclea a Madonna, Elton John, R.E.M., Bruce Springsteen, Roger Waters, Tom Waits y Beck prospera, la industria de la música podría colapsar por completo. Según los músicos, los grandes sellos son responsables no sólo de estafarlos sino también de alimentar la falta de ideas que reina hoy en la música. Por eso los han llevado a los tribunales. A la espera del fallo, Radar ofrece una explicación de la polémica y parte del virulento manifiesto en el que Courtney Love demuestra el fraude permanente al que son sometidos los músicos.

Por Mariana Enriquez
La industria discográfica señala como su enemigo número uno a la piratería, y hacia allí apunta todos sus misiles para tratar de desalentarla de todas las formas posibles. Pero de a poco, a las aparentemente todopoderosas discográficas les está surgiendo un enemigo íntimo: los propios artistas. No se trata de voces aisladas, sino de una asociación norteamericana, la Recording Artists Coalition (RAC), que está amenazando a la industria tal como se la conoció hasta el momento. Es un reclamo puramente capitalista, de reformas, pero que de tener eco les haría perder millones a los grandes conglomerados en beneficio de los artistas. Entre esto y la piratería, las compañías tiemblan y hasta temen por su existencia. Las compañías se describen como “bajo fuego”: las ventas cayeron casi un 10 por ciento desde 2000, los sistemas de suscripción para bajar música por Internet impulsados por los sellos fracasaron (se siguen usando mucho más servicios gratis como el Kazaa o el Audiogalaxy) y la copia de cds es una actividad común. Además, están perdiendo demasiado dinero en promoción: para publicitar J-Lo, el disco de Jennifer Lopez, Epic gastó 13 millones, y el disco vendió sólo 3 millones de copias. Y muchos consideran que los ejecutivos no están interesados en construir carreras ni se preocupan en cómo evolucionan las relaciones músico-público. Artistas que trabajaban para sellos y que ahora se mueven en forma independiente, como Bob Mould (ex Hüsker Dü y Sugar) creen que la industria tiene los días contados. “Le doy un máximo de cinco años”, dice Mould. “Todo el paradigma se va a derrumbar y la culpa la tienen sólo ellos.” Las predicciones pueden ser exageradas, pero no necesariamente infundados.
Hubo algunos casos históricos de lucha de artistas contra sellos, como el de Prince y –más importante– el de George Michael y su pelea contra Sony. En 1990, cuando lanzó el disco Listen Without Prejudice, resolvió no dar entrevistas ni aparecer en videos, como estrategia para intentar un perfil más bajo. Al mismo tiempo acusó a Sony de no promocionar su disco. En 1992 demandó a la compañía (a la que describió como “una corporación de electrónica que ve a los artistas como software”) por “restricción comercial”. La lucha legal duró tres años. Cuando llegó a la Corte, en 1993, ésta tardó ocho meses en expedirse. Y falló a favor de Sony, diciendo que el contrato era “razonable y justo” mientras culpaba a los managers de Michael porque, decía el fallo, debían haber previsto que el cambio de perfil influiría en las ventas. Michael quedó con una deuda de 7 millones y juró nunca volver a grabar para Sony, a pesar de que lógicamente aún estaba atado por el contrato. Finalmente Sony lo liberó en 1995: pero antes Michael tuvo que entregarles los derechos de un álbum de grandes éxitos y un porcentaje de las ganancias de sus futuros discos, cualquiera fuera el sello donde los lanzara.
Este triunfo a medias no es sin duda un buen precedente. Pero no atemorizó a la feroz Courtney Love, viuda de Kurt Cobain, mujer de armas tomar y temible en los negocios. En febrero de 2001 entró a la Suprema Corte de Los Angeles demandando a Universal por diez cargos, entre ellos fraude. En octubre del año pasado consiguió su primer triunfo: la Corte determinó que irá a juicio con la compañía. Si gana, la industria puede cambiar para siempre. “Puedo terminar siendo la peor pesadilla de la industria discográfica: una mujer inteligente y rica que no teme quedar destruida luchando por sus principios”, dijo Courtney, mientras lanzaba un manifiesto donde revelaba algunas de las prácticas más sucias de los grandes sellos (ver recuadro).
Y ahora, un nuevo actor entró en escena, en un terreno preparado por el juicio de Love, que pasó de ser considerado un acto quijotesco a una posibilidad de triunfo. Ese nuevo actor se llama Recording Artists Coalition (RAC). El grupo fue fundado por Don Henley, líder de The Eagles, y tiene 140 miembros, que no son, como puede predecirse, punks antiglobalización, sino artistas millonarios: entre los firmantes se cuentan nombres como Madonna, Elton John, R.E.M, Carole King, Sheryl Crow, Bruce Springsteen, Roger Waters, Tom Waits, Beck, Rubén Blades y hasta Billy Joel. Cada día se suman más.
Para entender los términos de la lucha que empezó la RAC, primero hay que comprender el escenario. Los sellos discográficos ya no son compañías de discos sino parte de conglomerados multinacionales. De las Cinco Grandes, la única norteamericana es AOL-Time Warner’s Warner Music Group. Columbia fue comprada por Sony Corporation (Japón) en 1987. BMG tiene base en Alemania, EMI-Virgin en Inglaterra. Universal Music Group incluye a Interscope, Geffen, A&M, Island/-Def Jam, MCA, Mercury Nashville, Motown, Verve, entre otras y es una de las mayores. Este imperio (que incluye estudios de cine y parques temáticos) fue comprado por Vivendi, una corporación francesa que también tiene destilerías y vinerías. Todo fue valuado en 34 billones de dólares. Ese valor de mercado estaba basado en los miles de copyrights musicales que posee: la multinacional sostiene que es dueña de esas grabaciones hasta el término de su copyright. Y aquí es donde la RAC comenzó una de sus tantas confrontaciones. Porque la agrupación se formó justo cuando, en 1999, un lobbista de la Recording Industry Association of America (el brazo político de los sellos en Estados Unidos) logró, mediante presiones, modificar una antigua ley de copyright de modo tal que beneficiaba escandalosamente a las discográficas. La modificación se hizo sin informar a la prensa, sin que interviniera ningún artista o sus representantes y sin que pasara por el Congreso.
Hasta ese momento, la ley de copyright establecía que los sellos tenían la propiedad de las grabaciones por un término de 35 años. Cuando finalizaba este período, las canciones o discos volvían al autor, o a su familia. La única excepción contemplada era cuando la discográfica reclamaba que la grabación era un “trabajo contratado”. Cuando hacían esto (casi siempre) el resultado era que la compañía terminaba siendo la autora y dueña de la grabación por todo el término del copyright, que puede ser tan largo como 95 años. O más. Casi todas las bandas nuevas firman contrato en estas condiciones. Lo que hizo la RIAA en 1999 fue intentar que hubiera una “modificación técnica” a la ley de copyright, y que todas las grabaciones se consideraran “trabajo contratado”. Si antes de 1999 era casi imposible que un artista recuperara su copyright, con esta modificación se hacía ley, y les sacaba definitivamente a los músicos la posibilidad de recuperar alguna vez la propiedad de su trabajo.
La RAC entró en acción, y después de varias idas y venidas en tribunales (Sheryl Crow llegó a testificar durante horas) lograron darle un primer golpe a la industria y los legisladores de Washington decidieron retroceder y volver al estado de cosas anterior a 1999. Que los músicos tampoco consideran ideal, por eso ahora están peleando por contratos que nunca contengan la cláusula de “trabajo contratado”. Y van por más. La lucha por el copyright le costó a la RAC 300 mil dólares, por eso están juntando dinero en festivales a beneficio. El último se hizo en febrero de este año: en cuatro estadios de California, un día antes de los Grammy, hubo shows de Eddie Vedder (Pearl Jam), Beck, Mike Ness (Social Distorsion), Thom Yorke (Radiohead), No Doubt, Offspring, Weezer, Eagles, Stevie Nicks, Tom Petty, Billy Joel, Sheryl Crow, Dixie Chicks, Patty Griffin, Emmylou Harris, Trisha Yearwood y Dwight Yoakam. “Hasta el más bohemio de los artistas hoy es consciente de los atropellos de las discográficas”, dice Don Henley, fundador de la RAC. “Sabemos que a nadie le gusta ver a un músico millonario quejándose, pero si no lo hacemos, los sellos van a seguir cagando a todas las nuevas generaciones de artistas. La comunidad artística está al tanto de las grandes dificultades que enfrenta la industria de la música, pero tenemos poca o nularesponsabilidad en el estado de cosas, y estamos tan o más afectados que los sellos. A pesar de lo que argumenten las corporaciones, los artistas tenemos más riesgos que las compañías.”
Los nuevos objetivos de la RAC ya están definidos. Ahora van por el cumplimiento del estatuto de siete años, quieren que se detenga o controle la práctica de “payola” y pelearán por sus derechos en Internet. Estos son los puntos más importantes, y pueden resumirse así:
El estatuto de siete años: este tema recibió atención pública en 1940, cuando Olivia de Havilland peleó en la Corte para conseguir que los actores pudieran liberarse de larguísimos contratos con los estudios. Havilland ganó, pero los lobbistas de los sellos pidieron la modificación de una sección del código de trabajo, de modo que cualquier trabajador en California está atado por contrato sólo 7 años, menos los músicos, que pueden quedar pegados de 14 a 21 años. Sin la protección de contratos por menor término de tiempo, los músicos tienen poco poder de negociación. Los artistas deben entregar discos pero no pueden exigirle a los sellos que los promocionen. Tampoco pueden buscar otro contrato si la relación con el sello es mala. La RAC mantiene que esto es “injusto, anticompetitivo y contradice la filosofía norteamericana de libre mercado”.
Payola: es una práctica rutinaria mediante la que las compañías pagan millones de dólares en promoción independiente a intermediarios que a cambio aseguran difusión radial en conglomerados de radio. Los sellos norteamericanos pagan una suma de más de 100 millones por año para influenciar difusión en las mayores radios de la nación, haciendo de la payola el standard de la industria norteamericana. Muchos de estos pagos son cuestionables, sobre todo desde que se desreguló la propiedad de los medios radiales en Estados Unidos y, tal como en Argentina, se permite la formación de multimedios. La RAC denuncia que los dueños de las radios le cobran a las compañías para difundir su música, pero no revelan estos pagos al gobierno ni a la audiencia, como lo requiere la ley. Muchos evaden las leyes relacionadas a la payola aceptando pagos en forma de regalos, viajes y demás. Los sellos pasan por encima de la ley contratando intermediarios independientes, pero la estación de radio pone la canción en el aire más o menos según cuánto se le pague desde el sello. La RAC sostiene que este sistema “ahoga la creatividad y ayuda a explicar la falta de innovación en el paisaje musical de hoy. No hay lugar para la diversidad cuando un cierto tipo de música está comprando su tiempo en el aire”.
Derechos de Internet: El derecho a ejecución digital norteamericano ordena un pago de royalties del 50 por ciento al poseedor del copyright (en general el sello), un 45 por ciento por ciento al artista y un 5 por ciento a los músicos y vocalistas colaboradores. Estos royalties se aplican sólo para las difusiones por Internet no interactivas. El problema es entonces que no rige para servicios como Napster, My.Mp3.com, MusicNet, Duet, Kazaa, etc. Los artistas pierden el 45 por ciento y tienen que arreglar por cualquier cosa que les hayan prometido el sello, que en general es un 7 por ciento. Así, para muchos artistas hay poco y nada de rédito. La RAC quiere que se les pague como autores, directamente y sin reembolsos incluso en sistemas interactivos.
Hasta aquí los músicos en corporación. Pero Courtney Love, que sigue en su causa sola, va todavía más lejos. Y denuncia que “las compañías se entrometen entre los artistas y los fans. Firmamos contratos horrendos porque ellos controlan nuestro acceso al público. Pero en un mundo totalmente conectado, las compañías pierden ese poder. Están asustados porque los artistas podemos venderle discos directamente a nuestros fans. Apenas los necesitamos. Podemos negociar directamente con sellos independientes o websites y tenemos nuevas maneras de vender nuestra música: con downloads, con sistemas de hardware, con miles de cosas que todavía no se inventaron. En los últimos años, los negocios quitaron denuestra cultura la idea de que la música es importante emocionalmente. Pero la nueva tecnología nos ha dado una oportunidad para cambiar todo: podemos destruir el viejo sistema y darle a los músicos y fans verdadera libertad de elección”.

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