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Domingo, 17 de octubre de 2004
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Entrevistas: Rubén Rada recorre sus 40 años en la música rioplatense

Cómo me gusta ser negro

Hizo de todo: se bañó con sus compañeras de elenco en Hair, vivió en Suiza, apoyó públicamente al MAS y formó parte de los tres grupos fundamentales de la música popular uruguaya de la segunda mitad del siglo pasado: Opa, Tótem y El Kinto, junto al mítico Eduardo Mateo.
A los sesenta años, Rubén Rada habla de todo eso
(y de por qué no piensa decir nada más sobre Mateo).

Por Martín Pérez
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A Rubén Rada no le cuesta mucho tener el pelo en punta de su personaje para los niños. “Me lo tengo que hacer cada dos o tres días, pero me lo hago yo solo. Es fácil. Le pongo una grasa que compro en Estados Unidos. Pero como la mota de mi pelo es natural, si lo paro queda así, parado.” Rada es, con o sin ese pelo rojo y en punta, todo un personaje. A los sesenta años, parece cargar sin problemas con todo lo que, a través de su carrera, lo ha transformado en eso que él mismo llama El Misterio Rada. “Ese misterio es que nunca se sabe lo que yo hago. Porque hice y hago de todo”, cuenta. “Por eso yo digo: no lo busquen a Rada. Porque no lo van a encontrar”.
Yo lo busco en las mejores canciones...
–Pero son sólo las mejores canciones para vos. Pero yo digo que no me busquen porque soy un tipo que vive en un país colonizado, que mamó a Joao Gilberto, a Sinatra, a Nat King Cole, a Los Plateros, a Astor Piazzolla, a D’Arienzo, a Los Beatles, a Carlos Gardel, a Charly García, al Club del Clan... Escuché todo y tengo toda esa música metida adentro. Arranqué cantando canciones de todo el mundo hasta que empecé a hacer mi música, pero soy un buen colonizado y soy un tipo de fusión. Si buscás en mí algo auténtico, eso es el candombe, cuando lo toco realmente. Pero después, no. No me quejo de eso, soy así. Ojalá pudiera tener un estilo, que todo el mundo supiera qué soy, como con B. B. King, que es un blusero. Pero no soy un candombero, tampoco.
Sos un personaje raro, Rada.
–Ya sé, pero me divierto.

El plan b

Se puede decir que todo comenzó en un cine. En un cine mítico del Barrio Italiano de Montevideo, llamado Premiere. Allí, cuando un niño barría por las mañanas entre sus 800 butacas, había funciones especiales, sólo para él y los proyectoristas, de Cantando bajo la lluvia, con Gene Kelly, o Rapsodia Negra, con Nat King Cole y Louis Armstrong. “Los tipos me ponían la película atrás, y yo cantaba y bailaba, imitando a los que estaban en la película”, recuerda Rada. Pero aun con semejante comienzo, el Negro asegura que la música siempre fue un plan B en su vida. Porque lo que él quería, antes que nada, era jugar al fútbol. “Jugaba de cuatro. Marcador derecho. Ahora le dicen carrilero, ¿no?”, dice, y se ríe. Desde los diez hasta los diecisiete años, todos los años Rada, hincha de Peñarol, se iba a probar al club de sus amores.
“Cada vez que me presentaba para jugar en algún cuadro, me hacían estudios y me salía una mancha en el pulmón. Porque, aunque me veas grandote, yo de chico había tenido tuberculosis, y era un flaquito raquítico. Llegué a estar dos años internado en el hospital, allá en Lezica. La mancha se me fue yendo con los años y los médicos fueron entendiendo que era una cicatriz de algo que ya no estaba ahí.” Aquellas secuelas que lo alejaban sistemáticamente del fútbol, sin embargo, nunca fueron un problema en el plan B de su vida. “Canté desde siempre”, explica. “Por eso la frase más importante de mi vida es una que me decía mi madre: Si cantás como en los cumpleaños vas a triunfar. Porque en los cumpleaños siempre hice imitaciones, siempre bromeaba y hacía popurrí de canciones parado arriba de una mesa. Ahora le hago caso a aquella frase de mi vieja y me va bien. Pero durante mucho tiempo los músicos me llevaron por otro camino, y no puedo decir que no me gustó. Toqué con los todos grandes, que siempre rescataron mi capacidad de improvisación”.
¿Quién fue el primero en llevarte por ese camino?
–Creo que el primero fue Hugo Fattorusso. Y Ringo Thielman, que fue el bajista de Opa. Me acuerdo que mi primera canción la hice cuando tenía diecisiete años, cuando me dejó una novia. Llegué a la puerta de su casa y estaba besándose con el primo. Me fui por la calle pateando latas ycompuse una canción llamada “Suzy”. Llegué a la casa de Ringo, y él me puso a Ray Charles. Y cuando escuché por primera vez “Georgia On My Mind” me cambió la cabeza.

La cosa se pone negra

Antes de hacer carrera como cantante en Argentina en la década del 80, Rada cruzó el charco un par de veces. El primer viaje fue en los años ‘60, acompañando a sus amigos Hugo y Osvaldo, cuando ellos disfrutaban del éxito porteño de Los Shakers. “Me acuerdo que di una prueba en la Odeón, acompañado por Pelín en bajo, Osvaldo en la batería y Hugo al piano. Los tipos se murieron pero no sabían qué hacer conmigo. En ese momento apareció Yaco Monti cantando ‘Y qué tienen tus ojos’. Lo grabaron a él y yo me quedé afuera.” En aquel viaje Rada recuerda haber visitado La Cueva (“Era un sucucho espantoso”) con Los Shakers y haberlos conocido a todos, desde Litto Nebbia hasta Tanguito. El siguiente viaje fue cuando terminó formando parte del elenco de Hair, que fue un éxito en el Teatro Nacional. “Fue una época divina. Estaban Valeria Lynch, el Negro Fontova y Mirtha Busnelli”, recuerda. “Vivíamos todos en el mismo hotel y éramos una comunidad hippie. Estabas bañándote y podía entrar una compañera a bañarse contigo, o tres. ¿Vos tenés agua, negro? Amor y paz, todo el día con la flautita y fumando marihuana. Pero yo nada, era el careta ahí. Andaba con una novia y ni cogía. Era un boludazo. Pero me divertía como un loco. Cantábamos todo el tiempo, escuchábamos Beatles, Jethro Tull, y componíamos. Fontova tenía una dulzura para cantar como nadie, y ahí fue que hizo una de las canciones más maravillosas que escuché en mi vida: Me contaron, que bajo el asfalto existe...”
¿Por qué te fuiste?
–Porque me cansé de Romay y Daniel Tinayre, que tenían un programa que se llamaba Música en Libertad y fueron cambiando el personal. Terminaron siendo todos pibes lindos, como en sus programas, y cuando limpiaron toda la locura me rajé.
A pesar de que en Argentina durante años al Negro Rada se lo confundió con una especie de extraño Tío Tom que cantaba sólo cosas como “Tocá che negro Rada”, es indudablemente un pedazo de músico, capaz de sacar temas de la nada, grabarlos y olvidarlos por el resto de su vida, como ese discazo olvidado que es el de los Otroshakers. En los ‘80 llegó a llenar Obras presentando el disco En Familia, empapelando la ciudad con un afiche que decía: La cosa se pone negra. Pero toda esa época quedó opacada, según Rada, no sólo por el error de cantar cosas como “La Mandanga”. “Imaginate: si entonces cantaba ‘Cha cha muchacha’ me linchaban”, ironiza. Pero la culpa la tiene Gloria Guerrero, que lo quemó para siempre desde sus páginas en la revista Humor, criticando un disco llamado Adar Nebur. “Ese disco tenía canciones buenísimas. Te desafío a escucharlo ahora. Pero Gloria me quemó por ‘La Mandanga’. Pero ahora la quemo yo a ella: todas sus críticas eran porque estaba de novia con un bajista que yo eché de mi banda.”
Los altibajos de la carrera musical de Rada durante la década del ‘80 en la Argentina comienzan con una banda maravillosa llamada La Banda, integrada por Jorge Navarro, Bernardo Baraj, Beny Izaguirre y otros monstruos, banda que compartió sello con el primer Seru Giran y no duró casi nada. “Éramos todos solistas”, recuerda Rada. Y terminan cuando se tiene que ir arruinado y sin dinero a México, a cantar vocales –como él dice–, haciendo coros con Tania Libertad. Pero Rada asegura que no tiene una relación de amor-odio con la Argentina. “Mi amor-odio es con el mundo, porque no puedo entender que Julio Iglesias venda más discos que Stevie Wonder. Yo siempre fui un loco, un divagante y un bohemio, pero después me casé y tuve hijos y no podía pagar el alquiler. Tengo 60 años y mi primera casa me la compré a los 55, con lo que me pagaba Suar por Gasoleros.”

Es tan hermoso que no puedo tocar

La prueba definitiva del lugar que Rubén Rada ocupa como músico lo da el hecho de que, en sus cuarenta años de carrera, formó parte de tres de las bandas más importantes de la historia de la música popular uruguaya de la segunda mitad del siglo pasado: El Kinto, Tótem y Opa. Tótem fue un poderoso invento de Aníbal Useta a comienzos de los combativos ‘70, y fue un grupo que incorporó tumbadoras al rock antes que Santana. “Era una banda que decía cosas, y era el momento de decirlas. Yo siempre fui más Malcolm X que Martin Luther King. Mi vida es ahora, y no voy a andar esperando que el hombre blanco me dé permiso para vivirla”, dice Rada, que es capaz aún hoy de defender a los Tupamaros, y que recuerda que en su momento apoyó explícitamente al MAS. “Soy un tipo de izquierda. No soy un comunista rabioso ni quiero quedarme con todo lo que tienen los ricos, pero pienso que la gente tiene que ganar dinero, pagar los impuestos y darle trabajo a la gente.”
Para reunirse con Opa, Rada abandonó un trabajo seguro tocando en Europa, cuando vivía tranquilo en Suiza, un lugar en el que él dice que, aunque no hay amigos, da gusto vivir. “Vivía como un duque y me vestía como un dandy. Y cuando los Fattorusso me llamaron para que me reuniese con ellos en los Estados Unidos, dejé dos valijas con treinta mil dólares en ropa bajo la cama de un hotel, me junté con ellos en Nueva York y atravesé el país en una van hasta llegar a Los Angeles. Cuando llegamos al estudio, Hugo me hizo escuchar terminados los temas que yo tarareaba solo frente a un grabador en Suiza. Fue como cuando Charlie Parker escuchó sus temas arreglados con violines, que dijo: es tan hermoso que no puedo tocar.”
Pero la leyenda de Rada comienza con El Kinto, el grupo que formó con el mítico Eduardo Mateo, y del que no le gusta mucho hablar. “Mateo era un creador maravilloso. Nos cagábamos de risa componiendo. En cuatro años juntos habremos creado, no sé, doscientas canciones. Y la mayoría de ellas se perdieron. Pero juntos inventamos el candombe-beat”, recuerda. Y agrega: “¿Sabés por qué me cuesta hablar de Mateo? Porque yo entendí que me podía haber pasado lo mismo a mí. Me podría haber muerto y después la gente iba salir a hablar, como con Mateo, cuando en realidad nunca le dieron bola. Entonces yo era Mateo. ¿Viste la película Espartaco? Cuando dicen: ‘Yo soy Espartaco’, y se paran todos. Bueno, yo soy Mateo. Se cagó de hambre y nadie lo entendió. Entonces no puedo entender que la gente escuche ahora un disco de Mateo. Hace poco, por ejemplo, allá se murió El Príncipe, un genio, otro compositor de la puta madre, y ya andan los periodistas preguntándome por él. Y yo digo: loco, acá se mueren Príncipes cada cinco minutos. Entonces muere El Príncipe, muere Mateo: por eso no quiero hablar de Mateo. Sé de Mateo miles de cosas, que nunca las voy a contar porque... Mateo soy yo”.

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