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Domingo, 24 de octubre de 2004
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Nota de tapa

La gran ilusión

Durante los últimos diez años de su vida, mientras actuaba en films baratos y avisos de TV, Orson Welles invirtió buena parte de su talento en una película sobre la pasión que arrastraba desde la infancia: la magia. Filmada a los ponchazos, con restos de celuloide ajeno y esporádicas inyecciones de dinero, The Magic Show quedó inconclusa a la muerte de su director, en 1985. El periodista Peter Tonguette salió tras las huellas de ese rodaje secreto y dio con una pieza clave del proyecto: el mago Abb Dickson, que asesoró y actuó con Welles en el film, terminó siendo su amigo y compartió la excéntrica intimidad de uno de los artistas más geniales del siglo XX. Ésta es la historia de esa película y esa amistad. Además, algunas intimidades desopilantes.

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POR PETER TONGUETTE

En 1976, mientras Estados Unidos celebraba su bicentenario, el más grande director de cine norteamericano, Orson Welles, seguía trabajando como cineasta independiente. En el sentido más pleno y verdadero del término: financiaba sus proyectos personales (total o parcialmente) con su propio dinero, que ganaba actuando en películas de otros. Acababa de dejar atrás una etapa notable, sorprendentemente rica y diversa, que incluiría films terminados (F for Fake, de 1973, Filming Othello, de 1978) y otros que al morir quedarían inconclusos: The Other Side of the Wind, The Dreamers, Orson Welles Solo, etcétera. Y se aprestaba a rodar una nueva película.
En ese mismo momento, el mago Abb Dickson hacía de las suyas en Atlanta, Georgia, donde venía de presentar su show de ilusionismo Presto! en el Teatro Alliance. El espectáculo comprendía 39 actos, uno de los cuales llevaba un título maravilloso e inverosímil: La Princesa Incorpórea. Dickson lo había descubierto al ver una foto en la que Orson Welles lo ejecutaba en un show en Hollywood, en los años ‘40, asistido por su segunda esposa, Rita Hayworth. Dickson se disponía a llevar su espectáculo a Washington DC, en el marco de las celebraciones del bicentenario, cuando recibió una llamada telefónica.
Abb Dickson: Una de las secretarias del teatro vino corriendo hasta la sala de ensayos y dijo: “Hay un hombre en el teléfono que dice ser Orson Welles y quiere hablar con usted”. “Que llame más tarde”, le dije. Yo había hecho muchísimas giras de magia: tenía amigos chistosos desperdigados por todo el país, y cuando me llamaban nunca decían su nombre.
Pero la misteriosa voz insistió.
Dickson: Atendí y la voz dijo: “Hola, soy Orson Welles”. Y yo le dije: “Y yo soy la Reina de Inglaterra”. Pero era Orson. Y cuando le reconocí la voz me caí de culo. Me explicó que había leído una reseña de mi show en una revista sobre magia y que tenía una foto de La Princesa Incorpórea. Quería contratar el número para una película que estaba haciendo.


I El film era The Magic Show. Aunque al momento de la muerte de Welles, en 1985, quedó inconclusa, la película era una meditación laxa y definitiva sobre la magia, uno de los temas más preciados del director. Gary Graver, su fotógrafo de tantos años y films, describe el proyecto como un “cajón de sastre”: había trucos de ilusionismo simples, pero brillantemente interpretados por Welles, algo de historia de la magia (Welles reflexionaba sobre William Robinson, que le había hecho creer al mundo entero que era el gran mago chino Chung Ling Soo) y una larga y disparatada secuencia con las penosas interpretaciones del legendario mago Abu Kahn reinterpretadas por Welles y su equipo. A veces los segmentos se superponen, y la historia de Chung Ling Soo conduce directamente a uno de los trucos más excitantes del film: el “número de la bala”, interpretado por el mismo Welles con Angie Dickinson. El truco fatídico de Chung, que murió mientras lo ejecutaba.
Compendio de todos los pasatiempos mágicos que Welles había amado desde su infancia, The Magic Show estaba llamado a ser un avatar más del “ensayo fílmico” –el género que había puesto a punto en F for Fake–, aunque en versión menos radical. El propio Welles presentaba casi todos los números parado junto a un enorme espejo, recitando a la manera de la clásica tradición wellesiana.


Il Al día siguiente, Welles y su troupe –encabezada por su compañera Oja Kodar y Gary Graver– llegaron al aeropuerto de Atlanta, y a las ocho y media estaban en el Teatro Alliance. Welles pasó una hora meditando el rodaje del día mientras Dickson y su equipo le mostraban el vestuario y el decorado de Presto! De pronto algo pareció hacer clic y quince minutosdespués, guión en mano, estaba explicándole a Dickson qué trucos quería filmar y qué decorados necesitaría.
Dickson: A la mañana siguiente, Orson dijo: “Quiero a tu iluminador. Quiero que todas las luces caigan sobre el piso del teatro. En medio día pondremos todas las luces y empezaremos a filmar lo antes posible”. Le habíamos conseguido un balde de arena para sus puros. Se venía con tres cajas de puros por día. Le conseguimos una heladera para su Fresca, que era lo que bebía entonces. Así que empezó a indicarle a mi iluminador dónde quería exactamente que cayeran los focos de luz y cómo quería esto y aquello.
Gary Graver fotografió todos los proyectos de Welles de 1970 en adelante. Colaborador versátil, su trabajo abarca el espectro que va desde el experimento casi revolucionario de The Other Side of the Wind hasta el romanticismo cuidadosamente planificado de The Dreamers. The Magic Show estaba pensada para la televisión, de modo que la rodaron en color y en ambos formatos, 35 y 16mm.
Dickson: Orson tenía total confianza en Gary Graver. Se sentaba frente al escenario, con Gary detrás y dos cámaras, una dirigida por Gary y otra operada a distancia. Hay una escena que empieza con un pelotón de policías entrando por un portón de carga que estaba detrás del teatro, a doscientos metros de la cámara. El tipo de la luz decía: “Esto no va a funcionar: no hay luz suficiente”. Y Orson: “No, no. Hagámoslo. Gary, ¿lo estás viendo?”. Gary dice: “Sí, se ve bien”. Yo confieso que me estaba amargando... y eso fue lo más gracioso del asunto. Porque al segundo día le dije: “Señor Welles, ¿cómo es que nunca mira por la cámara?”. Y él contestó: “Porque sé exactamente lo que la cámara ve. Yo diseñé las lentes”.


Ill La escena que Welles filmó ese día en el Alliance quedó incluida en una secuencia desopilante, como de comedia del cine mudo, que se rodaría por partes a lo largo de los siguientes seis años. Un grupo de policías perplejos se topa con un show de magia que, por obra de una serie de contratiempos escénicos, va saliendo cada vez peor. En un breve prólogo declamado por Dickson con un hilarante acento sureño, el jefe de policía (interpretado por el mismo Dickson) designa el incidente como “El caso del swami bañado en sangre” (o “La magia no paga”). Ésta es la secuencia: tras ejecutar un truco en el que una mujer sube al cielo con ayuda de un montón de globos, el viejo mago Abu Kahn descubre entre el público a un sujeto molesto, lo invita a subir al escenario, lo pone frente al telón y comienza a “hipnotizarlo”. Sin advertir su presencia, un tramoyista que trabaja del otro lado del telón lo golpea con un mazo en la cabeza y el molesto, noqueado, cae al piso como si realmente lo hubieran hipnotizado.
Más tarde, el sujeto despierta en bambalinas, encuentra el mazo y le pega al mago en la cabeza a través del telón. Desorientado, el mago ya no puede concluir el acto y busca con torpeza el modo de rescatarlo, lo que no hace sino desbarrancarlo todo. Los tramoyistas vacilan, Abu hace todo mal y llega el escuadrón de policías, que tropieza con la escena. Mientras tanto, una mujer que ha sido cortada en dos espera que vuelvan a pegarla y Abu transforma a otra en gorila. Los policías se hacen cargo de todo y tratan de llevar los trucos a buen puerto, lo que arranca las mayores carcajadas del acto. Al final, Abu, que sigue intentando recuperarse, recurre a fórmulas mágicas que sólo deparan efectos inesperados, como cuando su mano mágica hace surgir un pañuelo que cobra vida y se pone a perseguir interminablemente a nuestros policías.
Es una escena rápida, brillante, divertida, impecablemente orquestada. Entre otras cosas, The Magic Show demuestra el inesperado talento de Welles para la comedia, y jamás disimula sus referencias a la época del cine mudo. Welles había pensado la secuencia sin sonido de voces: un pocode música dramática, otro de música de comedia, algunos efectos sonoros y créditos con títulos dividiendo las escenas.
Según Dickson, aunque fue lo primero que Welles filmó ese primer día, la secuencia de Abu Kahn estaba llamada a cerrar la película. Pero The Magic Show –como dice Graver– fue un “proyecto armado sobre la marcha. Siempre había algo que se resolvía en el camino”. Una vez le alquiló a Welles un turbante en la Western Costume y se dio cuenta de que no tenía ninguna intención de devolverlo. “‘Hay que devolver el turbante, Orson’, le dije. Y él: ‘No, no, no: ¡llamá y deciles que lo perdimos!’. Quería usarlo años y años, y no pensaba alquilarlo cada vez. Era un desastre en esas cosas. Así que tuve que ir y decirles que lo habíamos perdido y –por supuesto– hubo que pagarlo. Pero Orson tuvo su turbante para siempre, como también su propia capa. Cada vez que quería filmar algo, simplemente lo sacaba de un armario y lo filmábamos.”


IV Después de esos tres días de filmación en el Teatro Alliance, Dickson y su troupe partieron a Washington, mientras Welles y la suya volvían a Los Angeles. Aunque Dickson se la pasaba viajando con Presto!, no perdieron el contacto.
Dickson: Yo le enviaba mi itinerario de ciudades, los hoteles en los que podía llegar a parar, y a las 2 de la mañana sonaba el teléfono: “Abner, ¿te acordás de ese truco que hizo Thurston en 1935, el del balde de agua y el tarro de arena?”. “Sí, era así y asá...” Porque yo viajaba con todos mis libros y podía chequear ese tipo de cosas. Orson nunca me daba las gracias: simplemente cortaba. Hasta que llegaba otra llamada fantasma.
Los términos de la amistad de Welles con Dickson incluían la regla tácita de no tocar el tema de su carrera cinematográfica, y tampoco el del cine en general. ¿Por qué Welles pasó el último tramo de su vida tan rodeado de magos? La respuesta es obvia: los magos le permitían descansar de todos los problemas con que tropezaba para llevar a cabo sus proyectos fílmicos. Lo transportaban al mundo que había adorado siendo niño.
Dickson siguió participando de The Magic Show hasta 1982, cuando se rodó la última parte del material de Abu Kahn. Pero ésa no sería su única colaboración profesional con Welles. En los ‘70, el mago conoció a Joe Butt, un productor con contactos en el departamento de TV paga de la Columbia, y le tiró la idea de filmar un especial de magia en el Magic Castle de Hollywood, un escenario de fama internacional. Aunque le interesó, Butt dudó de que Columbia quisiera involucrarse en el proyecto: les faltaba una estrella. Y así como Welles, unos años antes, le había pedido ayuda a Dickson, esta vez fue Dickson quien llamó a Welles en su auxilio.
Dickson: “¿Qué les parece Orson Welles?”, les dije. “¿Quién le va a pedir a Orson Welles que haga esto?”, me contestaron. “Dame el teléfono.” Ahí mismo llamé a Orson y le empecé a contar: “Escribí un especial para el Magic Castle...”. Y Joe Butt parado ahí adelante, con la boca abierta. “Necesito que hagas la introducción y algunas presentaciones”, le digo a Orson. “Un día de filmación, a lo sumo dos. Sólo tengo 25 mil dólares. ¿Qué te parece?” “Todo bien –me dijo–. Pero me quedo también con la película virgen que sobre.” Orson aceptaba todos esos trabajitos para juntar dinero, pero también para hacerse de material virgen. Le encargaban un comercial y él pedía –supongamos– mil quinientos metros de película. La rodaba con sólo trescientos y se quedaba con los mil doscientos restantes, que usaba en sus proyectos personales.


V Welles dijo una vez que amaba la magia menos por el ilusionismo en sí que por su “conexión con el circo, con ese mundo de gusto dudoso, de terciopelo y orlas de oro, que ya no existe y que me fascinaba y me fascina. Es eso, no los virtuosismos técnicos. El ambiente, la atmósferadel show de magia, eso es lo que me gusta. En teatro nunca vi nada que me pusiera en ese estado de trance. Y no era por la suspensión de la incredulidad sino por su costado ligeramente sórdido y carnavalesco”.
Ese ambiente y esa atmósfera impregnan cada fotograma de The Magic Show, donde abundan la felpa escarlata y las chucherías que hechizaban a Welles. La verosimilitud de los trucos importa menos. Sólo uno, el de la soga gitana, está filmado en un solo plano, sin cortes. Todo lo demás, confiesa Jonathan Braun, editor del proyecto, está “desvergonzadamente editado”. Welles está más interesado en conseguir que su film funcione como pieza cinematográfica, por su tono y su actitud, que en suspender la incredulidad del público.
Si Welles y Dickson se llevaron tan bien quizá sea por todo lo que Welles vio de sí mismo en su amigo. Es posible que Welles viviera desgarrado entre dos lealtades: su amor por el cine –aun con los dolores íntimos que le causaba– y su amor por la magia. The Magic Show une esas dos vertientes de Welles: por eso, y por la belleza y el poder de encantamiento que acechan en lo que filmó, el film es una obra esencial en el canon de Welles.
“El problema de la magia –decía Welles– es que no hay algo así como magos asistentes para ayudarnos en el escenario. La joven que salta de la caja como despedida por un resorte puede ser, en la vida privada, objeto de la estima más tierna por parte del mago, pero en lo que respecta al espectáculo está en el mismo nivel que las palomas y los tigres. ¿Que todo esto suena a viejo? Por supuesto. Magia moderna es el título de un hermoso libro antiguo; de otro modo no podría existir. Es una historia eterna que nos hace retroceder, ir hacia el pasado, hacia la oscuridad prohibida de cámaras secretas de templos que yacen olvidados bajo la arena.”

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