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Domingo, 19 de diciembre de 2004
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Cine: Hollywood y la Navidad

Jo, Jo, Jollywood

Primero fueron blancas y felices. Después vino la depresión y se pusieron oscuras. En los ‘60 se volvieron bizarras, con marcianos y todo. En los ‘80, directamente monstruosas. Y hoy en día cualquier cosa puede suceder en una película de Navidad. Radar recorre el largo camino de las Navidades en el cine y hasta ofrece una guía de cinco películas para ver en Nochebuena que sí son buenas.

Por Mariano Kairuz
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Una verdad compartida por muchos, apenas oculta: hay algo en la Navidad que inspira miedo. Algo que se aloja en la celebración de las blancas, Felices Navidades, en las Merry Little Christmas: puede que sea todo ese manicomio de renos y enanos y villancicos tintineantes y la imagen del gordo bonachón que se ríe mucho, no se sabe muy bien de qué, y se mete en las casas por la noche, casi clandestinamente. O tal vez se trata de las reuniones familiares indeseadas. O de la fiebre comercial y esa alegría impostada y demencial que inunda la televisión y los afiches publicitarios en los que Papá Noel ofrece hasta celulares, y todos esos vendedores de mostrador obligados a ponerse el gorrito rojo. De alguna manera, el cine navideño dio cuenta de esta tensión entre el Jingle Bells, Jingle Bells y el Jo, Jo, Jo y ese malestar, esa sensación quizás indefinible de que algo pasa con las Navidades que no está nada bien.

Blancas
Basta prestar atención, por ejemplo, a la temible letra de la canción “Santa Claus Is Coming to Town”, que ayudó a popularizar Frank Sinatra y de la que tanto se valió el cine navideño: “Santa Claus está llegando a la ciudad; está revisando la lista dos veces, y se va a enterar de quién es malo y quién es bueno. Te vigila cuando dormís, sabe si estás despierto; más te vale ser bueno”. El tema en cuestión fue resucitado por El Expreso Polar, armatoste navideño “a la antigua” con un anquilosado discurso sobre aquellos “que creen” y los que ya no creen, y sobre el gran tipo que es Santa Claus y cómo lo quieren y lo reverencian y trabajan para él todos allá, en su imperio, en el Polo Norte. Una película que abruma con la misma fría artificiosidad con que dos décadas atrás un bodoque llamado Santa Claus: la película parecía aspirar a convertirse en la Christmas Movie definitiva, centrada en los planes de un inescrupuloso juguetero dispuesto a expulsar para siempre a Papá Noel del mercado. Según lee en el diccionario el nene que protagoniza El Expreso Polar, el Artico es un lugar “desprovisto de vida”; pero la definición le calza a la perfección a la película, en especial cada vez que aparecen en pantalla las miradas vacías e inexpresivas de sus personajes –un karma que arrastran todavía muchos de los dibujitos hechos por computadora–, la prueba más reciente de que el cine navideño “tradicional” puede infundir temor.
Se podría decir, incluso, que desde siempre las mejores películas navideñas fueron aquellas que asumieron el lado oscuro de las fiestas, como puede verificarse en el Hollywood de la post-Depresión y la posguerra, que engendró varios de los clásicos del subgénero; películas sobre la pérdida de la fe, la redención, y los ogros de siempre. Hay una enorme distancia entre la espantosa Blanca Navidad, que Michael Curtiz filmó doce años después de Casablanca con los insufribles Danny Kaye y Bing Crosby como dos ex veteranos que preparan una fiesta navideña para reivindicar al general que los guió en el frente (que es donde empieza el relato, con Crosby sobre un escenario añorando las White Christmas que debió dejar atrás, en su hogar americano, para salir a luchar por él) y la emocionante y bastante más triste Qué bello es vivir, o incluso Milagro en la calle 34. O algunas de las infinitas versiones y reversiones del Christmas Carol de Dickens, para cuya adaptación la clave siempre parece haber sido encontrar un Ebenezer Scrooge digno de enfrentar a sus fantasmas de tiempos pasados, presentes y futuros. En ese sentido, la oportunidad fue totalmente desperdiciada cuando el director Richard Donner filmó, con nada menos que Bill Murray como un inescrupuloso Scrooge al mando de un canal de televisión, la fallida Los fantasmas contraatacan. Pero pocos se encontraron tan a sus anchas como Michael Caine en Una Navidad con los Muppets, donde compartía su desgraciado viaje con un montón de célebres marionetas de fieltro, entre ellas René, Miss Piggy, Rizzo la rata y el inefable Gonzo como el mismísimo Charles Dickens.

Criollitas
A todo esto, es notable pero no sorprendente que el cine nacional haya aportado tan poco al asunto (acaso la idea de un cuento de Navidad con 37 grados de sensación térmica no sea especialmente estimulante). Navidad de los pobres, de Manuel Romero y con Catita, por ejemplo, narra cualquier cosa menos lo que indica el título. Empieza con una mujer que roba un juguete para su hijo en un gran centro comercial en plena víspera, oportunidad para que el director de la tienda exhiba el enorme espíritu que lo anima por encima de su vocación comercial y, tras ofrecerle trabajo y prácticamente matrimonio a la pobre mujer, increpe a su adinerado padre: “¿Acaso no tengo derecho a hacer un experimento humanitario?”. Mucho menos optimismo y más angustia y soledad inundarían Felicidades (de Lucho Bender, 2000), la única película argentina navideña en años.

Raras y violentas
La cosa se puso definitivamente bizarra en el cine navideño hacia los años ‘60 y de ahí en adelante. Primero fue un artefacto indefinible llamado Santa Claus conquista a los marcianos, en la que uno de los renos se llama Nixon. Más tarde el género slasher (es decir, de asesinos seriales a los cuchillazos) habría de producir al menos dos notables (entiéndase esto como se quiera) obras dispuestas a bañar el arbolito de sangre: Black Christmas, que se anticipó, desde 1974, a las sanguinolentas noches de brujas, y Sangriento Papá Noel, cuya secuencia final encontraba a la Madre Superiora de un orfanato repitiendo enloquecida, casi a modo de exorcismo: “Papá Noel no existe”. Por otro lado, los guionistas de Hollywood que han exhibido cierta tendencia a mostrar imágenes sórdidas recargadas de simbolismo (Gene Hackman disfrazado de Santa y armado en Contacto en Francia; el tendal de papá noeles muertos al comienzo del thriller Reindeer Games, con Ben Affleck) o a ambientar secuencias climáticas o películas enteras de acción en las vísperas del 25 de diciembre, como ocurrió a fines de los ‘80 en las sagas de Duro de matar y Mi pobre angelito. Como si hasta los guionistas estuvieran convencidos de que las peores cosas pueden y tienen que ocurrir en Navidad.

De mierda
“Lo que importa de la Navidad son los regalos”, concluye uno de los protagonistas de South Park tras presenciar el cuerpo a cuerpo que libran Santa Claus y Jesucristo por el liderazgo de las Fiestas. Como siempre, son estos nenes de cartulina los encargados de aportar un poco de incorrección y sinceridad, y de rescatarnos de la hipocresía de tontísimas superproducciones como Santa Cláusula o El Grinch, el famoso relato del Dr. Seuss convertido hace unos años en una película de más de 120 millones de dólares con un tenue mensaje contra la “comercialización de las Navidades”. South Park zanja toda la cuestión invistiendo de espíritu navideño al Sr. Mojón, un excremento parlanchín. Por lo pronto, mientras Hollywood se siga debatiendo entre Navidades más brillantes y más oscuras, habrá que cruzar los dedos para que Mel Gibson no se nos aparezca el año que viene para echar luz con The Passion of Santa Claus. Eso sí que sería temible.

Bolas de nieve
Cinco películas para atravesar la Navidad


5. R Xmas: la Navidad según Abel Ferrara

Para Navidades blancas, éstas, las del siempre sórdido Abel Ferrara. Un pequeño Christmas Carol protagonizado por un matrimonio de dealers dominicanos que se desviven por mantener su departamento en Park Avenue y su BMW y por consentir a su pequeña hija. Así como en El regalo prometido –perversa comedieta en la que Arnold Schwarzenegger se enfrenta a un ejército de padres y de santa clauses para conseguirle a su hijo el muñeco de acción más solicitado de las Fiestas–, acá la pareja compuesta por el robertdeniresco Lillo Brancato Jr. y la imponente Drea De Matteo (de Los Soprano) sobornan a los vendedores de la juguetería para que su nena no se quede sin su Party Girl, muñecota rubia que se parece sospechosamente a mamá. Tensa, digna del director de Un maldito policía, R Xmas ofrece un mensaje redentorio final que no hace más que profundizar el malestar, la inquietud que recorre toda la película, mientras en la televisión se alcanzan a ver las imágenes de Rudolph Giuliani a punto de asumir la alcaldía de la ciudad que nunca duerme.


4. Un Santa no tan santo: un Papá Noel delincuente

Junto con Elf, el duende –que pasó injustamente desapercibida por los cines locales– es una de las dos películas navideñas ineludibles del año pasado. Billy Bob Thornton es un Papá Noel de centro comercial, de esos que se ponen a los nenes en las faldas y les preguntan qué catzo esperan encontrarse en el arbolito, que se presenta a trabajar borracho y desgreñado y que les resopla a sus pequeños clientes cosas como: “Otra bicicleta, qué original”. Lo suyo –y lo de su socio, un “duende” negro– es, en realidad, robarse las cajas fuertes de los shoppings cada 24 de diciembre. Pero algo le ocurre cuando conoce a un nene adinerado y un poco nerd y a una mesera que se confiesa sexualmente atraída por este Father Christmas cirrótico (que originalmente iba a ser interpretado por Bill Murray). Dirigida por Terry Zwigoff (autor de un brillante documental sobre Robert Crumb) sobre un guión supervisado por los también coproductores Joel & Ethan Coen, Bad Santa se estrena en Buenos Aires dentro de unas semanas, cuando ya hayan pasado las fatídicas fechas del arbolito y las guirnaldas.


3. El extraño mundo de Jack: la Navidad no es para mí

Tim Burton había anticipado su oscura visión de la Navidad en Batman vuelve: murciélago negro sobre una nevada Ciudad Gótica; beso bajo el muérdago entre Gatúbela y Bruno Díaz. Y aunque no dirigió El extraño mundo de Jack, lleva su impronta; tiene sus diseños, y se presiente que el chico dark se ha identificado plenamente con el incomprendido Jack Skellington. El cadavérico Jack es el tipo más popular de Halloween Town, que año tras año organiza las mejores Noches de Brujas para todo el pueblo, pero que se siente cansado, vacío, necesita un cambio. Y que entonces descubre la Navidad, e intenta condensar científicamente su “espíritu”, y hasta secuestra a Santa Claus sólo para descubrir que no hay caso: la Navidad simplemente no está en su naturaleza. Dirigida por Henry Selick, la mejor película navideña de los años ‘90 llegó a tiempo no sólo para salvar la temporada sino también para rescatar el cine de animación de muñequitos y decirnos que la Navidad, después de todo, tal vez no sea para todo el mundo.


2. Qué bello es vivir:
mi vida sin mí


Parecerá una obviedad, pero no lo es tanto: como el superclásico resistente de la posguerra inmediata que es, bien podría haber quedado pulverizado bajo el peso de las seis décadas transcurridas desde su estreno en 1946. Y sin embargo resulta, todavía hoy, fascinante y conmovedor. Todo transcurre en un flashback narrado en la Nochebuena en la que el buenazo de George Bailey decide suicidarse –con su seguro de vidaa mano y un último deseo para su familia y para la empresa constructora que su padre supo convertir prácticamente en una cooperativa para el trabajador pueblo de Bedford, y que ahora se encuentra al borde de la quiebra. El resto es conocido: George (el gran James Stewart) asiste, por obra y gracia de su ángel de la guarda, a “la película” de la vida en Bedford tal como hubiera sido si él no hubiera existido, para descubrir que prácticamente le ha salvado la vida a esa ciudad miserable. No hay ironía en su título, pero Qué bello es vivir lleva algo oscuro en su corazón que parece decir que tal vez haya lugar para la esperanza, pero no hay soluciones mágicas. O, en otras palabras, que Papá Noel no existe.


1. Gremlins:
los monstruos de Nochebuena


Acaba de cumplir veinte años, y aunque no se la ha llegado a percibir como una auténtica Christmas Movie, expresa como ninguna otra el horror de las Navidades. “Si uno no quiere festejar el 25 de diciembre, lo miran como a un leproso”, dice, indignada, la chica para quien la fecha sólo representa el aniversario de la muerte de su padre, víctima de un macabro accidente en la chimenea del hogar. Poco después, los monstruitos verdes del título, que se reproducen a un ritmo infernal, destrozan el pueblo, cantan villancicos y acuden en masa a un cine de barrio para ver Blancanieves y los siete enanitos. No se sabe muy bien qué son ni de dónde salieron, aunque el veterano paranoide del pueblo, Mr. Futterman, está convencido de que se trata de las criaturas que “el enemigo” ha puesto en las máquinas norteamericanas desde la Segunda Guerra con el objetivo de desbaratar el American Way of Life. Al menos una cosa parece cierta: si estos bichos son capaces de abrazar y de disfrutar de las celebraciones navideñas como lo hacen, nada realmente bueno puede surgir de la Nochebuena.

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